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Mostrando las entradas etiquetadas como Joaquín Sabina

Es mentira

No es la primera vez que escribo sobre contar mentiras . Pero es que en Leer para escribir Nubeteca , el club de lectura y escritura en la nube organizado por el Servicio Provincial de Bibliotecas de Diputación de Badajoz, propuse a los participantes que contasen mentiras. ¿Escribir ficción no es eso? Hubo quienes reflexionaron: odio que me mientan, no soporto mentir . Creo que de veras lo sentían así, pero estoy casi segura de que estaban recreando grandes mentiras, traiciones, dobles vidas, y asuntos de ese jaez. Porque... está demostrado: mentimos todos los días. Puedes argumentar que tú no eres de los que van mintiendo a troche y moche. De acuerdo. Puede ser que tú cuentes una mentira a la semana y otro u otra veinte cada día. Pero mentir, mientes. Mentimos. Y, ¿sabes qué? Benditas mentiras.  No te gustaría vivir en El Tiempo de la Verdad . ¿Te imaginas que en nuestra carta de vacunación figurase la Vacuna Contra la Mentira? A priori parece un mundo perfecto: cero corrupción, cer

Diminutivos

Para saber si sois compatibles, no hay nada mejor que la convivencia. Ya sé que cuando el otro tiene un hogar propio, es complicado. Si ese es el caso, utilizad el sucedáneo de la convivencia: viajad juntos.  Advertencia : cuando viajamos, un suponer, con un compañero de trabajo, lo habitual es hacer concesiones. Que el susodicho no quiere desayunar en una cafetería de ensueño y te mete, a trompicones, en una tasca de mala muerte en la que gentes de todo jaez se meten entre pecho y espalda unos huevos fritos a las ocho de la mañana, pues nada. Sonrisa y, como diría el humorista David Cepo , p'alante con eso . Que la susodicha no atiende a razones cuando la instas a caminar por una avenida preciosa y se empeña en transitar, de noche, por un callejón que tiene toda la pinta, pero toda, de ser el basurero del barrio... pues, siguiendo al gurú Cepo: p'alante .  Uno de los dos tiene que adaptarse, ser flexible, transigir, y tal. El p'alante de toda la vida.  Lo que pasa es que

Cascabel

 No supo quién era hasta que oyó su voz. Estaban sentados en el banco. En el mismo en el que solían sentarse su marido y ella. Sinvergüenzas.  Se había acercado como un depredador de los documentales de la 2. Los había dejado de ver cuando él la dejó a ella.  Muy cerca, separada de la parejita feliz por un seto desarreglado, distinguió el timbre de su voz. Alegre, como el tintineo del cascabel que se balancea en el pescuezo de un cordero.  Se quedó en shock. Y supo que había tenido la culpa. La culpa, no. La responsabilidad. Tampoco. Sus acciones habían actuado de catalizador. De acelerante.  Todo empezó como una broma. Su marido era un poco distraído. Cuando él dejó el teléfono en el banco del parque (en el mismo en el que ahora pelaba a la pava rubia ), en un impulso  tonto lo guardó en su bolso.  Ese fue el principio del fin.  Cuando él metió el coche en el garaje, ella le preguntó, con cierta ironía: — No habrás perdido algo, ¿verdad?  Él, con cierta inocencia, respondió:  — Pue

Aquí soy feliz

  Aquí soy feliz , le decía una mujer a alguien que estaba muy lejos de allí. Ella era una señora de pelo blanco, gafas graduadas, falda y blusa recatadas. Iba paseando del brazo de otra señora pulcra y arreglada, como ella. Aquí, soy feliz , proclamaba una y otra vez a través del móvil a alguna persona que, me gusta pensar, la escuchaba atentamente. Feliz. Fue en una mañana de domingo de hace unos meses, en un paseo junto al mar que estaba plagado de caminantes, de corredores, de perritos, de bicicletas, de hombres y mujeres aupados a patinetes, de gentes vocingleras. Hacía calor, un calor de esos que te dejan exhausto, que humedece cada fibra de tu ropa, de tu ser. Pero aquella señora decía ser feliz.  Hace unas semanas fui a la peluquería pues tenía un compromiso en un lugar en el que fui feliz e infeliz, un lugar al que en realidad, no quería volver. (Fui, estuve, regresé. No me apetece volver. Ya no es mi sitio).  La peluquera me contó de un viaje reciente  con una amiga que inten

Bailar con el más feo

 Me quejaba hoy mismo de lo de ahora y de lo de siempre. La especulación, lo infame de las eléctricas, el sinsentido de la guerra, los intereses de unos pocos que ya son riquísimos y aún quieren más. Más. Del bicho, del aislamiento, de la inseguridad, de no saber a ciencia cierta dónde estaré en un par de meses, si tendré trabajo, si no. Esas cosas de las que estarás más que aburrido. Ya me perdonarás. El caso es que me quejaba sí, y me quejaba mucho y por extenso, y repetía que ya no podía más con la incertidumbre, con el desasosiego, con el no saber con qué noticias nos golpearán los informativos esta noche. Los audios no eran mensajes, no, se habían convertido en verdaderos pódcasts. Más extensos, mucho más, que este que estás escuchando ahora mismo (si es que me escuchas y no me lees. Por cierto, gracias). Pero, al terminar, por fin, de quejarme, de lo más profundo de mi inconsciente surgió la expresión: qué le vamos a hacer. Nos ha tocado bailar con la más fea. Pues bailemos.  Pue

Vamos a contar mentiras, tralará

Busco mentira en el diccionario de la Real Academia Española, y qué cosas.  Expresión o manifestación contraria a lo que se sabe, se piensa o se siente.  Cosa que no es verdad.  Etcétera.  El sábado escuché a Chema Alonso, el hacker bueno , en Plano Corto, el podcast de Almudena Ariza . Decía: Mi gran miedo es cuando la Inteligencia Artificial desarrolle la destreza de mentir para conseguir sus objetivos. Puede ser muy salvaje.  Los seres humanos somos geniales mintiendo, cientos de miles de años de práctica nos avalan.  Leo en El Domingo de las Madres de Graham Swift:  Contar historias, contar cuentos. Siempre con la insinuación de que traficas con mentiras. Pero para ella no sería nunca otra cosa que la tarea de llegar a la médula, al meollo, al corazón, al núcleo, al fondo: la empresa de contar la verdad.  Me pregunto si estas columnas, en las que suelo sembrar más de una mentira para proteger la verdad (como quien oculta un jardín secreto tras una puerta encantada), no serán nada

La otra mujer

 Voy a contaros una historia íntima, personal. Hace años descubrí que tras el retrato que le hizo Francisco de Goya a Leocadia Zorrilla, se ocultaba la figura de otra mujer.  Leocadia Zorrilla. Francisco de Goya.  Ella, es Juana García Ugalde, una actriz de teatro del siglo XVIII que tuvo una fama efímera. Juana era bellísima, pero según decía Leandro Fernández de Moratín era, también,  frigidísima y yerta . Qué crueles sus palabras hacia Juana, la Mariquilla de La comedia nueva o el café . Durante unas cuantas funciones (pocas) la Ugalde fue la estrella de uno de los teatros de Madrid. Años después, volvió a representarse, pero la protagonista fue otra, una meritoria más joven, más bella y más dotada para el teatro, según decían todos.  A Juana se le perdió la pista en los albores del XIX en Cádiz; debió morir demasiado joven y demasiado pobre, lo propio tras una vida bregada en miseria y decepciones. Desde el mismo momento en que descubrí la sombra fantasmal de Juana en la web del M

A veces

Como escribe Rosa Montero, las vidas son siempre mucho más pequeñas que nuestros sueños; incluso la vida del hombre o la mujer más grandes es infinitamente más estrecha que sus deseos. La vida nos aprieta en las axilas, como un traje mal hecho.  Por eso, los seres humanos nos hemos inventado artificios: nos contamos cuentos, nos cantamos canciones, hacemos tapices, acuarelas. Aunque, mirando atrás tengamos la sensación de haber vivido varias vidas, son solo variantes de la misma. Pero tenemos la palabra, la música, el color azafrán, la belleza.  Hace años proyecté escribir todas las vidas que cita Joaquín Sabina en la conocidísima  la del pirata cojo, con pata de palo .  Solo escribí una . Pirata abandonado , de Jessie Willcox Smith. Aún así, confieso (y llegados a este punto he de confesar que no sé por qué os hago tantas confesiones, la verdad), confieso que muchas veces, juego a imaginarme distinta. Cantante de orquesta, por ejemplo. ¿Me imagináis aferrada a un micro de pie, cantand