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Mostrando las entradas etiquetadas como Escribir

Silencio

Si lo que vas a decir  no es más bello que el silencio no lo vayas a decir El Último de la Fila Con el prólogo de  la segunda temporada de De eso no se habla , aprendí que, en música, un calderón es una pausa o reposo que dura lo que quiere la persona intérprete. El silencio que genera se rompe con más música, o con aplausos.  Me parece un concepto muy hermoso para quebrar mi propio silencio y volver a escribir y leer mis 300 palabras tras dos semanas de pausa.  Mi silencio ha tenido que ver con esa vida que sucede mientras haces planes. Mi reposo no ha sido tal. Mi parón ha sido porque, entretenida y ocupada con las obligaciones, mis palabras (y, por tanto, yo) quedaron relegadas a un improbable momento en el que tuviese más tiempo, más ganas. En el que la inspiración, cual musa griega, tornase a mí, rodeada de fanfarria y chirimías.  Ya. Ya sé lo que piensas. No, no funciona así.  Hace unos días alguien me dijo que me notaba más alegre. Que mis columnas semanales, pese a ser genia

El patio de luces

Te escribo desde un hotel. Hace unos instantes, el llanto de un niño de pecho se ha colado en la habitación. Huele a pollo frito en desesperanza, suena el runrún de los aparatos del aire acondicionado y hay un patio de luces siniestro y sucio por el que se asoman las vidas de un francotirador, una ladrona de bancos, un mal estudiante y una pareja que vive, culpable y ardiente, en una relación clandestina.  Estoy sola en Madrid y, si me perdiese por las calles de esta ciudad que no me comprende y a la que no comprendo, pasarían muchas horas antes de que alguien me echase en falta. Podría desaparecer para siempre y nadie sabría qué habría sido de mí. No sé si la mujer que vive en el cruce de caminos que es esta glorieta grande, ruidosa y sucia, se acordaría de mí. Creo que no. Pese a que en estos días nuestras miradas se han cruzado varias veces, ella sólo está pendiente de sobrevivir.   Es inevitable sentirse sola en una habitación de hotel. Es inevitable sentir la tentación de la hu

Y tú, ¿a qué te dedicas?

De niña quería ser periodista (corresponsal de guerra o redactora de sucesos) y escritora de novelas de misterio. Esto es, quería leer la colección completa de Tintín, los libros de Agatha Christie, los viajes de Verne, y las exploraciones (con merendola incluida) de Los Cinco. Esto es, quería escribir alambicados asesinatos de chicas rubias en mansiones inglesas donde el mayordomo, ese ser imperturbable, siempre era el principal sospechoso. Décadas después supe que la vida es azarosa y que, a veces, completa círculos divertidos. No sé por qué no tengo más arrojo cuando me preguntan a qué me dedico. Debería decir que a leer y a escribir... pero de una manera peculiar. Cada obra es para mí una casa en la campiña inglesa a la que me han invitado a tomar un té con pastas. Yo sé que hallaré en ella dificultades, secretos, enredos y líos (de los de amor y de los de odio) o, tal vez, alegatos a favor de la belleza. Sea como sea, me adentraré en esa casa con todos mis artilugios de detectiv

El bolígrafo

Pocas personas lo saben pero, cuando dedico mi novelita en papel , utilizo un precioso esferógrafo Mont Blanc . Es blanco y plata, pequeño y suave al tacto y con él me siento como una actriz de Hollywood de los años 40.   Pocas personas lo saben pero, cada vez que escribo con él, recuerdo a mi yo de ocho años, cuando en el colegio una de mis redacciones fue merecedora de un premio. Era, fíjate tú qué cosas, un bolígrafo plateado. La entrega de premios (ocho bolígrafos para ocho niñas) se realizó en el salón de actos, un teatro fantástico con butacas y cortinas pesadas de terciopelo rojo.  No sé cómo me hubiera sentido escribiendo con aquel bolígrafo, porque solo lo vi de lejos. El día anterior, con el corazón brincándome en el pecho, llevé mi redacción a casa para contarlo. Y, por la mañana, con la emoción, la olvidé en mi habitación.  Seño, me he olvidado la redacción.  ¡Eres muy despistada!  ¿Puedo ir a buscarla?  ¡No! Así aprenderás. No sé qué es lo que quiso enseñarme, pero nunca o

Ella

Durante noviembre he salido de casa muy poco. Y, entretanto el verano, como un amante traicionero, se fue sin avisar. Y el otoño, como un novio veleidoso, aparece y desaparece, acordándose de mí solo si no tiene otros planes. Mientras, yo, enfrascada en el hacer y el deshacer. En esto que algunos llaman vivir. Y de pronto ha pasado un año, otro. Y los azares, las rutinas y los meses se han sucedido sin que yo lo haya advertido. .   Durante noviembre he salido de casa muy poco y, cuando lo he hecho, ha sido para entrar en otra casa: la de una mujer joven y hermosa, muy querida para mí. Ella teje y desteje, e imagina qué sucederá en los años que vendrán. Ojalá esos años insospechados sean brillantes y bellos como un cielo azul en invierno.  Hemos estado juntas muchas horas, trabajando. Yo, haciendo y deshaciendo palabras. Ella haciendo y deshaciendo ligamentos de lana. Yo, enredando con el ordenador. Ella, enredando en el telar: la urdimbre, la lana, la canilla, la lanzadera, el peine. 

Cocinando

Siempre escribo estas 300 palabras y, después, solo después, busco la canción para acompañarlas. El texto es el plato fuerte, el pescado, la carne, o el trampantojo culinario: lo que parece, lo que crees y lo que es. La canción es el vino. Dulce o amargo.  Pintxo 'Habanito' de Casa Vergara, del 2008. Anxo Badía Esta columna se está cocinando al revés. Voy poniendo las palabras, una a una, en la sartén, con aceite de oliva virgen extra, sal, cebolla, tomate. Llevo puesto un mandil amarillo y, de fondo, escucho A contratiempo de Ana Torroja. Las palabras llegan quién sabe de dónde.  Alma.  Cartas viejas.  Corazón. ¿A quién quiero engañar? No sé escribir sin música. No sé.  Lluvia.  Fotos. Madrugada.  Estoy leyendo mucho estas últimas semanas.  ¿A quién quiero engañar? Estoy leyendo mucho, como siempre.  Y hoy, tengo entre las manos lo último de María Belmonte: sus vagabundeos por el norte de Grecia .   De Brian Donovan - Trabajo propio, Dominio público En Pela , María Belmonte n

En busca de un tema

  Carmen Laforet en una fotografía del archivo familiar, tomada de aquí: Carmen Laforet: el silencio de una escritora .  “En la gran soledad de esta tarde de domingo no hay más remedio que ponerse a trabajar. Las circunstancias son buenas para ello. (…) Mi caso de hoy es más complicado, porque no hay disculpa. Siempre hay mil cosas que decir sobre todo lo que en el mundo sucede, sobre todo lo que los ojos han visto o desean ver. Miles de temas están esparcidos por el ancho mundo para que cada cual los encuentre y los vea a su manera.” Releo los artículos recopilados en Puntos de vista de una mujer de Carmen Laforet, y mi atención queda prendida de éste al que le he robado el título y la intención: En busca de un tema .  Como Laforet (qué osadía), voy a consultar la palabra del día de este miércoles, 13 de octubre de 2021, del Diccionario de la Real Academia Española (nuestra autora se manejaba con el diccionario de Espasa): “saponificar”.  Y, no tanto la palabra (soy sincera) como su

La otra mujer

 Voy a contaros una historia íntima, personal. Hace años descubrí que tras el retrato que le hizo Francisco de Goya a Leocadia Zorrilla, se ocultaba la figura de otra mujer.  Leocadia Zorrilla. Francisco de Goya.  Ella, es Juana García Ugalde, una actriz de teatro del siglo XVIII que tuvo una fama efímera. Juana era bellísima, pero según decía Leandro Fernández de Moratín era, también,  frigidísima y yerta . Qué crueles sus palabras hacia Juana, la Mariquilla de La comedia nueva o el café . Durante unas cuantas funciones (pocas) la Ugalde fue la estrella de uno de los teatros de Madrid. Años después, volvió a representarse, pero la protagonista fue otra, una meritoria más joven, más bella y más dotada para el teatro, según decían todos.  A Juana se le perdió la pista en los albores del XIX en Cádiz; debió morir demasiado joven y demasiado pobre, lo propio tras una vida bregada en miseria y decepciones. Desde el mismo momento en que descubrí la sombra fantasmal de Juana en la web del M

Casas

Hace unos meses me mudé a esta casa. La he ido decorando como he podido, con mejor o peor fortuna. Lo primero que hice fue poner un felpudo en la entrada, y frente a la puerta, sobre una mesita, una planta de hojas verdes y frondosidad escandalosa. De fondo, cada semana, suenan músicas distintas que hacen juego con mi estado de ánimo. Y 300 palabras que voy prendiendo de los rincones de algunas de las estancias. Algunas os gustan mucho. Otras poco, o quizás nada. Pero aquí sigo, inasequible (o casi) al desaliento.  Es curioso cómo esta casa se escribe desde mi casa y mirando a otras casas. Mi ordenador se pega al alféizar de una ventana que da a un parque pequeño, doméstico y, a todas luces, insuficiente. Ahí están los perros paseando a sus seres humanos. En las farolas, llueva o haga sol, suelen arrullarse las palomas. En las ventanas se adivinan rostros sin nombre.    Soy la muchachita del triste poema de Pessoa, aunque me gustaría ser el conductor del Chévrolet .  Pintura de Neus Ma

Una casa nueva

Me mudo. Me vengo a  esta casa que imagino con plantas en el alféizar de las ventanas, y luz acuchillando los suelos. Una casa nueva para amueblar, elegir cuadros, cortinas, lámparas, tapices y alfombras. Que mire a la ciudad, o al mar, o a un campo de girasoles. Al mundo. Estrenar una casa conlleva sus incertidumbres y sus desasosiegos. ¿Qué viviré en ella? ¿Cuánto tiempo me quedaré? ¿Tiene algún sentido, a estas alturas, escribir un blog? ¿Alguien lo leerá?  Antes de éste, yo tenía un blog al que dejé morir de inanición:  Cuántos Cuentos Cuentas Tú . Una mezcolanza de relatos, fotografías, reseñas, impresiones, y un largo etcétera. Paulatinamente, perdí el interés por seguir escribiéndolo. ¿Me ocurrirá lo mismo con  La columna del jueves ? No lo sé. Siempre quise escribir. Novelas, artículos, entrevistas. Y tener una columna fija, en un periódico de tirada nacional. Puede ser que nunca publique una novela, que nunca me llamen de un diario, pero nada ni nadie puede impedir que escriba