Al principio, estás perpleja, confusa. ¿Cómo puede ser que ese tipo, al que tú conoces en las duras y las maduras, suscite tamaños elogios? ¿Cómo pueden describirlo como un amigo ejemplar, un tío sincero y campechano, alguien confiable con el que subir al Anapurna o ir al bar a trasegar unas cañas?
¿Cómo? ¿Por qué? ¿Qué es lo que ocurre?
Cómo puede ser que ese hombre machista, que se aprovecha de todo y de todos, que se ríe de ti y del otro y de la otra y del más allá, que es mentiroso, hipócrita, que hace tratos hasta con el mismo demonio, cómo puede ser, te dices, entre aturdida y desorientada, que todos le jaleen, que le crean fantástico, único en su especie, amable, gracioso, un pozo de sabiduría, amigo de sus amigos.
¿Por qué? ¿Cómo? ¿Qué es lo que ocurre?
Entonces, te enfadas. No, con él, no. Con esas personas formadas, simpáticas, trabajadoras, buenas en lo suyo, que parecen solidarias, feministas, progresistas, que enarbolan la bandera de la sororidad y la empatía. Parecen tener criterio, personalidad, carácter.
¿Qué es lo que ocurre? ¿Por qué? ¿Cómo?
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Entonces, caes en la cuenta. Tienes que reconocérselo, eso sí. Tiene una mente privilegiada, es un experto en manejar sus mil y una caras. Es un tipo encantador para ir de vinos y recorrer el Circo de Gredos. Es un tío noblote, que se ríe a carcajadas y sabe cuándo ha de hacer favores y cuándo puede escaquearse. Pasa continuamente, hasta en la tele. Los vecinos de un miserable, un tipo violento, maltratador, le definen como un hombre simpático, sociable, educado, trabajador. Entonces, una mañana cualquiera, te da por pensar que ojalá ninguna de esas personas que lo elogian en público y en privado, ojalá nunca, ninguna de ellas… descubra su peor cara.
La música de La columna del jueves. , 1ª temporada.
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