Ignoro si es el mal de nuestro tiempo. Si las imágenes que nos bombardean desde las redes sociales paralizan nuestro gen de la percepción... tal vez, pero intuyo que quedarse con la espuma de las cosas es una postura ante la vida. Una elección. Intentaré explicarme. Foto tomada de Pixabay A menudo, cuando leo un texto de alguien que está doliéndose en Facebook , o en Instagram , (me refiero a un texto testimonial, no literario), los comentarios que los supuestos lectores le dejan son, cuando menos, curiosos. Un GIF de aplausos. Un qué bonito escribes . Un eres el mejor . La persona en cuestión está destrozada, sumida en un proceso de tristeza (no me atrevo a decir que depresivo, pero barrunto algo así), y lo que recibe de los otros son aplausos o un adjetivo socorrido e irrelevante. Peor es (lo sé) quienes se creen animadores y animadoras de un partido de fútbol en una peli americana, y escriben que ella puede, que no desfallezca, que luche, que tiene mucho por lo que vivir. Yo n
Como el ser humano imperfecto, vulnerable y común que soy, libro mis batallas diarias sin que (casi) nadie caiga en la cuenta. No es nada extraordinario: todos llevamos, cargada a nuestra espalda, una mochila invisible a los ojos de los otros. Esta invisibilidad no es buena ni mala, simplemente es. Imagen tomada de Pixabay Estas batallas a las que me refiero no tienen que ver con grandes dolores, sufrimientos o tristezas, porque para esos pesares y males no hay posibilidad de lucha, ni hay renuncia, ni rendición, ni resignación. Simplemente, aceptación. Estas batallas de las que hablo y que sé muy bien que (casi) todos libramos suelen ser pequeñas, incómodas, incluso un poco amargas. Se esconden en nuestras zonas más oscuras. Una de esas batallas mías es la de resistir la tentación del escepticismo. Escuché a Ana María Matute en una entrevista. Decía que, todos los días, se asombraba por algo y que por ello aún era niña. Una niña de cabellos blancos. Escuché a Rosa Montero explic