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Mostrando entradas de abril, 2022

El bolígrafo

Pocas personas lo saben pero, cuando dedico mi novelita en papel , utilizo un precioso esferógrafo Mont Blanc . Es blanco y plata, pequeño y suave al tacto y con él me siento como una actriz de Hollywood de los años 40.   Pocas personas lo saben pero, cada vez que escribo con él, recuerdo a mi yo de ocho años, cuando en el colegio una de mis redacciones fue merecedora de un premio. Era, fíjate tú qué cosas, un bolígrafo plateado. La entrega de premios (ocho bolígrafos para ocho niñas) se realizó en el salón de actos, un teatro fantástico con butacas y cortinas pesadas de terciopelo rojo.  No sé cómo me hubiera sentido escribiendo con aquel bolígrafo, porque solo lo vi de lejos. El día anterior, con el corazón brincándome en el pecho, llevé mi redacción a casa para contarlo. Y, por la mañana, con la emoción, la olvidé en mi habitación.  Seño, me he olvidado la redacción.  ¡Eres muy despistada!  ¿Puedo ir a buscarla?  ¡No! Así aprenderás. No sé qué es lo que quiso enseñarme, pero nunca o

Ni un día sin su épica

Cruzó la carretera por el paso elevado. Componía una extraña imagen. Eran los primeros días de septiembre y se encaminaba hacia un edificio público, para realizar un trámite burocrático. Ella, que siempre pensó que la burocracia estaba reñida con la poética.  Hacía calor. Llevaba sandalias blancas. Le hacían daño y, hasta esa misma mañana, no había caído en la cuenta. Solo quedaban treinta minutos para el cierre de las oficinas. Ella, que siempre abominó de los trámites administrativos porque carecían de drama. Pasos elevados del monorraíl, Kuala Lumpur, Malasia .  Tenía una herida abierta en el empeine del pie derecho. En algún momento, esas sandalias blancas que, supuestamente, eran cómodas, le habían procurado una bonita rozadura. Y, hacía pocos minutos, la rozadura se había transfigurado en una llaga que dolía cual llama ardiente. Y no había taxis. Ni autobuses. Y en media hora, la institución en la que tenía que arreglar unos papeles, cerraba. Ella, que siempre tuvo por seguro que

Aquí o allí

 Es inevitable sentirse atraído por jugar a eso de cómo sería yo de feliz si viviera aquí. Si tuviese que caminar por estas calles tan empinadas, si al alzar mi mirada en una primavera voluble, fiera y sin compasión, distinguiera nieve en la montaña; si el ingenio constructivo de los romanos partiese por la mitad mi ciudad, esa en la que iría a comprar el pan y en la que, seguramente, protestaría porque me acordaría de otro pan, de otras calles, tal vez de otro río diferente al Eresma y al Clamores .  Es inevitable jugar a ese juego de disfraz y tratar de adivinar cómo sería un día cualquiera de una primavera cualquiera, bajo un cielo azul brillante que puede tornarse antipático de puro gris. Merodeaba por las calles segovianas, fijándome en dos alcohólicos que disputaban a la puerta de la Casa de los Picos, embebidos en su mundo voraz y desaforado.  Y me fijé, también, en el abrazo ensimismado de una pareja que, en apariencia emocionada, se retrataba con el Alcázar de fondo.  Y, lueg