Charlando el otro día con una amiga, caí en la cuenta de la faena que nos han hecho las canciones, las películas, la publicidad y los chistes. Una ya no sabe si un pensamiento es propio, o lo ha tomado prestado de un anuncio de galletas.
Estábamos las dos conversando, tan pichis, y de pronto ella, cargada de razón, me suelta: es que todo nos lo tomamos en carne viva, no somos capaces de compartimentar, de ser más frías. Y claro, a mí lo de la carne viva, me impactó.
A la mañana siguiente, preparando el café y asomándome a la ventana por si veía al cerdo del vecino (no, por favor, no penséis mal. Es un vecino que tiene de mascota a un cerdo. Sí, ya. A mí también me lo parece...), me arranqué a cantar, es que tengo el corazón en carne vivaaaa.
Otra idea original enfangada por Raphael.
Las horas venideras continuaron trayendo a la playa de mi memoria restos de naufragios fílmicos, musicales, promocionales y demás familia.
Mientras comía, en mitad del campo, unas chuletitas a la plancha, proclamé: esto está de vicio... y lo que opinen los demás, está de más.
Mientras me aprovisionaba de lirios silvestres para llenar los jarrones de casa, pensé, arrasa con lo que veas y generosa no seas.
Mientras paseaba por la orilla de un arroyo cantarín, saltando de piedra en piedra como podenca joven, me animé: vamos Sombra Gris, demuéstranos lo que es la premura.
Y, mientras tres jovenzuelas, (en esa edad en la que se piensa que lo que ves nunca, nunca, palabrita de niño Jesús, te va a tocar a ti) contemplaban mis evoluciones desmañadas, les anuncié jubilosa: ¡Bienvenidas a la Nave del Misterio!
Amiga con nombre de isla, es que lo vivimos todo a flor de piel.
(Te sentirás como si te hubieras tomado un Okal, esto es, fenomenal, escuchando la lista en Spotify de La columna del jueves)
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