Aquí soy feliz, le decía una mujer a alguien que estaba muy lejos de allí. Ella era una señora de pelo blanco, gafas graduadas, falda y blusa recatadas. Iba paseando del brazo de otra señora pulcra y arreglada, como ella. Aquí, soy feliz, proclamaba una y otra vez a través del móvil a alguna persona que, me gusta pensar, la escuchaba atentamente. Feliz. Fue en una mañana de domingo de hace unos meses, en un paseo junto al mar que estaba plagado de caminantes, de corredores, de perritos, de bicicletas, de hombres y mujeres aupados a patinetes, de gentes vocingleras. Hacía calor, un calor de esos que te dejan exhausto, que humedece cada fibra de tu ropa, de tu ser. Pero aquella señora decía ser feliz.
Hace unas semanas fui a la peluquería pues tenía un compromiso en un lugar en el que fui feliz e infeliz, un lugar al que en realidad, no quería volver. (Fui, estuve, regresé. No me apetece volver. Ya no es mi sitio).
La peluquera me contó de un viaje reciente con una amiga que intentó recrear un itinerario de un pasado en el que se recordaba feliz. Revisitar la playa, el paseo, aquel mismo atardecer. Pero nada de eso existía. Ni aquellos días, ni la calidad de la luz, ni el olor a sal, ni la promesa de un futuro resplandeciente.
Me impresionó aquella señora mayor que decía ser feliz en uno de esos lugares de veraneo: bullicioso, efímero, un no lugar. Un sitio de brilli-brilli que se apaga (sin duda, ha de apagarse) cuando llegan el frío y la bruma.
El ser humano se divide entre dos anhelos opuestos y complementarios: la nostalgia de un pasado en el que creímos ser felices y la nostalgia de un futuro azul en el que anclar.
Muy cercano , certero y bien contado. Entretenido. Con una extensión muy adecuada para que lo leamos de un tirón en pantalla personas no muy dadas a ello.
ResponderEliminarMuchas gracias por tu lectura y por tu comentario. :-)
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