Siempre escribo estas 300 palabras y, después, solo después, busco la canción para acompañarlas. El texto es el plato fuerte, el pescado, la carne, o el trampantojo culinario: lo que parece, lo que crees y lo que es. La canción es el vino. Dulce o amargo.
Esta columna se está cocinando al revés. Voy poniendo las palabras, una a una, en la sartén, con aceite de oliva virgen extra, sal, cebolla, tomate. Llevo puesto un mandil amarillo y, de fondo, escucho A contratiempo de Ana Torroja. Las palabras llegan quién sabe de dónde.
Alma.
Cartas viejas.
Corazón.
¿A quién quiero engañar? No sé escribir sin música. No sé.
Lluvia.
Fotos.
Madrugada.
Estoy leyendo mucho estas últimas semanas.
¿A quién quiero engañar?
Estoy leyendo mucho, como siempre.
Y hoy, tengo entre las manos lo último de María Belmonte: sus vagabundeos por el norte de Grecia.
De Brian Donovan - Trabajo propio, Dominio público
En Pela, María Belmonte nos habla de la Tablilla de maldición, cuyo texto contiene un hechizo mágico: “Estos conjuros se enterraban en secreto en las tumbas recién excavadas, y la autora de éste fue una mujer, Dagina, que invocaba a Makrón y otros espíritus para que Dionisofón se casara con ella y no con Thetima o cualquier otra mujer, a todas las cuales deseaba que perecieran de mala manera para que ella pudiera envejecer felizmente junto a su amado”.
Dispongo los nombres, los verbos, aderezo con adjetivos, utilizo pocos adverbios… y no me olvido de agregar un poquito más de aceite y una pizca de sal y pimienta. Y me ato bien el delantal a la cintura, mientras ordeno mi despensa con nuevas y suculentas palabras que no sé bien donde he adquirido.
¿A quién pretendo engañar? Lo sé, podría contarlo de manera prolija. Pero no temas. Por esta semana se terminó. Pasó el peligro.
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