Para saber si sois compatibles, no hay nada mejor que la convivencia. Ya sé que cuando el otro tiene un hogar propio, es complicado. Si ese es el caso, utilizad el sucedáneo de la convivencia: viajad juntos.
Advertencia: cuando viajamos, un suponer, con un compañero de trabajo, lo habitual es hacer concesiones. Que el susodicho no quiere desayunar en una cafetería de ensueño y te mete, a trompicones, en una tasca de mala muerte en la que gentes de todo jaez se meten entre pecho y espalda unos huevos fritos a las ocho de la mañana, pues nada. Sonrisa y, como diría el humorista David Cepo, p'alante con eso. Que la susodicha no atiende a razones cuando la instas a caminar por una avenida preciosa y se empeña en transitar, de noche, por un callejón que tiene toda la pinta, pero toda, de ser el basurero del barrio... pues, siguiendo al gurú Cepo: p'alante. Uno de los dos tiene que adaptarse, ser flexible, transigir, y tal. El p'alante de toda la vida.
Lo que pasa es que el único que transiges eres tú. El que se muerde la lengua. ¿Que en vez de una foto en la Basílica del Pilar quieres una junto a un árbol escuchimizado en una plazoleta? Venga. ¿Que no quieres sentarte en una terraza y sí en el piso superior de un establecimiento de comida rápida? A ello.
Pero es que...
Descubres lo de los diminutivos.
Habla con diminutivos.
Inocente. Has necesitado cuarenta y ocho horas de convivencia en un hotel de mala muerte y dos trayectos en tren para averiguar que dice hasta mañanita, buenos diítas, buenas nochecitas, cuidadito, descansa muchito, holita, adiosito. Perspicaz, lo que se dice perspicaz, no eres.
No, David Cepo. Hasta tú me darías la razón. No hay p'alante que valga.
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