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Mostrando entradas de abril, 2023

Tener o no tener feeling

No quiero hacerme la moderna utilizando palabras en inglés cuando no viene al caso. Pero es que me he acordado que hace años, alguien me dijo que entre las dos había feeling . Que existía una chispa, algo, que nos hacía conectar y llevarnos bien. Y que eso, ese diminuto pero intenso destello, era esencial para trabajar juntas en nuevos proyectos. En tareas de esas que necesitan de colaboración y entendimiento, creatividad y paciencia. Porque en cualquier relación se precisa que el otro te recargue las pilas el día que tienes el desánimo en niveles máximos, o que te aquiete cuando hierves, presa de la indignación, la extrañeza, la incomprensión y las dudas. Recuerdo bien aquella conversación. Yo era casi una pipiola y me quedé ojiplática cuando ella me dijo que creía que entre las dos había feeling . Pues sí, lo había. Y algo más: había respeto.  ¿O será que esa chispa de entendimiento no puede darse sin el consabido respeto? Soy una mujer respetuosa, digamos, de fábrica . Sé reconoce

Regalo de un ejemplar en papel de mi "Hijos del vaivén"

 Querida lectora, querido lector: ¿Cómo estás? ¿También a ti te tira de las orejas el consabido Departamento de Marketing?  Pues resulta que la persona que lo dirige, a la que logro mantener en modo perfil bajo la mayor parte del tiempo, en ocasiones se pone brava y hasta impertinente. Y me ha repetido, insistentemente (me ha dado la turra, vaya), que tengo que hacer un sorteo o un concurso o algo así para celebrar el Día del Libro, pero con el oscuro propósito de hablar y de que se hable (algo, chica, aunque sea un poco) de mi segunda novela autopublicada: Hijos del vaivén .  Nada, no ha habido manera de acallarla. Así que... aquí estoy, proponiéndote un concurso, un sorteo, o algo así. Todo sea porque deje de avasallarme un rato.  Al más puro estilo #autobombo y #turralibro te cuento un poco de qué va mi Hijos del vaivén : un cincuentón se instala en un pisito de alquiler ubicado en un edificio de un barrio obrero a las afueras de Salamanca. Lindando balcón tenemos a Teresa, una muj

Darse cuenta, hacerse cargo

Creo que siempre es más difícil hacerse cargo que darse cuenta.  Uno cae en la cuenta de que ahí no es, de que no quiere ir, de que no encaja, de que no quiere estar, de que eso (sea lo que sea) le angustia. No, ahí no es. Se da cuenta. Lo sabe. Pero sigue. Va tirando, dejándose llevar por la inercia. Aguantando. Pensando que, a lo mejor, mañana se le habrá pasado y querrá ir. O pasado mañana.  Y es que... si no es allí, ¿dónde es? Si no voy allí, ¿adónde iré? Si no me quedo, ¿dónde estaré? En fin, un cúmulo de inquietudes. Darse cuenta puede ser difícil, pero también liberador. Hacerse cargo es duro. Elegir irte aunque no sepas adónde te llevará tu elección. Siempre habrá reparos, estorbos, cosas que hay que terminar, aspectos de los que ocuparse, flecos que cortar, costuras que rematar. Hacerse cargo, sí, eso es lo complicado. Porque conlleva un desasosiego, una incertidumbre. Porque muchas veces el darse cuenta no viene aparejado con saber dónde has de dirigirte. Sólo sabes que no