Cuando Philippe Claudel (autor de la hermosa La nieta del señor Linh) cumplió cincuenta años, escribió Aromas. Cincuenta textos cortos que recrean recuerdos importantes para él. Desde los aromas del abeto, a las esencias exóticas del viaje.
De la canela escribe: Los recuerdos de la propia vida, de la historia y de las novelas, se mezclan como cartas de una baraja. De pronto, empezamos a hablar de minaretes, tundras y princesas cautivas. De caravasares, caballos y estepas.
Escuchando el último podcast de la periodista Cristina Mitre con Ana Fernández Parrilla, he sabido que la actriz Natalia Verbeke construye sus personajes a través de sus olores. De cómo se imagina ella que es su fragancia. No se detiene en el olor imaginario, sino que busca el perfume, lo utiliza en los rodajes y, cuando terminan, nunca más vuelve a ponérselo. Porque ella no huele así. Solo su personaje. Imaginad cómo debe ser una mujer que huele a noche de mayo, o a playa en invierno, o a buganvilla en flor. A pan.
En ese mismo podcast se narra que la estructura de una fragancia se considera piramidal: en la cúspide estarían las notas de salida, las que antes se perciben; luego vendrían las notas de corazón; y, por último, las de fondo.
Pensemos en un personaje ficticio, por ejemplo, el protagonista de la última novela que hayamos leído. ¿Sus notas de salida eran prometedoras? ¿Las notas de corazón eran lo suficientemente atrayentes? ¿Las notas de fondo persisten, pese a las horas transcurridas? Y, sobre todo, ¿cómo huele?
Y, unido a esto, ¿qué os gustaría oler ahora mismo, en este instante? A mí, el mar. Ojalá estar sentada frente a un océano lapislázuli. Cerrar los ojos e inspirar, profundamente. Llenarme los pulmones de sal y aventura. De libertad.
Sola frente al mar.
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