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Destellos

Una mañana fría compartimos un café. Hacía años que no nos veíamos y el encuentro fue un poco incómodo, pero al toparnos en la cola de devoluciones de un centro comercial, nos sentimos los dos, hasta cierto punto, obligados.  En otro tiempo, en otra vida, habíamos trabajado en la misma empresa, pero nunca habíamos sido amigos. Él era raro, indiferente, un hombre de pocas pasiones, racional y, sin duda, soso. Yo siempre he sido intempestiva, espontánea, curiosa. A él le gustaba pasear por su ciudad de siempre, quedarse en casa, ver películas, leer. Yo soy inquieta, me he mudado varias veces de casa, de ciudad y hasta de país. No teníamos nada en común. Sin embargo, aquella mañana, él me preguntó por mi vida sentimental. Nunca lo había hecho. Me sorprendió, y eso fue, hasta cierto punto, agradable e inquietante.  Bueno, ya sabes , le respondí. Los primeros meses son fuegos de artificio, mucho ruido y mucho brillo, pero después... oscuridad y silencio. ¿Y la tuya? ¿Cómo es tu vi...

Nadie puede ser feliz...

Nadie puede ser totalmente feliz, a las ocho de la mañana, en el Metro. Ni siquiera la cosplay de pelo azul y flequillo insolente. No lo es el niño de doce al que su madre acomoda en el asiento, la mochila entre las piernas, las arrugas de las sábanas en la frente, el beso en la mejilla, el ademán del adiós. Tampoco el joven trajeado que consulta el correo electrónico en su móvil, con la expresión trágica del que ha cometido un error irreparable.   Nadie puede ser feliz, a las ocho de la mañana, en el Metro . No lo es la mujer que se aloja, por trabajo, en un hostal desapacible. No lo es el cantante que pide unas monedas , ni la señora mayor que lee, ni el hombre que lleva unos auriculares para escuchar un pódcast de divulgación científica o un audiolibro de amor.  Nadie puede ser feliz en las entrañas del Metro, bajando escaleras mecánicas, corriendo por los pasillos iluminados artificialmente, saltando al vagón mientras suena el aviso irritante de cierre de las puerta...

Sorbos de vida

Hace unos días me preguntaron si había estudiado psicología de manera reglada o autodidacta. La pregunta me la hizo un lector en el transcurso de un encuentro con un club de lectura autogestionado en el que fui a charlar sobre Blondie e Hijos del vaivén .  Soy lectora, sobre todo, de ficción. Y traté de explicar que leer ficción te pone en el lugar del otro, de lo otro . Pero, rápidamente, caí en la cuenta.  Soy observadora , revelé. Muy observadora. Extremadamente observadora. Me fascinan las personas: cómo hablan, cómo se mueven, cómo se tratan.  Cuando era niña, en el supermercado, me quedaba  mirando embobada  (y sin ningún pudor) a la señora o al señor de turno... hasta que ellos, incómodos, me acariciaban la cabeza y mascullaban, qué rica. Era y es una pasión.  En mi último viaje a Madrid me fui tropezando con sorbos de vida de esa que importa, pequeña, cotidiana y preciosa, que luego he ido relatando a mis íntimos. Están acostumbrados a estos rel...

Espuma

 Ignoro si es el mal de nuestro tiempo. Si las imágenes que nos bombardean desde las redes sociales paralizan nuestro gen de la percepción... tal vez, pero intuyo que quedarse con la espuma de las cosas es una postura ante la vida. Una elección. Intentaré explicarme.   Foto tomada de Pixabay A menudo, cuando leo un texto de alguien que está doliéndose en Facebook , o en Instagram , (me refiero a un texto testimonial, no literario), los comentarios que los supuestos lectores le dejan son, cuando menos, curiosos. Un GIF de aplausos. Un qué bonito escribes . Un eres el mejor . La persona en cuestión está destrozada, sumida en un proceso de tristeza (no me atrevo a decir que depresivo, pero barrunto algo así), y lo que recibe de los otros son aplausos o un adjetivo socorrido e irrelevante. Peor es (lo sé) quienes se creen animadores y animadoras de un partido de fútbol en una peli americana, y escriben que ella puede, que no desfallezca, que luche, que tiene mucho por lo q...

Las batallas pequeñas e invisibles

Como el ser humano imperfecto, vulnerable y común que soy, libro mis batallas diarias sin que (casi) nadie caiga en la cuenta. No es nada extraordinario: todos llevamos, cargada a nuestra espalda, una mochila invisible a los ojos de los otros. Esta invisibilidad no es buena ni mala, simplemente es.  Imagen  tomada de Pixabay Estas batallas a las que me refiero no tienen que ver con grandes dolores, sufrimientos o tristezas, porque para esos pesares y males no hay posibilidad de lucha, ni hay renuncia, ni rendición, ni resignación. Simplemente, aceptación.   Estas batallas de las que hablo y que sé muy bien que (casi) todos libramos suelen ser pequeñas, incómodas, incluso un poco amargas. Se esconden en nuestras zonas más oscuras. Una de esas batallas mías es la de resistir la tentación del escepticismo.  Escuché a Ana María Matute en una entrevista. Decía que, todos los días, se asombraba por algo y que por ello aún era niña. Una niña de cabellos blancos. Escuc...

Octubre

Aún no ha amanecido. Estamos en los primeros días de octubre y escribo en la habitación que utilizo de despacho, de confesionario, de cuarto de los trastos, de almacén de recortes de papel, de torre vigía, de celda de clausura. Es aún noche cerrada. Acabo de programar el envío de un correo electrónico para hacer creer a sus destinatarias que soy una adulta funcional que duerme ocho horas, come saludable y practica ejercicio, en concreto, Pilates. Hoy vuelvo a Pilates: me he comprado ropa de deporte y unos calcetines antideslizantes, estaría bien que me protegiesen de los traspiés del día a día, pero me temo que solo funcionan las mañanas de los martes y los jueves. Mentiría si dijera que me hace ilusión volver a Pilates.  Estoy escribiendo y miro por la ventana. Frente a mí, el monstruoso edificio blanco que será, muy pronto, Centro de Día. Tengo amigas que amenazan con apuntarse a los talleres del Centro de Día, yo no puedo , les digo, aún no he cumplido los 60 . No me hace gracia...

Alfombra roja

Un hombre tiende una alfombra roja por las calles de las ciudades . A diestro y siniestro. Lleva un traje simpático que hace juego con su sonrisa. Se acompaña de otro joven que graba cómo desenrolla la alfombra a los pies de los que caminan o bailan o toman café en una cafetería chic como las que salen en Emily in Paris y que no sé si existen porque no, aún no conozco París.  No sé si suena la música de Beyoncé, Swift o Michael Jackson cuando él despliega la alfombra, pero en los vídeos de Instagram, sí. Es hipnótico. Pasé una tarde tonta viendo cómo algunos de estos paseantes aceptaban el reto y caminaban, danzaban y desfilaban pisando con fuerza, elegancia y gracilidad, la alfombra. Hay otros que no lo hacen. Hay quien se asusta, se aleja corriendo, se gira negando con la cabeza, o modifica su rumbo con un rictus de reproche. Me impresionó la reacción de una pareja: guapo él, guapa ella. Él no quería dejarla caminar por la alfombra y ella, simpática y estilosa, se soltó de su...