Los minutos pasaban como transcurren los años cuando ya no eres joven. Veloces y lentos, espesos y líquidos. Todo a la vez, pero no en todas partes. El autobús, animal mitológico con achaques, bramaba en las cuestas, se sofocaba en las rasantes y rebuznaba en las curvas cerradas del puerto de la sierra. Aún quedaban horas por delante para llegar a la ciudad del Guadiana, y el viaje de introspección la mantenía callada y temblorosa. El viaje real, el físico, la había trasladado a un estado de suave nostalgia, casi una saudade, algo parecido a lo que se siente cuando se escucha una y mil veces la misma canción. Esa que te entristece y, sin embargo, te eleva de las miserias cotidianas en una imposible y sutil búsqueda de la belleza. No sabía por qué había decidido irse, en mitad de una semana laborable en la que, por otra parte, no tenía programada ninguna visita ni cerrado un solo itinerario de trabajo. No lo entendía, solo sabía que había sentido que debía ir y encontrarse con aqu
El otro día, en Twitter, una escritora difundió una de esas noticias cuyo titular busca el clic fácil, rápido e interesado. Algo así como que las mujeres pueden (podemos) escribir novela negra igual o mejor que los hombres. Otra escritora contestó: También hay mujeres que escriben novelas mediocres. La igualdad no va por ahí: tenemos el derecho a hacerlo igual de mal que muchos hombres . El eco de estos tuits se quedó revoloteando sobre mí, cual danza de estorninos. Ese molesto revoloteo se unió a una conversación que mantuve con una amiga. Me contaba que en otros países europeos, a la hora de confeccionar un currículo, de afrontar una entrevista, los esfuerzos realizados para conseguir una beca, un proyecto… contaban, y mucho. No el éxito, ni el fracaso. El intento. A mí no se me ocurriría contar, en una entrevista de trabajo, mis fracasos. No, porque sólo se valora el triunfo, el logro... pero, ¿cómo ser bueno en algo sin haber caído o tropezado alguna vez? Tal vez ese titular s