Esta semana la inspiración me esquivó. Aunque no ocurrió exactamente así. Había escrito algo sobre la lectura y los clubes, sobre que no me gusta clasificar a los lectores según sus lecturas, sobre que no soporto que la lectura, en un club, se desprenda de la ligereza, de esa suerte de alegría y sencillez tan necesarias y deseables. Sobre que leer sí, también es pasar el tiempo, y sí, preocuparte de las peripecias de la protagonista, y sí, que si eso nos distrae de nuestra propia tristeza, o de nuestro propio egocentrismo, sea por el tiempo que sea, unos minutos, unas horas, unos días... simplemente, me parece soberbio.
Pero me dije que ya estaba bien de escribir y de hablar sobre clubes de lectura, al menos, por esta semana. Así que quise hacerlo sobre cuando uno es demasiado joven para imaginar que el dolor que siente ante un desamor, una ruptura, un alejamiento, tarde o temprano, pasará. Pero caí en la cuenta de que lo importante, cuando uno tiene trece, quince, o diecisiete años, no es que no tenga la suficiente experiencia vital como para saber que ese dolor lacerante se atenuará, no. Sino que lo importante es que cuando seamos mayores, tan mayores como para caer en la tentación del cinismo, recordemos que ese sentimiento que hacía que nuestro corazón se comportase como un trapecista borrachín, era real. Ese sufrimiento causado por la desatención, cuando se tienen catorce, dieciséis o dieciocho años, puede ser tanto o más auténtico que si lo sentimos, por la misma causa, décadas después. Y es que la inexperiencia no contempla la existencia de otro posible amor.
La inspiración ha jugado conmigo al escondite. Juzga tú si las coordenadas son exactas, si es que no me he extraviado, buscando el norte, en estas 300 palabras.
Pues el otro día pensaba en esto de no saber donde está el norte. Fue una reflexión porque recordé la frasecita esa (no sé si era de Séneca) que dice que ningún viento es favorable para quien no sabe a qué puerto va. Me acordé del poema sobre Ítaca, sí el de que es muy importante disfrutar del viaje. Y pensé que (fíjate tú, así "corrigiendo" a Séneca, o a quien sabiamente concibió la frasecita) si uno no sabe a qué puerto va, cualquier viento le es favorable, porque puede disfrutar sin zozobra ninguna, que a cualquier puerto que llegue será su destino y podrá vivir una aventura, durante el viaje y una vez llegue al puerto al que los vientos le lleven.
ResponderEliminarGracias por tus 300 palabras semanales, Mª Antonia.
Pues mira, Jésvel, si hay que "corregir" a Séneca, pues se hace. Me gusta esa idea de dejarse llevar por los vientos de la vida. Además, saber dónde uno va en todo momento, pues qué quieres. Ni pizca de emoción.
EliminarGracias a ti por darles sentido, con tu lectura, a mis 300 palabras, Jesús.