Ir al contenido principal

Entradas

Mostrando las entradas etiquetadas como Antonio Vega

La bata

Existe un súper poder muy apreciado cuando se es adolescente: el don de la invisibilidad. A los 16 se anhela ser uno más. Hay una suerte de uniforme que potencia esa invisibilidad, cada generación tiene el suyo: pantalones rotos, medias de rejilla. La capa de invisibilidad de Harry Potter.   Desde los 16 a los 17 disfruté de mi propio uniforme. Sólo que éste me dotó de la capacidad contraria. Me hacía visible. Dolorosamente visible.  Era una bata de trabajo, larga y suelta, bicolor. Era una bata heredada, a saber cuántas chicas la utilizaron antes que yo, a saber cuántas la utilizarían después de mí. La bata, decolorada por el lavado semanal, conservaba el cerco de una mancha, en la parte inferior derecha, a la altura del muslo.  Completaba el conjunto unas zapatillas de invierno de suelas de goma y borreguillo por dentro, como las que usan, en casa, señoras como ahora lo soy yo.  Con aquella bata ayudaba a llevar la compra a los clientes del supermercado .  Recuerdo aquella vez que

La casa rural

Llegamos cansados. No sentía ninguna afinidad hacia mis acompañantes. A menudo el azar, un contrato o la pura mala suerte, te sitúan junto a compañeros contingentes. Aún había de pasar otra noche, y otro día, y otra noche. Menuda calamidad. A las afueras del pueblo hallamos (GPS mediante) aquella casona con nombre de mujer, el nombre de la que nos miraba, reidora y chispeante, inserta en un azulejo de la fachada. Nos recibió el hijo y nos contó la historia o, tal vez, sólo su versión.  Jane Birkin, años 70. Foto Getty Images, tomada de aquí. Esta era la casa del médico, el tío de mi madre. Ella fue una mujer alegre, libre, deseosa de labrarse un futuro. Y se fue a la ciudad.  Allí estaba su hijo, de vuelta a ese pueblo que su madre quiso dejar atrás.  Daba clases de repaso, le iba bien. Era una belleza. Cuando tenía cuarenta años se enamoró de un alumno al que le doblaba la edad. Y, entonces... Entonces, él. El hijo que había regresado al pueblo del que su madre escapó.  Mis tíos la

Expectativas

Ha sucedido de manera paulatina, sí, pero he caído en la cuenta de repente. De pronto, un día cualquiera he descubierto que mis expectativas ante ciertas fluctuaciones de la vida se han visto rebajadas al mínimo.  No espero gran cosa de muchas cosas. Hay ciertas cosas que me dan mucha pereza.  Por ejemplo. Leer a los que quieren rebajar el esfuerzo de los demás. Nadie hace nada solo, no somos vaqueros en el viejo Oeste. Pero ciertas decisiones, con su coste personal; ciertas labores, con sus cientos de horas; ciertas ideas con sus elucubraciones previas... fueron todas tuyas. No del Estado, ni de tus amigos, ni de tu entorno laboral. Tuyas. Mías. Lo hiciste tú. Lo hice yo. Porque otros, otras, con las mismas o mayores posibilidades no lo hicieron. ¿Es esto creer en la meritocracia? No, por dios. Es reivindicar la voluntad, el esfuerzo, el poco o mucho talento que cada uno de nosotros tenemos y que algunos deciden emplear y otros, no. Otros deciden tumbarse a la bartola. ¿Estoy en contr

Esperando nada

Ignoro si es mala suerte, si es torpeza o casualidad, o es que las cosas solo parecen fáciles desde las afueras. Lo ignoro. Pero lo cierto es que nunca acierto a la primera y lo manifiesto así, sin rubor. Siempre cometo una equivocación tal que el funcionario de turno me lo afea, inmisericorde, dejándome indefensa y confusa, con ganas de plantearle la solución definitiva:  — Entonces, ¿qué me sugiere? ¿Que me tumbe en el suelo de mi habitación y me deje morir?  También desconozco si hay más almas como la mía, almas atormentadas por los trámites y los recursos, y las advertencias y los correos electrónicos que te desarman y te extravían. Sí, esos correos en los que un funcionario amparado en una dirección genérica te dice: no, mire, haga esto, haga lo otro, pague la tasa correspondiente. Y luego. Luego llega otra notificación en la que te dice que pagar de nuevo la tasa no sirvió para nada, que has vuelto a hacerlo mal, que lo que has hecho (alma de cántaro) no funciona.  Photo by  Ali