Leyendo Los días perfectos de Jacobo Bergareche, me topé con una reflexión situada, creo, en el centro de lo que el escritor quiere contar.
Leo:
“En la televisión en abierto llaman el minuto de oro al pico de audiencia de la jornada, que suele corresponder al momento álgido del programa más popular del prime time. Pienso a menudo en el minuto de oro de mi día, de mi verano, de mi fin de semana. Se lo pregunto a mis hijos a la vuelta de cada excursión, de cada viaje, de cada episodio presuntamente memorable de sus vidas: cuál fue vuestro minuto, No suelen tenerlo claro, les cuesta mucho decidirse por uno. Entonces se lo pongo más fácil, les digo que seleccionen tres o cuatro candidatos a minuto de oro, y de esa manera empiezan a rememorar sus grandes momentos, a transformarlos en narraciones”.
Y fue inevitable.
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¿Cuál ha sido el minuto de oro de mi verano? ¿Cómo ha sido el resto de los minutos que pasaron, sin pena ni gloria, pero que conforman mi vida?
Los últimos meses me han cambiado de una manera profunda, casi visceral. Soy otra y la misma. Quizás solo se han acentuado ciertos rasgos de mi carácter. Me noto distinta: distante, solitaria, huraña, extraña, temerosa, valiente, fuerte y frágil. Todo a la vez. Un raro y contradictorio revoltijo de emociones. Soy la misma, pero soy otra.
¿Cuál ha sido el minuto de oro de mis últimos tiempos? ¿Ha existido?
Los años han desgastado las aristas del deseo. No ha desaparecido el anhelo; se ha vuelto más práctico, más de diario. A la par, he descubierto que me gustan los otros minutos, los de relleno, los que sustentan y dan textura a los días imperfectos que son mi vida. La tuya. La nuestra. Todas las vidas.
(Comienzo nueva playlist en Spotify: La columna del jueves, 2ª. temporada)
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