Existe una intensa percepción que voy a denominar ser la segunda opción. La nombro percepción, porque en la mayoría de los casos, no puede probarse, excepto que tú lo sabes. Lo adivinas. Te lo dicen después.
Es curioso. Durante mucho tiempo, fingir que ser especialista en rebotes no te importa, puede convertirse hasta en un modo de vida. Soy especialista en coger aquello que otro no quiere, por difícil, por enojoso, porque no ha resultado bien, y quedármelo. Y, a veces, hasta hacerlo con cierto pundonor, gracia y estilo. Pero lo realmente curioso es que si lo haces notar, el otro se siente molesto. Me explico. El que no ha pensado en ti la primera vez, y ahora le pillas presumiendo, se ofende si le señalas que fuiste su segunda opción, porque a nadie le gusta morder el polvo. Una cosa es una cosa, y otra, es otra.
Como adviertes que hacerlo patente es incómodo, aprendes a callarte y a simular que tú fuiste, eres y serás la primera opción. O que no te importa ser la segunda, porque tú lo vales.
Estoy viendo Hierro, la serie de Movistar, protagonizada por Candela Peña, y me chifla. La serie, pero sobre todo, ella. El otro día la escuché en una entrevista reivindicar que había sido la segunda opción; querían a otra más joven, más mona. Pues fíjate, Candela. No creo que ella hubiese estado ni la mitad de enorme de lo que estás tú. Y lo saben.
Ser la segunda opción es fastidiado. Tienes que demostrar que quien no te eligió, se equivocó. Que tú lo hubieras hecho mejor. Que lo haces mejor. Y lo más absurdo, es que pese a tus demostraciones, no se sabe bien por qué mecanismos de decisión o atracción o repulsión, seguirás siendo la segunda opción.
Comentarios
Publicar un comentario
¡Gracias por tu comentario! Se publicará en cuanto lo lea :-).