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Mostrando las entradas etiquetadas como Literatura

Isla de tiempo

Leí, hace algunos meses, la novela Mindfulness para asesinos , de un autor alemán que pretende mostrarnos el lado oscuro de esta práctica basada en la meditación que consiste en entrenar la atención para ser consciente del presente .  El protagonista de la novela está estresado. Natural. ¿Cómo no estarlo? Si lo estoy yo a nada que se me juntan tres o cuatro proyectos para otras tantas instituciones. Pues él va por la vida como un barco a la deriva, como un avión con el fuselaje agujereado. Nada de consciencia. Nada de lentitud. Nada de atención. A lo loco. Sin tiempo para, qué sé yo, detenerse a oler el aroma de las rosas, jugar al pilla pilla con su hija, comprarle un regalo a su mujer para celebrar su aniversario de boda. Cosas así. Pobre. Hasta que entra en su vida el mindfulness y el concepto isla de tiempo . No sé tú, pero yo me manejo fenomenal en esto de la isla de tiempo . Hay quien dice que no desconecta, que tiene que obligarse a descansar, que ser productivo es un impera

No te conozco

Estas últimas semanas he estado pensando en esos encuentros inesperados en los que el otro o la otra te conoce, sabe de ti, te llama por tu nombre… y tú no tienes ni idea de quién o qué es el ser  que tienes delante. Suelo preciarme de tener buena memoria para recordar a los que pasaron por mi vida (no han sido tantos, ni tantas, pese a vivir ya varias décadas mi trajín por este mundo no ha sido especialmente llamativo), pero a veces, me ocurre. Lo peor es cuando no te acuerdas, pero ni remotamente, de quién es, y él o ella, no para de revivir anécdotas, bromas, risas y veras. Te pregunta por tus amigas, y las conoce, y tú no sabes dónde meterte. No sabes quién es, pero has perdido tu oportunidad. Debiste decírselo al principio, en los primeros segundos, pero has dejado que hablase, confiando en recordar… Pasan los minutos, el recuerdo no llega y sólo quieres escapar.  Es curioso, pero esto, que es tan incómodo, nos sucede más a menudo de lo que creemos. No me refiero a esos encontro

En la boca del lobo. Elvira Lindo

Te quería contar que hace unos meses gané un ejemplar en papel de una novela.  Se trataba de un concurso algo atípico: tras escuchar la entrevista de Cristina Mitre a Elvira Lindo, había que extraer una frase para titular el episodio de una manera alternativa. Sólo una.  Confieso que envié dos a la dirección de correo que Cristina facilitó. La primera fue con la que concursé, y la segunda la seleccioné por una de esas cosas que tiene la vida y que se quedará para mí. Ignoro si Cristina (o alguien de su equipo) eligió mi mensaje por el primer o por el segundo titular pero, desde que hice clic en enviar, experimenté el convencimiento, tan íntimo como injustificado, de que ese ejemplar dedicado por Elvira Lindo, sería para mí. Cuando me traspasa una intuición similar (me pasa pocas veces, pero me pasa) no suelo comentar nada a nadie. No compartí esa certeza mía, tan clara como infundada, de que sería yo la agraciada con la novela dedicada por Elvira.  Y, sí. Fue para mí. Leo mucho y mu

Con cuidado y ternura

Cuando terminas de leer la última página de una novela tan compleja y magnífica como lo es El retrato de casada de Maggie O’Farrell, es harto difícil presentarla. Cómo elegir sus mejores galas para que tú, lector, quedes prendido y prendado de ese texto y sólo sientas alivio para tu anhelo cuando emprendas su lectura. Cuando desvistas todas sus capas secretas, cuando, con atrevimiento y cuidado, con mucho cuidado, la limpies con un trapo empapado en vinagre y alcohol, y descubras la historia secreta que quiere contarte la escritora irlandesa.  De Alessandro Allori. - Desconocido, Dominio público. La novela de Maggie O’Farrell es una inspiración en torno a la brevísima vida de Lucrezia di Cosimo de’ Medici d’Este, duquesa de Ferrara , una niña que nació y murió en el siglo XVI. Demasiado temprano. Demasiado pronto.  Hay muy poca información sobre la vida de Lucrezia, hija del gran duque Cosimo I de’ Medici, así que Maggie O’Farrell utiliza la literatura para llegar allí donde la Hist

Gozo

En la ciudad grande soy eficiente, el estrés resulta ameno (ya se sabe lo que se elige entre el dolor y la nada). En la isla, en cambio, vivía de mirar el cielo, que era más grande que en cualquier otro lugar. Un reflejo azul porque, de tan pequeña, la isla es casi agua. Yo solía ser una de esas figuras que caminan sobre las azoteas, y disimulaba mi labor de lectora y contadora de nubes. ¿Cuál es tu oficio?, me preguntaban. Tenía que morderme la lengua para no decir que los idealistas nunca han vivido de la tierra.  Azahara Alonso rememora los meses que pasó en Gozo , una isla del archipiélago de Malta. Azahara nos sumerge en esa burbuja suspendida en el tiempo en la que se dedicó a pasear, a mirar por la ventana, a escribir en sus cuadernos. Un año sabático en el que las lecturas, las reflexiones, la calma y los isleños entran y salen de estas páginas que nos recuerdan cómo se respira de manera consciente y por qué somos mucho más que la posible utilidad de lo que hacemos.  Es este li

Aguanta, corazón

Leyendo la última novela de Susana Fortes recordé el vídeo viral de la niña que se empuja a sí misma en lo alto del tobogán. En Nada que perder , la autora comenta un fragmento de la Odisea. Cito:  “Hay un episodio de la Odisea en el que Ulises regresa a Ítaca exhausto, vencido y cubierto de andrajos y se acuerda de sus amigos muertos. Está a punto de rendirse, sin fuerzas. Entonces, en un impulso de amor propio, aprieta los dientes y se pone en pie. Las palabras que pronuncia son sólo dos. Se las susurra al oído la diosa Atenea: “Aguanta, corazón”. Y esas dos palabras lo salvan. Si los dioses están a tu lado, todo es más fácil. En eso consiste tener suerte”. Es cierto. Si los dioses están a nuestro lado, todo es más fácil. Tal vez eso sea la suerte. La buena suerte. Y no puedo evitar pensar en esa niña que se empuja a sí misma. Ese empujón simbólico son las mismas palabras que la diosa Atenea susurró a Ulises: "Aguanta, corazón". Quizás la diosa se las dijo a la niña.  E

Cruce de calles

Hay un poema de Cristina Peri Rossi , Cruce de calles , que recrea el encuentro entre dos personas que fueron amantes. Que se amaron. Y se encuentran. El poema es el diálogo que mantienen, al que se suma el monólogo interno de la voz poética, que se pregunta por qué no se muere ahí mismo, ahí mismito, de la impresión. En cambio, morirá algún día de alguna cosa fútil, vana. No por ese encuentro que para esa voz significa tanto. Porque el otro, la otra, significó todo en su momento. Quizás, tal vez, aún.  ¿Has experimentado algo así? Fotografía tomada de aquí .  Te detienes junto al semáforo, te topas con él, o con ella, y le haces observaciones absurdas, ridículas y la otra o el otro, te dice cosas estúpidas, mientras tú (acaso él también, acaso ella también) piensas que qué impresión, que se le ve más delgado, o más flaca, que está mayor, pero que está guapa, que está guapo, que tiene la misma sonrisa, la misma mirada de cachorro distraído. Sí, ya sabes que es la miopía, pero es más po

Plano aberrante

Hacía mucho tiempo que no leía nada de Stephen King. A los quince años me poseyó una fiebre inexplicable que me empujó a leer todas las obras que caían en mis manos, pero una vez pasada aquella etapa, me desligué de la producción bibliográfica del maestro.  He leído hace poco Billy Summers   y, además de encontrarme una novela negra entretenida y ágil en la que el autor reflexiona sobre escribir y sus alrededores (como lo catártico del proceso), me topé con esto:  "Todo este asunto le huele mal. No muy mal, solo un poco. Es como una de esas tomas que a veces se ven en las películas en que la cámara se ladea ligeramente para crear una sensación de desorientación. Plano aberrante es como llaman a esa inclinación en el mundo del cine y es la impresión que le genera este trabajo".  Seguro que sabes de lo que habla (aunque el trabajo no sea el mismo que le encargan a Summers, espero).  Recuerdo una vez, hace siglos, allá por la Edad del Hierro. Yo había ido a hacer una prueba a un

Más allá de los almendros

Una de las últimas novelas que he leído ha sido Los ingratos de Pedro Simón. Prendida de un trocito de mi ser, se ha quedado Eme .   Eme es grandota, sorda, analfabeta. Anhela amar, pese a las privaciones, la desgracia. O, quizás, por ellas. No desea ser amada, no. Sí tener la oportunidad de dar amor.  Dice el autor que es la historia de una pérdida. Digo yo (con el permiso que me otorga su lectura) que también es el relato de una culpa adquirida, de una soledad indeseada, de unas ansias locas de regalar amor y cuidados. De restituir lo que no llegó a ser. De lo que nunca será.  Photo by Miguel Ángel Sanz on Unsplash La señorita Mercedes , madre de David ( Currete para Eme ) cartografía el pueblo imponiendo fronteras a sus correrías. El niño pronto aprende que esos límites son artificiales y pueden moverse, traspasarse, transgredirse. Eme y Currete , los dos agarraditos de la mano como madre e hijo, en uno de sus  paseos (acaso, el último) van más allá de los almendros, traspasando

Emilia, Elvira, Rosa

Hace unos años, dos especialistas en Julio Cortázar comentaron que los lectores del autor se referían a él como Julio . Y que eso era valioso, entrañable. Estos días me he descubierto llamando a algunas escritoras por su nombre de pila. Escribiendo Emilia. Elvira. Rosa . Y una cosa, me ha llevado a otra: ¿esta excesiva familiaridad es irrespetuosa, irreverente? He concluido que no, las llamo Rosa, Emilia, Elvira, porque las siento cercanas, valiosas. Emilia es Emilia Pardo Bazán y a ratos me refiero a ella como doña Emilia, como Pardo Bazán, o como Emilia, incluso, nuestra Emilia. Para mí la causa está muy clara, desde que leí sus cartas a Benito Pérez Galdós (al que a veces denomino Benito, sin ton ni son), la siento muy humana. La admiro por su obra, por su personalidad contradictoria pero sólida, por su carácter pasional, porque no tuvo miedo de decir y nombrar lo que deseó, lo que quiso. Pero la siento cercana por sus cartas de amor.  Elvira es Elvira Lindo , y cuando escribo o h