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Fe de erratas

Dedicado a Nicolás, por advertir la errata divertida... He estado pensando en las erratas. Por mucho que corrijas y leas, por mucho que otros te lean, siempre se cuela alguna errata. Me refiero a esos pequeños cambios involuntarios que son capaces de alterar el sentido de una frase: una sílaba que se desvanece, una palabra que se ha ido a bailar a una línea equivocada, una letra que ha decidido cambiar de sexo. Todas esas cosas enojosas que hacen que lo que escribes no tenga ni cabeza ni pies, y donde debería decir amores, has puesto ardores y donde debería leerse retoños, dice redaños. Y todo así.  Cuando Rosa Montero publicó El peligro de estar cuerda , compré un ejemplar malherido. Lo tengo junto a mí ahora mismo. En el capítulo “Como los niños en el cementerio”, en las páginas 173 y 174, en la parte superior de un retrato de Emily Dickinson (la autora del verso que titula la obra de Montero) se volatilizaron unas palabras. Nuria Labari, amiga de la escritora, le hizo notar que est