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No te conozco

Estas últimas semanas he estado pensando en esos encuentros inesperados en los que el otro o la otra te conoce, sabe de ti, te llama por tu nombre… y tú no tienes ni idea de quién o qué es el ser  que tienes delante. Suelo preciarme de tener buena memoria para recordar a los que pasaron por mi vida (no han sido tantos, ni tantas, pese a vivir ya varias décadas mi trajín por este mundo no ha sido especialmente llamativo), pero a veces, me ocurre. Lo peor es cuando no te acuerdas, pero ni remotamente, de quién es, y él o ella, no para de revivir anécdotas, bromas, risas y veras. Te pregunta por tus amigas, y las conoce, y tú no sabes dónde meterte. No sabes quién es, pero has perdido tu oportunidad. Debiste decírselo al principio, en los primeros segundos, pero has dejado que hablase, confiando en recordar… Pasan los minutos, el recuerdo no llega y sólo quieres escapar. 


Es curioso, pero esto, que es tan incómodo, nos sucede más a menudo de lo que creemos. No me refiero a esos encontronazos, no, sino a que, de pronto, alguien con quien has vivido buena parte de tus dichas y de tus desgracias, alguien al que te ha unido el amor, la amistad, el compañerismo, o una suerte de simpatía, te resulta extraño, ajeno. No lo conoces. No la reconoces. No puedes creer cómo se comporta, qué te dice. Y, tampoco, cómo te comportas tú respecto a él, a ella. Lo que le dices. Cómo le miras y cómo le miraste. Y, ya rizando el rizo, el desasosiego infinito de no saber quién eres tú. De descubrirte pensando tan distinto. De saber que aquello que te gustaba, ya no. De no reconocerte. Ni por fuera, ni por dentro. 

(Fragmento de mi newsletter mensual Collage, de mi carta de septiembre. Si quieres suscribirte, clic




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