Cómo era posible que otra vez hubiese caído en la trampa de dejarse acompañar por él. Siempre la misma historia. La cara de ajo. La mueca escéptica. Mirando el móvil cada dos por tres. Revolviéndose, impaciente, en la butaca de la grada. Era insoportable. Nunca disfrutaba cuando ella iba a los conciertos del músico loco. Lo miraba, crítica, condescendiente y con desprecio. Le señalaba todos y cada uno de sus muchos y variados defectos: ay, qué vergüenza, no cantes, que lo haces fatal. Deja de saltar, que pareces un chimpancé. ¡No seas ridículo!¿Cómo se te ha ocurrido ponerte esa camiseta de los ochenta? Ella y él, por azar de la compra electrónica de unas entradas para un concierto de su artista favorito, cantan y bailan, pese a las miradas censoras de sus respectivas parejas. Él observa, de refilón, al marido. Ella mira, de soslayo, a la mujer. Él y ella son muy distintos, al menos, físicamente. Ella es pelirroja, poseedora de una melena de rizos indómitos. Él luce un corte a cepi
La vida, simplemente, ocurre. Luego, nos la contamos cronológicamente, para tratar de encontrarle un sentido. Un significado. Para intentar comprender el cuándo, el cómo y el porqué. Sin embargo, todas las veces, los hechos, las personas, las alegrías y las penas, van y vienen, mientras nosotros, Alicias zarandeadas por las circunstancias, tratamos de no verter el té en la surrealista merienda del Sombrerero Loco . Ocurre, sí, ocurre. Ocurre que a veces la desdicha nos persigue, adherida a nuestra piel y no podemos desembarazarnos de ella. También pasa, en muchas ocasiones, que una suerte de alegría o de ligereza nos envuelve, como el aroma del azahar o el blanco de los pétalos de unas flores silvestres. El aire parece pesar menos y, al mismo tiempo, llevar cientos de mensajes odoríferos que sólo intuimos, pero que se nos antojan vibrantes, luminosos. Foto de Jero Sánchez Y, a veces, sin que sepamos muy bien cómo ni por qué, se organiza una jauría. Y nos señala. La jauría puede ser