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Mostrando las entradas etiquetadas como Vida

Más allá de los almendros

Una de las últimas novelas que he leído ha sido Los ingratos de Pedro Simón. Prendida de un trocito de mi ser, se ha quedado Eme .   Eme es grandota, sorda, analfabeta. Anhela amar, pese a las privaciones, la desgracia. O, quizás, por ellas. No desea ser amada, no. Sí tener la oportunidad de dar amor.  Dice el autor que es la historia de una pérdida. Digo yo (con el permiso que me otorga su lectura) que también es el relato de una culpa adquirida, de una soledad indeseada, de unas ansias locas de regalar amor y cuidados. De restituir lo que no llegó a ser. De lo que nunca será.  Photo by Miguel Ángel Sanz on Unsplash La señorita Mercedes , madre de David ( Currete para Eme ) cartografía el pueblo imponiendo fronteras a sus correrías. El niño pronto aprende que esos límites son artificiales y pueden moverse, traspasarse, transgredirse. Eme y Currete , los dos agarraditos de la mano como madre e hijo, en uno de sus  paseos (acaso, el último) van más allá de los almendros, traspasando

Cielo

Últimamente, los comerciales de todo tipo y condición, llaman por teléfono. Antes solían ir casa por casa, a puerta fría, tratando de reclutarte para su compañía del gas o eléctrica. O te vendían máquinas de coser y enciclopedias. Hoy todo es más moderno y aséptico. El bicho infame ha puesto distancia, también, a las relaciones con los comerciales. Sin embargo, siguen pululando los comerciales de maneras antiguas.   Me refiero al método agresivo. Al venga, te ofrezco el oro y el moro, y qué joven eres, cielo, 50 añitos de nada. Venga, venga, dime que sí, dime que sí, y pásame tu última factura, solo para asegurarme, cariño, que eres la titular y por si nos ponen pegas, ya verás cuánto vas a ahorrar .  Fotografía tomada de aquí: "¿Cuántos azules tiene el cielo?" Soy indómita. Voy a mi aire, a mi rollo. No me gusta que cualquiera me llame cielo . Tampoco que intenten halagarme los oídos diciéndome que soy joven. No, ya no lo soy. Lo sé. Mis años son añazos, décadas ya. Cinco. M

¿Cómo? ¿Por qué? ¿Qué es lo que ocurre?

Al principio, estás perpleja, confusa. ¿Cómo puede ser que ese tipo, al que tú conoces en las duras y las maduras, suscite tamaños elogios? ¿Cómo pueden describirlo como un amigo ejemplar, un tío sincero y campechano, alguien confiable con el que subir al Anapurna o ir al bar a trasegar unas cañas?  ¿Cómo? ¿Por qué? ¿Qué es lo que ocurre?  Cómo puede ser que ese hombre machista, que se aprovecha de todo y de todos, que se ríe de ti y del otro y de la otra y del más allá, que es mentiroso, hipócrita, que hace tratos hasta con el mismo demonio, cómo puede ser, te dices, entre aturdida y desorientada, que todos le jaleen, que le crean fantástico, único en su especie, amable, gracioso, un pozo de sabiduría,  amigo de sus amigos. ¿Por qué? ¿Cómo? ¿Qué es lo que ocurre?   Entonces, te enfadas. No, con él, no. Con esas personas formadas, simpáticas, trabajadoras, buenas en lo suyo, que parecen solidarias, feministas, progresistas, que enarbolan la bandera de la sororidad y la empatía. Parecen

El minuto de oro

 Leyendo Los días perfectos de Jacobo Bergareche, me topé con una reflexión situada, creo, en el centro de lo que el escritor quiere contar.  Leo:  “En la televisión en abierto llaman el minuto de oro al pico de audiencia de la jornada, que suele corresponder al momento álgido del programa más popular del prime time. Pienso a menudo en el minuto de oro de mi día, de mi verano, de mi fin de semana. Se lo pregunto a mis hijos a la vuelta de cada excursión, de cada viaje, de cada episodio presuntamente memorable de sus vidas: cuál fue vuestro minuto, No suelen tenerlo claro, les cuesta mucho decidirse por uno. Entonces se lo pongo más fácil, les digo que seleccionen tres o cuatro candidatos a minuto de oro, y de esa manera empiezan a rememorar sus grandes momentos, a transformarlos en narraciones”.  Y fue inevitable.  Photo by Ivan Diaz on Unsplash ¿Cuál ha sido el minuto de oro de mi verano? ¿Cómo ha sido el resto de los minutos que pasaron, sin pena ni gloria, pero que conforman mi vi

Ser de luz

 Esta semana estoy reivindicativa. No soy un ser de luz. Hay cosas (muchas o pocas, echad la cuenta) que me dan mucha rabia.  Me da mucha rabia no poder decirle a una amiga te lo dije, yo tenía razón . Me da rabia porque si se lo digo, igual se molesta, y sí, yo tenía razón . Pero lo que más rabia me da de todo es que cuando me atrevo a decírselo (de manera sutil, para que no se soliviante),  ni se inmuta. ¿Para eso me he conducido con tantos miramientos?  Luego está el tema de la contemporización. ¿No os pasa que queréis contarle algo a un amigo, para que concluya contigo que has hecho bien, que vaya personaje, que desde luego, que vaya, vaya ? Y resulta que no. Que el amigo en cuestión (no quiero señalar a nadie), comienza a contemporizar y a explicarte, bueno, es que en algunos casos se pone, y además, porque verás … Yo no quería explicaciones, ni que contemporizase. Quería apoyo total. ¿Qué ya lo había contado, digamos, a 1, 2, 3, 4 personas y había obtenido apoyo total?  SI. Pero

Eclipses

En el cuento de Augusto Monterroso, en lo más profundo de la selva y amenazada su vida, fray Bartolomé Arrazola desdeña a sus captores e intenta, sin éxito, un engaño salvador:  -Si me matáis -les dijo- puedo hacer que el sol se oscurezca en su altura.   Imagen de: https://unsplash.com/@jnnfrchn Cuando el eclipse se halla en su momento culmen, el corazón del fraile reposa, aún palpitante, sobre la piedra de sacrificios. Leed el cuento y sabréis por qué . Es casi inevitable que la narración de Monterroso me recuerde a las peripecias de Tintín, Milú,  el doctor Tornasol y el capitán Hadock en El Templo del Sol . A ellos les fue un poco mejor que al fraile.  Hace unos días, conversando sobre eclipses, cuentos y clubes de lectura, una compañera bibliotecaria habló de las personas que eclipsan. En aquel momento, pensé en negativo. Hay quien absorbe toda la energía que encuentra a su alrededor, te opaca, te relega a un rincón.  Pero… Hay quien entra en una habitación como una suerte de marip

La encina

 Esta semana, por unas causas y por otras, mi cabeza ha albergado un avispero. De ideas y de palabras. De pantallas. La vida, la real, estaba afuera y yo, en mi torre de cristal, apenas he tenido tiempo de mirarla a los ojos. Si acaso, la he entrevisto en alguno de mis fieles compañeros. Los que no me fallan, y me acompañan en estos días llenos de ruido y de compromisos. De zozobras.  Los libros. Estoy viajando con Steinbeck por Estados Unidos , y en el capítulo en el que el escritor y su leal, caballeroso y viejo caniche gigante francés, acampan en un bosque de secuoyas del sur de Oregón, sentí un loco e intenso anhelo. Quería estar allí, físicamente. Tocar la corteza de esos árboles legendarios. En el silencio, en la umbría. Apoyar la frente en el tronco de uno de ellos, y cerrar los ojos. Dejar atrás el fragor. De Crd637 - Trabajo propio, CC BY-SA 3.0,   En mi tierra no hay secuoyas ( las del bosque cántabro me pillan lejos ), pero hay encinas. La encina es uno de mis árboles prefer

Ícaro

 Los que me conocen saben que soy una soñadora incorregible. También, que soy dueña de un  realismo descarnado que adapta lo que sueño a mis circunstancias. Cortarme las alas en pleno vuelo no es algo poético. Mirar por el retrovisor para contemplar qué estoy dejando atrás, tampoco. Pero, a veces, ese realismo feroz me ha salvado de algún que otro abismo. De alguna caída.  La caída de Ícaro GOWY, JACOB PEETER Copyright de la imagen ©Museo Nacional del Prado Esta reflexión viene a cuento porque vivimos una época rara. Nuestras reacciones son exacerbadas. Nos indignamos con los comportamientos irresponsables e insolidarios, mientras que los que se comportan de forma incívica e inconsciente, se lanzan a las calles, y bailan, y cantan, y ríen, y se abrazan, y viven al límite. Queriendo apurar todo el vino, hasta las heces. Como si no les importase vivir o morir. Como si decidieran obviar su propia mortalidad. Cuando era una jovenzuela, tenía una amiga que me invitó a una reunión que cambia

Las palabras no son inocentes

 Canta Niña Pastori :  No te equivoques que yo no soy la roca, /domina más tu lengua, controla más tu boca/ Que las palabras suelen hacer más daño/ Se clavan en el alma como si fueran clavos. Las palabras, lo que significan y lo que insinúan, no son inocentes. Casi nunca lo son.  Imagen de Quint Buchholdz  Decir, por ejemplo: no te voy a contar lo que sufrí, no te mereces lo que padecí, no puedes saber cómo estuve, tan solo y triste, tan desgraciado y abandonado .  Esto no es necesario. Resumir e indicar, dejar en la bruma de la imaginación del otro lo terrible y desamparado de un suceso, no es necesario. Si no se quiere hacer daño. Al otro.  El deseo de herir, a veces, es demasiado fuerte. El deseo de vengarse, de que el otro se duela todo lo que te doliste tú. Quizás porque esperabas más de él, o de ella, aunque ni tú mismo sepas, con exactitud, qué. Pero aguardabas otra cosa, siempre aguardas otra cosa. Y nunca la consigues. Porque ni tú sabes qué es. El otro, entonces, ha de conver

La lectora

La conocí hace años y la traté durante un tiempo. Era una mujer delgada, de pequeña estatura, de fácil sonrisa. Los ojos, que casi nunca mienten, revelaban la huella de una pena antigua y, sin embargo, nunca se mostró resentida ni amargada.  Nunca, pese a tener motivos, la noté enfadada con la vida.  Era una gran lectora (presupongo que lo sigue siendo), dotada de una sensibilidad especial. Le gustaba escribir, lo hacía muy bien. Y escribía sobre cualquier cosa,  también sobre sus difíciles circunstancias cotidianas, y lo hacía, desde una mirada tierna y poética. Las palabras eran su refugio y su libertad.  Y leía, ya lo he dicho, leía mucho, y de todo, porque no le faltaba inteligencia. Presupongo que seguirá haciéndolo. Que leerá de todo, y mucho.  Y seguro que no ha abandonado  la lectura de novelas de grandes horizontes, protagonizadas por heroínas que corretean en praderas verdes, rodeadas de montañas, bajo un inmenso cielo de nubes blancas.   Leer ese tipo de libros, las novelas

Carne viva

Charlando el otro día con una amiga, caí en la cuenta de la faena que nos han hecho las canciones, las películas, la publicidad y los chistes. Una ya no sabe si un pensamiento es propio, o lo ha tomado prestado de un anuncio de galletas.  Estábamos las dos conversando, tan pichis , y de pronto ella, cargada de razón, me suelta:  es que todo nos lo tomamos en carne viva, no somos capaces de compartimentar, de ser más frías . Y claro, a mí lo de la carne viva , me impactó.  A la mañana siguiente, preparando el café y asomándome a la ventana por si veía al cerdo del vecino (no, por favor, no penséis mal. Es un vecino que tiene de mascota a un cerdo. Sí, ya. A mí también me lo parece...), me arranqué a cantar, es que tengo el corazón en carne vivaaaa .  Otra idea original enfangada por Raphael .  Las horas venideras continuaron trayendo a la playa de mi memoria restos de naufragios fílmicos, musicales, promocionales y demás familia.  Mientras comía, en mitad del campo, unas chuletitas a la

Porque no sabías

Estamos cargados de prejuicios. Incluso el más progresista de nosotros, incluso el más leído o el más culto. El que más ha viajado, o el más sedentario. Raro es encontrar a alguien que lo sepa todo. Y si cree saberlo todo, es que ha caído en el mayor de los prejuicios.  Intento, de vez en cuando, revisar alguna de mis creencias más arraigadas. Las que más me cuesta desterrar son las que se relacionan con asuntos que desconozco. Con las vidas que no alcanzo a imaginar, hasta que no me las encuentro de cara, mirándome fijamente a los ojos desde las páginas de un libro o hablándome desde un podcast.  John William Godward (Londres, 1861-1922) Desde hace un año, escucho podcast los fines de semana, mientras ordeno y limpio un poco la casa, mientras cocino, riego las plantas, tiendo la ropa o, simplemente, me quedo apoyada en la baranda del balcón, con los ojos cerrados, el sol acariciándome el rostro, escuchando esas voces que me hablan, que me cuentan, que me ríen o me lloran.  Muchos de

Vamos a contar mentiras, tralará

Busco mentira en el diccionario de la Real Academia Española, y qué cosas.  Expresión o manifestación contraria a lo que se sabe, se piensa o se siente.  Cosa que no es verdad.  Etcétera.  El sábado escuché a Chema Alonso, el hacker bueno , en Plano Corto, el podcast de Almudena Ariza . Decía: Mi gran miedo es cuando la Inteligencia Artificial desarrolle la destreza de mentir para conseguir sus objetivos. Puede ser muy salvaje.  Los seres humanos somos geniales mintiendo, cientos de miles de años de práctica nos avalan.  Leo en El Domingo de las Madres de Graham Swift:  Contar historias, contar cuentos. Siempre con la insinuación de que traficas con mentiras. Pero para ella no sería nunca otra cosa que la tarea de llegar a la médula, al meollo, al corazón, al núcleo, al fondo: la empresa de contar la verdad.  Me pregunto si estas columnas, en las que suelo sembrar más de una mentira para proteger la verdad (como quien oculta un jardín secreto tras una puerta encantada), no serán nada

¿Bailas?

Algunos de mis momentos más felices los he pasado bailando. En las verbenas, en los conciertos. En las discotecas de mi primera juventud.  En aquellos años, las discotecas tenían sesión vespertina, y dos y hasta tres pistas. La pista de los lentos (los bailes, no los acercamientos, que solían ser rapidísimos e igual de fugaces), la de las rumbas y la de la música disco. Yo suplía mi falta de coordinación con mi escandalosa juventud y el revoloteo de una falda estampada que me hacía parecer una zíngara (o así lo quería imaginar yo).  Photo by Olivia Bauso on Unsplash Aquella bola plateada que giraba, la música atronadora que reverberaba en mi estómago, los labios de alguien que me preguntaban si quería bailar una rumba, o una lenta. Y yo sacudía mi melena y mi falda, y hacía un paseíllo al ritmo de los Pet Shop Boys .  A los diecinueve era consciente de que no bailaba tan bien como me gustaría. Pero... ¿y si lo hacía mejor de lo que recuerdo? Sea como fuere, ninguno de mis eventuales c

La otra mujer

 Voy a contaros una historia íntima, personal. Hace años descubrí que tras el retrato que le hizo Francisco de Goya a Leocadia Zorrilla, se ocultaba la figura de otra mujer.  Leocadia Zorrilla. Francisco de Goya.  Ella, es Juana García Ugalde, una actriz de teatro del siglo XVIII que tuvo una fama efímera. Juana era bellísima, pero según decía Leandro Fernández de Moratín era, también,  frigidísima y yerta . Qué crueles sus palabras hacia Juana, la Mariquilla de La comedia nueva o el café . Durante unas cuantas funciones (pocas) la Ugalde fue la estrella de uno de los teatros de Madrid. Años después, volvió a representarse, pero la protagonista fue otra, una meritoria más joven, más bella y más dotada para el teatro, según decían todos.  A Juana se le perdió la pista en los albores del XIX en Cádiz; debió morir demasiado joven y demasiado pobre, lo propio tras una vida bregada en miseria y decepciones. Desde el mismo momento en que descubrí la sombra fantasmal de Juana en la web del M

Segundas opciones

 Existe una intensa percepción que voy a denominar ser la segunda opción . La nombro percepción, porque en la mayoría de los casos, no puede probarse, excepto que tú lo sabes. Lo adivinas. Te lo dicen después.  Fotografía de @jontyson Es curioso. Durante mucho tiempo, fingir que ser especialista en rebotes no te importa, puede convertirse hasta en un modo de vida. S oy especialista en coger aquello que otro no quiere, por difícil, por enojoso, porque no ha resultado bien, y quedármelo. Y, a veces, hasta hacerlo con cierto pundonor, gracia y estilo . Pero lo realmente curioso es que si lo haces notar, el otro se siente molesto. Me explico. El que no ha pensado en ti la primera vez, y ahora le pillas presumiendo, se ofende si le señalas que fuiste su segunda opción, porque a nadie le gusta morder el polvo . Una cosa es una cosa, y otra, es otra.  Como  adviertes que hacerlo patente es incómodo, aprendes a callarte y a simular que tú fuiste, eres y serás la primera opción. O que no te im

Fragancias

Cuando Philippe Claudel (autor de la hermosa La nieta del señor Linh ) cumplió cincuenta años, escribió Aromas . Cincuenta textos cortos que recrean recuerdos importantes para él. Desde los aromas del abeto, a las esencias exóticas del viaje.  De la canela escribe: Los recuerdos de la propia vida, de la historia y de las novelas, se mezclan como cartas de una baraja. De pronto, empezamos a hablar de minaretes, tundras y princesas cautivas. De caravasares, caballos y estepas .  Escuchando el último podcast de la periodista Cristina Mitre con Ana Fernández Parrilla , he sabido que la actriz Natalia Verbeke construye sus personajes a través de sus olores. De cómo se imagina ella que es su fragancia. No se detiene en el olor imaginario, sino que busca el perfume, lo utiliza en los rodajes y, cuando terminan, nunca más vuelve a ponérselo. Porque ella no huele así. Solo su personaje. Imaginad cómo debe ser una mujer que huele a noche de mayo, o a playa en invierno, o a buganvilla en flor. A

Instrucciones

 La Humanidad se divide entre aquellos a los que les parece un planazo leer instrucciones y los que  hacen como que la cosa no va con ellos. Porque total, si no soy capaz de encender y apagar un aparato sin cortocircuitarme, no es mi culpa.   La culpa es de los ingenieros/informáticos/diseñadores que consideran todos y sin excepción que crear instrucciones como si fuesen jeroglíficos egipcios es la octava maravilla del mundo.  Esos papeles como prospectos farmacéuticos, dobladitos en sus cajas, que se despliegan como si fuesen mapas y en los que, en lugar de coordenadas, se busca con denuedo tu idioma. Ahí está el coreano, el inglés y el francés, el alemán, el arameo y el griego y el dialecto de una aldea del norte de Hungría. Pero en español, no las encuentras o es que quizás no estás capacitado para ello. Para encontrar las instrucciones escritas en tu idioma, y leerlas,  y entenderlas y asimilarlas, y luego doblar ese papel sin romperlo (es que es tan finito, como los antiguos libri

Nombres

Todos atesoramos nombres secretos, nombres prohibidos. Me refiero a esos nombres de personas, lugares, épocas y situaciones, que nos guardamos para nosotros, porque son demasiado preciosos, importantes e, incluso, peligrosos, para ser compartidos con los demás.  En esto he estado pensando en esta última semana cuando, por una cuestión laboral, he estado buscando con cierta intensidad cómo nombrar algo que está a punto de comenzar. Y, sin embargo, ese nombre con el que creo haber dado, aún está vacío de significado para mí, pese a lo que evoca y al motivo de mi elección. Habrá de pasar un tiempo, cuanto todo termine y lo recuerde, para que se bañe de una pátina especial. Buena, mala, irrepetible o fácilmente olvidable. Entonces, pasará a formar parte de mis nombres particulares, pero no de mi geografía íntima, pues otras personas lo conocerán.  Este matiz lo diferencia de esos otros nombres esenciales que no podemos ni queremos compartir con nadie. Esas palabras, las que no decimos y no

La impostora

Hace poco más de un año estaba yo, tan campante, en la hermosa ciudad de Las Palmas de Gran Canaria. Fui para impartir una charla en una jornada profesional.  Imagen tomada de aquí .    Todo bien. ¿O no?  Por un terrible retraso en el vuelo, llegué al hotel muy tarde y caí a plomo en la cama. Lo gracioso del tema llegó en las primeras horas de la mañana; me levanté, me duché, y me dispuse a arreglarme antes de bajar a desayunar al comedor.     ( Sí.  Soy de esa clase de humanos que no son nadie si no desayunan.) Imagen tomada de aquí . Ahí, en ese cuarto de baño blanco, iluminado e impersonal de un hotel, a miles de kilómetros de mi espacio de confort, me miré en el espejo. Y sentí que todo era una broma. No, no me habían invitado a mí, se habían confundido. No, yo no tenía ni idea de aquello de lo que iba a hablar. Pero, ¿qué hacía yo allí? Descubrirían enseguida que lo mío era puro cuento, que todo había sido una farsa. Que veinte años de profesión no son nada. Deseé llamar un taxi,