Durante noviembre he salido de casa muy poco. Y, entretanto el verano, como un amante traicionero, se fue sin avisar. Y el otoño, como un novio veleidoso, aparece y desaparece, acordándose de mí solo si no tiene otros planes. Mientras, yo, enfrascada en el hacer y el deshacer. En esto que algunos llaman vivir. Y de pronto ha pasado un año, otro. Y los azares, las rutinas y los meses se han sucedido sin que yo lo haya advertido. .
Durante noviembre he salido de casa muy poco y, cuando lo he hecho, ha sido para entrar en otra casa: la de una mujer joven y hermosa, muy querida para mí. Ella teje y desteje, e imagina qué sucederá en los años que vendrán. Ojalá esos años insospechados sean brillantes y bellos como un cielo azul en invierno.
Hemos estado juntas muchas horas, trabajando. Yo, haciendo y deshaciendo palabras. Ella haciendo y deshaciendo ligamentos de lana. Yo, enredando con el ordenador. Ella, enredando en el telar: la urdimbre, la lana, la canilla, la lanzadera, el peine.
Hemos hablado mucho (yo, demasiado), pero juro que la he escuchado muy atenta, en silencio. Mientras ella me contaba la importancia del tejido copto, yo leía esa pequeña cicatriz de su frente. Mientras ella me revelaba cuál era la metodología pedagógica de la Bahuaus, yo espiaba el brillo de sus ojos. Mientras ella citaba las sucesivas crisis del tapiz a lo largo de la historia, yo observaba cómo sus manos escribían, sobre una urdimbre vertical montada en un telar de alto lizo, una historia de verdes, naranjas, granates, rosas y amarillos.
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