Hace unos años, dos especialistas en Julio Cortázar comentaron que los lectores del autor se referían a él como Julio. Y que eso era valioso, entrañable.
Estos días me he descubierto llamando a algunas escritoras por su nombre de pila. Escribiendo Emilia. Elvira. Rosa. Y una cosa, me ha llevado a otra: ¿esta excesiva familiaridad es irrespetuosa, irreverente? He concluido que no, las llamo Rosa, Emilia, Elvira, porque las siento cercanas, valiosas.
Emilia es Emilia Pardo Bazán y a ratos me refiero a ella como doña Emilia, como Pardo Bazán, o como Emilia, incluso, nuestra Emilia. Para mí la causa está muy clara, desde que leí sus cartas a Benito Pérez Galdós (al que a veces denomino Benito, sin ton ni son), la siento muy humana. La admiro por su obra, por su personalidad contradictoria pero sólida, por su carácter pasional, porque no tuvo miedo de decir y nombrar lo que deseó, lo que quiso. Pero la siento cercana por sus cartas de amor.
Rosa es Rosa Montero, y la llamo así, Rosa, con el afecto originado en unos recuerdos felices. Cuando admiras a alguien y lo conoces, y es tal y como tú creías que era, entonces… Rosa. Estos días sé que está un poco triste, pues ha perdido a su perrita Carlota. Ella es así, expansiva y sincera, y nos lo ha dicho a todos los que la leemos y seguimos en sus redes sociales.
Rosa, Elvira, Emilia. Llamarlas así, por su nombre de pila, creo que es entrañable. Valioso.
(Solo en audio, os propongo un juego)
(Aquí tenéis la Playlist en Spotify de La columna del jueves)
(En la foto, con Rosa Montero, una lectora de la Biblioteca de Cabeza del Buey, a la que no he perdido la pista. Y el perfil de Ana-Belén Pérez Ruiz-Moyano, bibliotecaria de Cabeza del Buey. Un recuerdo feliz).
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