Últimamente, los comerciales de todo tipo y condición, llaman por teléfono. Antes solían ir casa por casa, a puerta fría, tratando de reclutarte para su compañía del gas o eléctrica. O te vendían máquinas de coser y enciclopedias. Hoy todo es más moderno y aséptico. El bicho infame ha puesto distancia, también, a las relaciones con los comerciales. Sin embargo, siguen pululando los comerciales de maneras antiguas.
Me refiero al método agresivo. Al venga, te ofrezco el oro y el moro, y qué joven eres, cielo, 50 añitos de nada. Venga, venga, dime que sí, dime que sí, y pásame tu última factura, solo para asegurarme, cariño, que eres la titular y por si nos ponen pegas, ya verás cuánto vas a ahorrar.
Fotografía tomada de aquí: "¿Cuántos azules tiene el cielo?"
Soy indómita. Voy a mi aire, a mi rollo. No me gusta que cualquiera me llame cielo. Tampoco que intenten halagarme los oídos diciéndome que soy joven. No, ya no lo soy. Lo sé. Mis años son añazos, décadas ya. Cinco. Me ha costado llegar hasta aquí y quisiera quedarme por aquí otro tanto. Y no quiero que me traten como a una pobre mujer necesitada de atención y economía.
Entendedme. Yo, también, necesito economizar. Pero decidiéndolo yo. Sin que nadie me avasalle.
Por eso, cuando suena el móvil y veo un número desconocido, empiezo a hiperventilar. No sé quién me llama, no sé si habrá al otro lado un comercial veinteañero que ha aprendido las mañas de otro a punto de jubilarse. Ese comercial de puerta fría que era capaz de hacerte creer que descendías de un duque. O de un marqués.
Compañías del mundo: detecten al comercial que llama cielo a todo dios. Tomen medidas. A mis cincuenta, no quiero ser la víctima de un comercial con modelos de venta propios de los años cincuenta.
Aquí tenéis La música de la columna del jueves, 2ª temporada.
Comentarios
Publicar un comentario
¡Gracias por tu comentario! Se publicará en cuanto lo lea :-).