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Mostrando entradas de septiembre, 2023

La piedra en el zapato

Cuando todo va más o menos bien, cualquier rozadura se convierte en una molestia irritante. Todo tu día gira en torno a esa piedrecita que se te ha colado, sin permiso y con alevosía, entre tu pie y el zapato. Te pica, te araña,  sientes una punzada que se agudiza con el paso de las horas. Los bordes de la herida comienzan a escocer, y no puedes pensar más que en eso. En la puñetera piedra, y echas a perder horas y horas lamentando el picazón, el malestar. Si hubieras tenido la precaución de descalzarte y desechar la piedra, ponerte una tirita, calmar el dolor incipiente.  Enfocarte en otras cosas que suceden a tu alrededor: el sol que parece nacer del mar o del bloque de edificios frente a tu casa, el borboteo del café, la novela de amor que has empezado a leer, los buenos deseos del cartero, el surrealismo con el que vive la panadera los avatares de su oficio. Si fueses capaz de calmar ese minúsculo padecimiento, apaciguarlo, y centrarte en otras cosas más grandes, más importantes.

En la boca del lobo. Elvira Lindo

Te quería contar que hace unos meses gané un ejemplar en papel de una novela.  Se trataba de un concurso algo atípico: tras escuchar la entrevista de Cristina Mitre a Elvira Lindo, había que extraer una frase para titular el episodio de una manera alternativa. Sólo una.  Confieso que envié dos a la dirección de correo que Cristina facilitó. La primera fue con la que concursé, y la segunda la seleccioné por una de esas cosas que tiene la vida y que se quedará para mí. Ignoro si Cristina (o alguien de su equipo) eligió mi mensaje por el primer o por el segundo titular pero, desde que hice clic en enviar, experimenté el convencimiento, tan íntimo como injustificado, de que ese ejemplar dedicado por Elvira Lindo, sería para mí. Cuando me traspasa una intuición similar (me pasa pocas veces, pero me pasa) no suelo comentar nada a nadie. No compartí esa certeza mía, tan clara como infundada, de que sería yo la agraciada con la novela dedicada por Elvira.  Y, sí. Fue para mí. Leo mucho y mu

El signo de los tiempos

Duda sobre su cordura. Se frota los párpados. Aguza la mirada. A continuación abre los ojos de par en par, en un gesto de asombro e incredulidad crecientes. Teme por su razón extraviada. No es real. No. Si alguno de sus doctos y, hasta ahora, fieles amigos lo descubre, será tachado de loco. De enajenado. Llegará la traición.  Un sonido estridente recorre la bahía. Multitudes se han congregado a las orillas del mar: se embarcan en raras naos, sin velas, ni mástiles, gobernadas por escasa y torpe tripulación. Pero la mayoría se queda en tierra, cobijada bajo tapices livianos que ostentan una decoración inaudita. ¿Serán escudos nobiliarios? ¿De qué estirpe descienden? ¿Acaso son piratas?  Atemorizado, Benedicto gira sobre sí mismo. Peculiares construcciones se alzan en la montaña, en la ensenada, en su querido tómbolo que ya no es inexpugnable. Se aproxima el gentío, a pie y sobre unos extraños corceles, endebles y aullantes. Ríe, grita, resopla, gimotea. Si logra entrar en la fortaleza