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Mostrando entradas de enero, 2024

La bata

Existe un súper poder muy apreciado cuando se es adolescente: el don de la invisibilidad. A los 16 se anhela ser uno más. Hay una suerte de uniforme que potencia esa invisibilidad, cada generación tiene el suyo: pantalones rotos, medias de rejilla. La capa de invisibilidad de Harry Potter.   Desde los 16 a los 17 disfruté de mi propio uniforme. Sólo que éste me dotó de la capacidad contraria. Me hacía visible. Dolorosamente visible.  Era una bata de trabajo, larga y suelta, bicolor. Era una bata heredada, a saber cuántas chicas la utilizaron antes que yo, a saber cuántas la utilizarían después de mí. La bata, decolorada por el lavado semanal, conservaba el cerco de una mancha, en la parte inferior derecha, a la altura del muslo.  Completaba el conjunto unas zapatillas de invierno de suelas de goma y borreguillo por dentro, como las que usan, en casa, señoras como ahora lo soy yo.  Con aquella bata ayudaba a llevar la compra a los clientes del supermercado .  Recuerdo aquella vez que

Isla de tiempo

Leí, hace algunos meses, la novela Mindfulness para asesinos , de un autor alemán que pretende mostrarnos el lado oscuro de esta práctica basada en la meditación que consiste en entrenar la atención para ser consciente del presente .  El protagonista de la novela está estresado. Natural. ¿Cómo no estarlo? Si lo estoy yo a nada que se me juntan tres o cuatro proyectos para otras tantas instituciones. Pues él va por la vida como un barco a la deriva, como un avión con el fuselaje agujereado. Nada de consciencia. Nada de lentitud. Nada de atención. A lo loco. Sin tiempo para, qué sé yo, detenerse a oler el aroma de las rosas, jugar al pilla pilla con su hija, comprarle un regalo a su mujer para celebrar su aniversario de boda. Cosas así. Pobre. Hasta que entra en su vida el mindfulness y el concepto isla de tiempo . No sé tú, pero yo me manejo fenomenal en esto de la isla de tiempo . Hay quien dice que no desconecta, que tiene que obligarse a descansar, que ser productivo es un impera

Volver al hogar

Hace  décadas me dijeron una de las cosas más hermosas que jamás escuché. Ella era una joven a la que conocía por circunstancias laborales y, lo que es la vida y sus azares, el tiempo y mi desmemoria han borrado su nombre y, lo que es peor, sus rasgos. Apenas recuerdo que era morena de pelo negro, largo y ondulado. Era delgada, no muy alta, y llevaba gafas. No sé si le gustaban las novelas decimonónicas o los libros de terror gótico, desconozco qué hacía los fines de semana más allá de que estudiaba para un examen de acceso a Traducción e Interpretación. Sí me acuerdo de que no pasó el examen que, en aquellos tiempos (creo que también en estos) era muy duro, muy difícil. Muy pocos lo aprobaban así, a la primera, sin haber estudiado antes Filología Inglesa. Pero ella decidió intentarlo. Y suspendió.  Casi no me acuerdo del color de sus ojos, pero debían ser castaños o, tal vez, verdes oscuros, pero sí que sé que tenía la piel muy blanca, sin imperfecciones. Aunque no logro recordar s