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Mostrando las entradas etiquetadas como Hijos del vaivén

Dos segundos

  Dime, ¿qué planeas hacer con tu preciosa, salvaje, única, vida?   Mary Oliver En una salida al campo, el guía que nos mostraba los nidos de los pájaros carpinteros y los hoteles de los insectos, nos ofreció un dato esclarecedor.  Si la edad de la Tierra fuese de un año, nosotros, los Homo Sapiens, existiríamos desde hace... dos segundos.  Allí, en el meandro en el que se mezclan las aguas calizas del Adaja con las aguas claras del Arevalillo, nos contó la historia legendaria de los peces que no se corrompen , y, claro, fue inevitable pensar en la insignificancia y en la trascendencia.  Lo que hace uno, lo hace otro. Nadie es imprescindible. No pasa nada si alguien falla, si alguien ya no existe. Vendrá otro que lo hará igual, o mejor.  Y, sí, es cierto. Pero no del todo.  O, tal vez, con el antropocentrismo que nos caracteriza a buena parte de los seres humanos, quiero creer que no lo es.  Porque, sí. Vendrá alguien que lo hará peor o mejor que tú, que yo. Pero igual, no. Y no, no

Vuestros senderos

Me escribía, ayer mismo, Rebeca Martín García para hablarme sobre vuestros senderos. Me escribía que, en un mundo en el que parece que manda el postureo, había mucha verdad en vuestros senderos, en vuestros porqués. Me escribía Rebe y me decía que se emociona, que es muy difícil elegir, que si sólo un ejemplar para una sola persona.  Me escribía y me llamaba por ese nombre secreto que sólo ella y yo conocemos, comentando una, dos, tres, cuatro fotos y uno, dos, tres y hasta cuatro motivos. Y, al final de su correo electrónico, iba decantándose por una, por otra, iba reinterpretando cada motivo, cada camino, cada sendero. Y me señaló dos. Dos. Y yo le había dicho que un ejemplar para una sola persona. Rebe es una mujer especial que canta, cuenta, escribe, pinta, ríe y sabe que hay senderos fáciles, difíciles, bellos y no tan bellos... pero que hay que transitarlos todos. Así que...  Abrí la caja de cartón en la que duermen unos pocos ejemplares en papel de mi Hijos del vaivén e hi

Regalo de un ejemplar en papel de mi "Hijos del vaivén"

 Querida lectora, querido lector: ¿Cómo estás? ¿También a ti te tira de las orejas el consabido Departamento de Marketing?  Pues resulta que la persona que lo dirige, a la que logro mantener en modo perfil bajo la mayor parte del tiempo, en ocasiones se pone brava y hasta impertinente. Y me ha repetido, insistentemente (me ha dado la turra, vaya), que tengo que hacer un sorteo o un concurso o algo así para celebrar el Día del Libro, pero con el oscuro propósito de hablar y de que se hable (algo, chica, aunque sea un poco) de mi segunda novela autopublicada: Hijos del vaivén .  Nada, no ha habido manera de acallarla. Así que... aquí estoy, proponiéndote un concurso, un sorteo, o algo así. Todo sea porque deje de avasallarme un rato.  Al más puro estilo #autobombo y #turralibro te cuento un poco de qué va mi Hijos del vaivén : un cincuentón se instala en un pisito de alquiler ubicado en un edificio de un barrio obrero a las afueras de Salamanca. Lindando balcón tenemos a Teresa, una muj

Lo de siempre

Hacía casi tres años que no iba a mi cafetería favorita. Cuántas vidas pueden nacer o quebrarse en tres años. Un divorcio, un nacimiento, una mudanza, un despido, un desamor, una condena de cárcel, varios líos amorosos, una suscripción a Netflix, la escritura de una novela, un rodaje en Benidorm, los estragos de una pandemia. Tres años y, el primer día, una camarera me sonríe y se interesa por cómo me van las cosas y me dice que si voy a tomar lo de siempre y se acuerda de ese "lo de siempre". Uno sabe que tiene una cafetería propia cuando una camarera risueña le pregunta si quiere "lo de siempre". No es casualidad que en Hijos del vaivén aparezca varias veces esta cafetería. Uno de los protagonistas recala cada dos por tres para llamar por teléfono, observar las sonrisas de unas mujeres serias y reidoras, mientras bebe cerveza con limón, y piensa. Me atrevería a decir que para él (como para mí) la cafetería es refugio, una suerte de consuelo, un chispazo de insp

Hijos del vaivén

Sucede que un sábado cualquiera vas a la boda de unos jóvenes que se miran con el embeleso necesario para no perderse ni una sonrisa, ni un gesto, ni un solo beso. Y te preguntas cómo es posible.  De qué modo raro estás ahí y no allí, cómo es que vas en un tren a un municipio que antes significó mucho y ahora, nada. Por qué acudes a una cita y conoces a alguien inolvidable. Si te hubieses quedado en casa,  si en lugar de ir a la piscina hubieses decidido sestear toda aquella tarde de julio. Sí. No.  Somos hijos del vaivén . Todos. De  elementos externos que nos hacen saltar como muñecos de resortes. Y, sin embargo y quizás por ello, protagonizamos algunos momentos brillantes y efímeros, que se nos antojan eternos. Como la alegría de ver a esos dos jóvenes mirarse.  Todos somos hijos del  vaivén , lo escribió Manolo García, el hombre de nombre corriente que hace que mi corazón vuele. Tal vez por eso y porque cada una de sus canciones me inspira una novela, tal vez por eso escribí Hijos