Ir al contenido principal

Entradas

Mostrando las entradas etiquetadas como Vida

Sincericidio

Es esta una columna de servicio público que pretende asesorar a los que practican el sincericidio y a sus víctimas, si bien y siendo sincera (que no sincericida ) pretende apoyar a estas últimas. Este deseo no bloquea la posible utilidad de estas 300 palabras para los que han cometido o estén prestos a cometer uno o varios sincericidios .  Todo sincericidio se inicia con una frase como ésta o similar:  “Te voy a decir una cosa, pero no quiero que te enfades”.  Este es un hito importante. Podemos atajar la tentativa si miramos a los ojos a la Mari Juani o al José Luis de turno y le espetamos, con toda la parsimonia y serenidad que logremos reunir:  “Mira, guapi. Lo que tú quieras o dejes de querer, la verdad, no me puede importar menos”.  Es posible que esta frase, sin embargo, dé alas al sincericida . Tratará de cambiar de marcha, acelerar y soltar la frase fantástica, la que lo exime de toda sospecha de dolo (según su baremo de sincericidio ):  “Lo cier...

Destellos

Una mañana fría compartimos un café. Hacía años que no nos veíamos y el encuentro fue un poco incómodo, pero al toparnos en la cola de devoluciones de un centro comercial, nos sentimos los dos, hasta cierto punto, obligados.  En otro tiempo, en otra vida, habíamos trabajado en la misma empresa, pero nunca habíamos sido amigos. Él era raro, indiferente, un hombre de pocas pasiones, racional y, sin duda, soso. Yo siempre he sido intempestiva, espontánea, curiosa. A él le gustaba pasear por su ciudad de siempre, quedarse en casa, ver películas, leer. Yo soy inquieta, me he mudado varias veces de casa, de ciudad y hasta de país. No teníamos nada en común. Sin embargo, aquella mañana, él me preguntó por mi vida sentimental. Nunca lo había hecho. Me sorprendió, y eso fue, hasta cierto punto, agradable e inquietante.  Bueno, ya sabes , le respondí. Los primeros meses son fuegos de artificio, mucho ruido y mucho brillo, pero después... oscuridad y silencio. ¿Y la tuya? ¿Cómo es tu vi...

Nadie puede ser feliz...

Nadie puede ser totalmente feliz, a las ocho de la mañana, en el Metro. Ni siquiera la cosplay de pelo azul y flequillo insolente. No lo es el niño de doce al que su madre acomoda en el asiento, la mochila entre las piernas, las arrugas de las sábanas en la frente, el beso en la mejilla, el ademán del adiós. Tampoco el joven trajeado que consulta el correo electrónico en su móvil, con la expresión trágica del que ha cometido un error irreparable.   Nadie puede ser feliz, a las ocho de la mañana, en el Metro . No lo es la mujer que se aloja, por trabajo, en un hostal desapacible. No lo es el cantante que pide unas monedas , ni la señora mayor que lee, ni el hombre que lleva unos auriculares para escuchar un pódcast de divulgación científica o un audiolibro de amor.  Nadie puede ser feliz en las entrañas del Metro, bajando escaleras mecánicas, corriendo por los pasillos iluminados artificialmente, saltando al vagón mientras suena el aviso irritante de cierre de las puerta...

Sorbos de vida

Hace unos días me preguntaron si había estudiado psicología de manera reglada o autodidacta. La pregunta me la hizo un lector en el transcurso de un encuentro con un club de lectura autogestionado en el que fui a charlar sobre Blondie e Hijos del vaivén .  Soy lectora, sobre todo, de ficción. Y traté de explicar que leer ficción te pone en el lugar del otro, de lo otro . Pero, rápidamente, caí en la cuenta.  Soy observadora , revelé. Muy observadora. Extremadamente observadora. Me fascinan las personas: cómo hablan, cómo se mueven, cómo se tratan.  Cuando era niña, en el supermercado, me quedaba  mirando embobada  (y sin ningún pudor) a la señora o al señor de turno... hasta que ellos, incómodos, me acariciaban la cabeza y mascullaban, qué rica. Era y es una pasión.  En mi último viaje a Madrid me fui tropezando con sorbos de vida de esa que importa, pequeña, cotidiana y preciosa, que luego he ido relatando a mis íntimos. Están acostumbrados a estos rel...

Espuma

 Ignoro si es el mal de nuestro tiempo. Si las imágenes que nos bombardean desde las redes sociales paralizan nuestro gen de la percepción... tal vez, pero intuyo que quedarse con la espuma de las cosas es una postura ante la vida. Una elección. Intentaré explicarme.   Foto tomada de Pixabay A menudo, cuando leo un texto de alguien que está doliéndose en Facebook , o en Instagram , (me refiero a un texto testimonial, no literario), los comentarios que los supuestos lectores le dejan son, cuando menos, curiosos. Un GIF de aplausos. Un qué bonito escribes . Un eres el mejor . La persona en cuestión está destrozada, sumida en un proceso de tristeza (no me atrevo a decir que depresivo, pero barrunto algo así), y lo que recibe de los otros son aplausos o un adjetivo socorrido e irrelevante. Peor es (lo sé) quienes se creen animadores y animadoras de un partido de fútbol en una peli americana, y escriben que ella puede, que no desfallezca, que luche, que tiene mucho por lo q...

Las batallas pequeñas e invisibles

Como el ser humano imperfecto, vulnerable y común que soy, libro mis batallas diarias sin que (casi) nadie caiga en la cuenta. No es nada extraordinario: todos llevamos, cargada a nuestra espalda, una mochila invisible a los ojos de los otros. Esta invisibilidad no es buena ni mala, simplemente es.  Imagen  tomada de Pixabay Estas batallas a las que me refiero no tienen que ver con grandes dolores, sufrimientos o tristezas, porque para esos pesares y males no hay posibilidad de lucha, ni hay renuncia, ni rendición, ni resignación. Simplemente, aceptación.   Estas batallas de las que hablo y que sé muy bien que (casi) todos libramos suelen ser pequeñas, incómodas, incluso un poco amargas. Se esconden en nuestras zonas más oscuras. Una de esas batallas mías es la de resistir la tentación del escepticismo.  Escuché a Ana María Matute en una entrevista. Decía que, todos los días, se asombraba por algo y que por ello aún era niña. Una niña de cabellos blancos. Escuc...

Octubre

Aún no ha amanecido. Estamos en los primeros días de octubre y escribo en la habitación que utilizo de despacho, de confesionario, de cuarto de los trastos, de almacén de recortes de papel, de torre vigía, de celda de clausura. Es aún noche cerrada. Acabo de programar el envío de un correo electrónico para hacer creer a sus destinatarias que soy una adulta funcional que duerme ocho horas, come saludable y practica ejercicio, en concreto, Pilates. Hoy vuelvo a Pilates: me he comprado ropa de deporte y unos calcetines antideslizantes, estaría bien que me protegiesen de los traspiés del día a día, pero me temo que solo funcionan las mañanas de los martes y los jueves. Mentiría si dijera que me hace ilusión volver a Pilates.  Estoy escribiendo y miro por la ventana. Frente a mí, el monstruoso edificio blanco que será, muy pronto, Centro de Día. Tengo amigas que amenazan con apuntarse a los talleres del Centro de Día, yo no puedo , les digo, aún no he cumplido los 60 . No me hace gracia...

Pequeñas infamias

La mayoría de las veces lo que destroza una amistad son las pequeñas traiciones, las falsedades mezquinas que perpetra uno de esos a los que consideras amigo pero del que ya no sabes si puedes fiarte. Porque las grandes mentiras y los hechos trágicos sólo suceden en las producciones de Hollywood y, lo demás es ínfimo, peculiar, una minucia, un arañazo, una rozadura que deviene en decepción ardiente. Los grandes engaños se urden en las tragedias clásicas y en las novelas decimonónicas, y en nuestra vida, que suele ser ordinaria y pequeña excepto por dos o tres acontecimientos fundacionales, es en donde uno (o varios) de esos a los que llamaste amigos, cometen infamias ridículas, sin sentido.  La cualidad dolorosa de esas infamias se deriva, precisamente, de esa falta de sentido. Rozan la deslealtad, juguetean con la mentira, te miran a los ojos para jurarte que no, palabrita de Niño Jesús, que no irán, que no pueden ir, que qué más quisieran, pero que no pueden. O te prometen que...

Valor, amor y cicatriz

La vida, simplemente, ocurre. Luego, nos la contamos cronológicamente, para tratar de encontrarle un sentido. Un significado. Para intentar comprender el cuándo, el cómo y el porqué. Sin embargo, todas las veces, los hechos, las personas, las alegrías y las penas, van y vienen, mientras nosotros, Alicias zarandeadas por las circunstancias, tratamos de no verter el té en la surrealista merienda del Sombrerero Loco .  Ocurre, sí, ocurre. Ocurre que a veces la desdicha nos persigue, adherida a nuestra piel y no podemos desembarazarnos de ella. También pasa, en muchas ocasiones, que una suerte de alegría o de ligereza nos envuelve, como el aroma del azahar o el blanco de los pétalos de unas flores silvestres. El aire parece pesar menos y, al mismo tiempo, llevar cientos de mensajes odoríferos que sólo intuimos, pero que se nos antojan vibrantes, luminosos.  Foto de Jero Sánchez Y, a veces, sin que sepamos muy bien cómo ni por qué, se organiza una jauría. Y nos señala. La jauría ...

Dos segundos

  Dime, ¿qué planeas hacer con tu preciosa, salvaje, única, vida?   Mary Oliver En una salida al campo, el guía que nos mostraba los nidos de los pájaros carpinteros y los hoteles de los insectos, nos ofreció un dato esclarecedor.  Si la edad de la Tierra fuese de un año, nosotros, los Homo Sapiens, existiríamos desde hace... dos segundos.  Allí, en el meandro en el que se mezclan las aguas calizas del Adaja con las aguas claras del Arevalillo, nos contó la historia legendaria de los peces que no se corrompen , y, claro, fue inevitable pensar en la insignificancia y en la trascendencia.  Lo que hace uno, lo hace otro. Nadie es imprescindible. No pasa nada si alguien falla, si alguien ya no existe. Vendrá otro que lo hará igual, o mejor.  Y, sí, es cierto. Pero no del todo.  O, tal vez, con el antropocentrismo que nos caracteriza a buena parte de los seres humanos, quiero creer que no lo es.  Porque, sí. Vendrá alguien que lo hará peor o me...

Cariño

Esa mañana, cuando entró en la red social que acababa de llegar a España, jamás pensó que se toparía con su yo del pasado. Pero sí. Allí estaba ella o, al menos, una foto de ella.  En la fotografía se parecía a la Luz Casal de los años noventa: llevaba el pelo largo, ondulado y negro, gafas de sol, un fular vaporoso, y sonreía. Se acordaba perfectamente de aquel día. De aquellos días. Pese a que había transcurrido mucho tiempo: siete años, que se dice pronto.  Cueva en Beliche, una playa de ensueño del Algarve Se quedó helada. Sin habla. Allí estaba. Ella. Cuando estaba enamorada. A sus espaldas, se intuía una de las playas kilométricas del Algarve portugués, el frío del océano, la arena blanca y suave, el viento que hacía revolotear el fular, su pelo, acaso también, su sonrisa. Y él.  Había sido él, claro, él. Había publicado su foto en esa nueva red social que ella no entendía apenas, pero en la que entraba a veces, porque le hacía bastante gracia. Al menos, hasta ese...

Madrid es

Madrid contiene muchas ciudades. La de los de las terrazas del CentroCentro . La del hombre de las rastas que pide dinero en la glorieta de Cuatro Caminos.  Madrid no es una imagen, ni cien, ni mil. Madrid es ese grupo de chicos que hablan sobre amores perdidos, renuncias y sacrificios. Y, si quiere llamarme, que lo haga. Ya veré yo si contesto. Me dan ganas de acercarme y decirle, muy quedo: olvídate de ella, nunca te llamará .  Madrid es esa mujer que camina la Castellana exudando belleza y magnetismo por cada poro de su piel canela. Y la madre de familia que, a las cinco de la tarde, regresa a casa. Lo hace ojerosa, algo despeinada, siempre apurada, encendido el piloto automático que es quien la guía por las líneas de metro (la roja, la gris, el ramal, la circular), y el que hace que levante el brazo para que se pare el autobús en la marquesina. En una hora y media, llegará a casa.  Madrid es esa reponedora del turno de noche de Carrefour. Todos duermen, menos ella, e...

De viajes y conversaciones

En mi vida prepandémica viajaba por trabajo. En esos viajes solía entablar conversaciones con personas de toda condición. Imagen de PublicDomainPictures en Pixabay   Recuerdo hoy a aquella mujer de 82 años que se reía como una niña. Había subido al autobús en Plasencia, y volvía a Badajoz, a un pisito de un bloque obrero en el que todos la conocían. Había estado pasando una temporada con una hermana y me contó, con alborozo, que pensaban reunirse, por Navidad, todos los hermanos, en Madrid.  Madrid, iluminada,  está preciosa.  Reía y batía palmas porque, me dijo, si su marido viviese estaría tan contento de poder realizar el viaje por esa autovía tan moderna y tan rápida. Él, al que le gustaba tanto conducir y pescar, que había ganado varios concursos a nivel provincial, regional y hasta estatal. Mi marido lo hubiese disfrutado tanto , me reveló con una chispa de alegría en los ojos.  Me contó de un viaje que se habían regalado las hermanas en el verano. Fi...

Perder el norte

Esta semana la inspiración me esquivó. Aunque no ocurrió exactamente así. Había escrito algo sobre la lectura y los clubes, sobre que no me gusta clasificar a los lectores según sus lecturas, sobre que no soporto que la lectura, en un club, se desprenda de la ligereza, de esa suerte de alegría y sencillez tan necesarias y deseables. Sobre que leer sí, también es pasar el tiempo, y sí, preocuparte de las peripecias de la protagonista, y sí, que si eso nos distrae de nuestra propia tristeza, o de nuestro propio egocentrismo, sea por el tiempo que sea, unos minutos, unas horas, unos días... simplemente, me parece  soberbio. Pero me dije que ya estaba bien de escribir y de hablar sobre clubes de lectura, al menos, por esta semana. Así que quise hacerlo sobre cuando uno es demasiado joven para imaginar que el dolor que siente ante un desamor, una ruptura, un alejamiento, tarde o temprano, pasará. Pero caí en la cuenta de que lo importante, cuando uno tiene trece, quince, o diecisiete a...

La dedicatoria

Su quinta novela. Su quinto año de amor. Unos cuantos ejemplares llegarían a casa, con una nota: Iratxe, por favor, abre la caja y revisa su contenido .  Le había enviado, también, un guasap , porque Iratxe, amén de guapa, cariñosa, simpática, alegre y cautivadora, era discreta, prudente. Cariño, hoy llegan algunos ejemplares de mi nueva novela, la quinta. ¿No es bonito que lleguen el mismo día de nuestro aniversario? Cinco años ya, amor... Por favor, revisa algún ejemplar. Sobre todo, la dedicatoria.  La suerte estaba echada. Él, teléfono en mano, vio llegar la furgoneta de reparto y espió al repartidor. Imagen de Pixabay Cinco años dan para mucho, pero ya no daban para más. Habían estado tan enamorados. Se habían querido con locura. Pero, desde hacía meses, todo era más tibio, más monótono, más gris. En fin. Estaba loca por Juan y era culpa del desinterés de Sergio. Si se había fijado en Juan era porque lo suyo con Sergio no funcionaba.  Cumpliría su promesa. Revisarí...

La bata

Existe un súper poder muy apreciado cuando se es adolescente: el don de la invisibilidad. A los 16 se anhela ser uno más. Hay una suerte de uniforme que potencia esa invisibilidad, cada generación tiene el suyo: pantalones rotos, medias de rejilla. La capa de invisibilidad de Harry Potter.   Desde los 16 a los 17 disfruté de mi propio uniforme. Sólo que éste me dotó de la capacidad contraria. Me hacía visible. Dolorosamente visible.  Era una bata de trabajo, larga y suelta, bicolor. Era una bata heredada, a saber cuántas chicas la utilizaron antes que yo, a saber cuántas la utilizarían después de mí. La bata, decolorada por el lavado semanal, conservaba el cerco de una mancha, en la parte inferior derecha, a la altura del muslo.  Completaba el conjunto unas zapatillas de invierno de suelas de goma y borreguillo por dentro, como las que usan, en casa, señoras como ahora lo soy yo.  Con aquella bata ayudaba a llevar la compra a los clientes del supermercado ....

Volver al hogar

Hace  décadas me dijeron una de las cosas más hermosas que jamás escuché. Ella era una joven a la que conocía por circunstancias laborales y, lo que es la vida y sus azares, el tiempo y mi desmemoria han borrado su nombre y, lo que es peor, sus rasgos. Apenas recuerdo que era morena de pelo negro, largo y ondulado. Era delgada, no muy alta, y llevaba gafas. No sé si le gustaban las novelas decimonónicas o los libros de terror gótico, desconozco qué hacía los fines de semana más allá de que estudiaba para un examen de acceso a Traducción e Interpretación. Sí me acuerdo de que no pasó el examen que, en aquellos tiempos (creo que también en estos) era muy duro, muy difícil. Muy pocos lo aprobaban así, a la primera, sin haber estudiado antes Filología Inglesa. Pero ella decidió intentarlo. Y suspendió.  Casi no me acuerdo del color de sus ojos, pero debían ser castaños o, tal vez, verdes oscuros, pero sí que sé que tenía la piel muy blanca, sin imperfecciones. Aunque no logro r...

El motivado de la vida

Me ha empezado a poner muy nerviosa cierto tipo de persona. Me refiero al motivado de la vida .  Dícese que alguien es un motivado de la vida cuando va regalando halagos, elogios, parabienes, a la par que pide favores, facilidades, accesos, formas de conseguir esto o lo otro, de participar en una carrera de cabras, en una partida de garrote o en el juego ese tan peligroso como bizarro que consiste en intentar atrapar rodando colina abajo a un queso que, a su vez, rueda también. Le da igual. El motivado de la vida quiere ir, estar, ser, decir, pensar que va ir, porque quiere aprender, fijarse, extrapolar, hacer networking , postureo, selfis, retratos de grupo, de bodas, bautizos y comuniones.  La famosa prueba del queso rodante de Gloucester - AFP Spóiler : rara vez participa. Rara vez juega. Rara vez aparece.  Cachis. El motivado de la vida es un tipo de persona emparentada con el tipo persona mareo , pero mantiene su esencia, su propia singularidad, rareza e idiosincr...

La casa rural

Llegamos cansados. No sentía ninguna afinidad hacia mis acompañantes. A menudo el azar, un contrato o la pura mala suerte, te sitúan junto a compañeros contingentes. Aún había de pasar otra noche, y otro día, y otra noche. Menuda calamidad. A las afueras del pueblo hallamos (GPS mediante) aquella casona con nombre de mujer, el nombre de la que nos miraba, reidora y chispeante, inserta en un azulejo de la fachada. Nos recibió el hijo y nos contó la historia o, tal vez, sólo su versión.  Jane Birkin, años 70. Foto Getty Images, tomada de aquí. Esta era la casa del médico, el tío de mi madre. Ella fue una mujer alegre, libre, deseosa de labrarse un futuro. Y se fue a la ciudad.  Allí estaba su hijo, de vuelta a ese pueblo que su madre quiso dejar atrás.  Daba clases de repaso, le iba bien. Era una belleza. Cuando tenía cuarenta años se enamoró de un alumno al que le doblaba la edad. Y, entonces... Entonces, él. El hijo que había regresado al pueblo del que su madre escapó....

Cascabel

 No supo quién era hasta que oyó su voz. Estaban sentados en el banco. En el mismo en el que solían sentarse su marido y ella. Sinvergüenzas.  Se había acercado como un depredador de los documentales de la 2. Los había dejado de ver cuando él la dejó a ella.  Muy cerca, separada de la parejita feliz por un seto desarreglado, distinguió el timbre de su voz. Alegre, como el tintineo del cascabel que se balancea en el pescuezo de un cordero.  Se quedó en shock. Y supo que había tenido la culpa. La culpa, no. La responsabilidad. Tampoco. Sus acciones habían actuado de catalizador. De acelerante.  Todo empezó como una broma. Su marido era un poco distraído. Cuando él dejó el teléfono en el banco del parque (en el mismo en el que ahora pelaba a la pava rubia ), en un impulso  tonto lo guardó en su bolso.  Ese fue el principio del fin.  Cuando él metió el coche en el garaje, ella le preguntó, con cierta ironía: — No habrás perdido algo, ¿verdad? ...