Nadie puede ser totalmente feliz, a las ocho de la mañana, en el Metro. Ni siquiera la cosplay de pelo azul y flequillo insolente. No lo es el niño de doce al que su madre acomoda en el asiento, la mochila entre las piernas, las arrugas de las sábanas en la frente, el beso en la mejilla, el ademán del adiós. Tampoco el joven trajeado que consulta el correo electrónico en su móvil, con la expresión trágica del que ha cometido un error irreparable.
Nadie puede ser feliz, a las ocho de la mañana, en el Metro. No lo es la mujer que se aloja, por trabajo, en un hostal desapacible. No lo es el cantante que pide unas monedas, ni la señora mayor que lee, ni el hombre que lleva unos auriculares para escuchar un pódcast de divulgación científica o un audiolibro de amor.
Nadie puede ser feliz en las entrañas del Metro, bajando escaleras mecánicas, corriendo por los pasillos iluminados artificialmente, saltando al vagón mientras suena el aviso irritante de cierre de las puertas automáticas. Ni siquiera pueden serlo las guapas estudiantes que visten uniforme: faldas tableadas, camisas blancas, rebecas de lana, y, en un alarde de rebeldía inocua, botas Dr. Martens.
Nadie puede ser feliz en el Metro mientras nombra (para sí y muy bajito) las paradas que restan para bajar y emerger a la ciudad. A una ciudad en la que Gloria Fuertes parecía estar pensando cuando escribió: la gente corre tanto porque no sabe dónde va, el que sabe dónde va, va despacio, para paladear el ir llegando.
La mujer que se aloja en el hostal inhóspito es de las que va por la vida despacio, será por eso que piensa que nadie puede ser feliz, a las ocho de la mañana, en el Metro.
Justo esta mañana, yendo a trabajar a las 9 de la mañana, un poco desapacible, amenazando lluvia, cielo encapotado y gris, al pasar al lado de una obra, había un chico jovencito (no más de 25) pertrechado con su mono de trabajo, braga, gorro y guantes y su cara era de tal resignación y abatimiento que no he podido menos que pensar algo similar al sentimiento que relatas en la columna: que nadie puede ser feliz trabajando un 19 de diciembre a las 9 de la mañana. Nos ha conectado el universo a través de un pensamiento, supongo, si nos ponemos un poco místicas, jajaja.
ResponderEliminar¡No tengo pruebas, pero tampoco dudas! Un abrazo, Josué. Y gracias por leer :-)
Eliminar¿Quizá salvo que el metro te esté llevando hacia ese encuentro que tanto deseabas?
ResponderEliminarTe he descubierto hace nada. Y me gusta leerte.
Saludos!
¿Quién sabe? :-D Pues muy bienvenido/a, y muchas gracias por tu lectura y compañía :-)
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