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Mis zapatos

A primeros de marzo me compré unos zapatos. Los iba a estrenar para una jornada profesional que se iba a celebrar, a finales de mes, en Madrid. Siguen guardados en su caja, con la etiqueta puesta, como esos posit que se quedan pegados ad aeternum en el ordenador, o en la hoja de una agenda, testimonios de algo que debió suceder y no ocurrió. Mis zapatos son el recordatorio de aquellos días (ojalá fuesen lejanos, pero aún permanecen aquí, dolorosos) en los que todo quedó en suspenso. Escuelas, juegos, paseos, horas de café, charlas, viajes, encuentros, reuniones. Todas esas cosas que tampoco tienen tanta importancia, porque Mr. Auster, las cosas nos pasan a los que estamos vivos. Lo importante es vivir, sepamos contarlo o   no. En los meses más duros del confinamiento, cada quien reaccionó como pudo, supo o se permitió. Muchos no lo hicieron, sumidos en el más absoluto estupor. Muchos otros reflexionaron sobre qué necesitaban, querían, deseaban. Otros muchos no pararon de hacer. Pan