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Mostrando entradas de diciembre, 2020

Nuestro velero

  Podría contaros que he terminado de leer una novela. Se trata de   El gran amor de Galdós , y la firma el autor canario Santiago Gil. Podría deciros que, como los amores inconclusos y eternos, me ha dejado un sabor a guayabas y un aroma a incensarios. Benito y Sisita siguen, en mi imaginación, escondidos en un portón de Las Palmas de Gran Canaria. Furtivos, aguardan un barco que los lleve a un futuro clandestino en otra isla. A una isla y un porvenir luminosos. Podría acunar en estas trescientas palabras el amor de Sisita y Benito. Mi columna de esta semana convertida en refugio de su amor perseguido. Foto de Katekerdi  Podría escribir que hace mucho frío. Que el cielo es como un plato hondo esmaltado en azul. Podría paladear la palabra cencellada, y el sabor que inundase mi boca sería el del helado de limón. No sé por qué la escarcha que cubre hoy todo, me sabe a limón.  Podría tararear un fado, o un bolero. Tratar de describir cómo es la textura del café con leche que tomo por las

El No Cuento de Navidad

 Últimamente no me saco de la cabeza una cita recogida en La buena suerte , de Rosa Montero. Es de Lorenzo de Médici, y dice así: Quien quiera estar contento que lo esté, del mañana no hay certeza . Vaya. El ser humano, que necesita proyectarse en un futuro inexistente, tratando de ser feliz en el aquí y el ahora. No, no os asustéis. No estoy escribiendo un post aspiracional, ni voy a formarme como coach , ni voy a experimentar con filosofías orientales milenarias.   No. Pero. Del mañana no hay certeza , el mañana solo es un constructo de nuestra mente. Sin embargo, cuánto necesitamos soñar con el viaje que supone realizar un plan, cualquier plan. Es lo que nos levanta, nos eleva. El plan, la ilusión, el sueño. Todo eso que no deja de ser una quimera. No. Pero. ¿Acaso no somos, nosotros mismos, una quimera? ¿Acaso no nos inventamos las ganas, día tras día? ¿Acaso no nos maquillamos la mirada y la esperanza en las madrugadas en las que esa no certeza nos impide dormir?  Acuarela de Mar

Pantallas

 Desde marzo, participamos, formamos, conversamos, nos reunimos, escuchamos, hasta nos vamos de fiesta, a través de nuestras pantallas. Y, sin embargo, a la menor ocasión, renegamos de ellas.  No me malinterpretéis. Me encantaría pasear con una amiga y ver su sonrisa, no solo adivinarla. O sentarme en mi cafetería favorita y observar el ir y venir de las gentes: verles abrazarse, besarse, tomarse de las manos, acariciarse los rostros y recolocar el pelo del otro cuando los mechones se le alborotan.  Cómo me gustaría ver cantar y bailar a un montón de gente. Reír en medio de una multitud. Que los niños corrieran tras la Cabalgata, tratando de capturar pequeños tesoros dulces.  Pero la realidad es la que es.  En las actuales circunstancias, no sé por qué nos empeñamos en pensar que todo volverá a ser como antes. Me temo que no. Habrá cosas que cambiarán para siempre. Y quejarnos de las pantallas, las mismas que nos permiten ir a una fiesta que se celebra en Andalucía, que nos facilitan l

Decepción

A medida que cumplo años, hay (pongamos) tres cosas que no llevo nada bien. Saber que la muerte nos alcanza a todos (también, a mí), que los años no influyen ni en la sabiduría, ni en la madurez, y que no importan ni el tiempo ni las circunstancias. Siempre te encontrarás con algo o alguien que te decepcione.  Fotografía de Afra Ramió  Hace años escribí sobre una decepción . Mi sentir de entonces está en ese texto, de una manera tan exacta como si valorase la calidad de mi sueño un reloj inteligente. Y eso que no fue una decepción crucial, ni había amistad de por medio, y era hasta lógico que aquéllo ocurriese.  Parece mentira, una se hace mayor, vieja si queréis, y no aprende a no sentirse herida con las decepciones. Incluso los mejores amigos te decepcionan con alguna frase fuera de tono, o fuera de lugar. Con algo que se callan para no preocuparte, o con algo que te sueltan sin filtros, sin caer en la cuenta de lo que pueden doler unas palabras. Las dichas y las que no se pronuncian

Si me pasa algo en Cuenca

Hace ya dos años participé en un congreso universitario que se celebraba en Cuenca. Me hacía ilusión conocer la ciudad y, además, tenía que presentar una comunicación.  Las comunicaciones en los congresos universitarios (salvo honrosas excepciones), suelen presentarse en aulas anodinas, donde los doctorandos en busca de méritos (publicación próxima en revista científica), se reparten los papeles de ponentes y de público.   No se nota, pero ahí ya temía por mi vida. El caso es que me planté en el congreso tras un viaje en un autobús de ALSA amenizado por un conductor que cantaba a pleno pulmón bachata, salsa, merengue y Mambo Number Five . Aquello prometía. A la mañana siguiente, en la puerta de una Facultad, coincidí con una mujer de mi edad que se había perdido. Desde ese momento, aquella tipa peculiar, rara y mentirosa, se me adhirió como un chicle a los bajos de una mesa.  Decía conocer Cuenca como la palma de su mano, pero no sabía dónde estaba el Parador, según ella porque era mod