Te escribo desde un hotel. Hace unos instantes, el llanto de un niño de pecho se ha colado en la habitación. Huele a pollo frito en desesperanza, suena el runrún de los aparatos del aire acondicionado y hay un patio de luces siniestro y sucio por el que se asoman las vidas de un francotirador, una ladrona de bancos, un mal estudiante y una pareja que vive, culpable y ardiente, en una relación clandestina.
Estoy sola en Madrid y, si me perdiese por las calles de esta ciudad que no me comprende y a la que no comprendo, pasarían muchas horas antes de que alguien me echase en falta. Podría desaparecer para siempre y nadie sabría qué habría sido de mí. No sé si la mujer que vive en el cruce de caminos que es esta glorieta grande, ruidosa y sucia, se acordaría de mí. Creo que no. Pese a que en estos días nuestras miradas se han cruzado varias veces, ella sólo está pendiente de sobrevivir.
Es inevitable sentirse sola en una habitación de hotel. Es inevitable sentir la tentación de la huida. Comprobar si, de veras, alguien te quiere como dice que te quiere. Experimentar el riesgo del fugitivo, la adrenalina del miedo, el no saber.
Convoco a aquel Miguel Ríos del pasado. No estás sola, alguien te ama en la ciudad, no tengas miedo, que la alborada llegará, la noche es así, niña, no olvides sonreír, que mañana empiezas a vivir. Cuánto habrá de piedad en este hermoso artificio literario.
Termino de escribirte desde mi casa. No desaparecí. Sólo reuní el valor necesario para abandonar un grupo de Whatsapp. Por esta vez esquivé la tentación definitiva… pero estas 300 palabras, díscolas y contestatarias, se desvanecen hasta el próximo septiembre. Tengo necesidad de echarlas en falta. Feliz verano.
Feliz verano. Espero tus neusleter y sus recetas.
ResponderEliminarIgualmente, Jesús. Pues... si nada se tuerce, en tu buzón estarán.
EliminarAcertada y buena reflexión sobre la soledad y una gran ciudad. Hasta septiembre.
ResponderEliminarGracias por tu lectura, por tu comentario y por tu promesa de regreso :-)
Eliminar