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Entradas

Vacaciones de mí misma

 Como diría un moderno, cada junio finaliza mi vuelta completa al sol. Ya van unas cuantas. Ya hace tiempo que junio dejó de ser ese mes simpático en el que terminaban las clases, celebraba mi santo (sí, San Antonio de Padua y no San Antón), y mi cumpleaños. Junio era la antesala de un verano larguísimo, con días inacabables de lecturas, y espionaje a los chicos que me gustaban. Al chico que me gustaba.  Hace ya mucho que junio es, simplemente, el mes en el que hay que entregar (te pongas como te pongas), la declaración de la RENTA. El mes en el que aún no sabes si podrás terminar todo el trabajo acumulado, las semanas en las que ya pesa el cansancio de todo un año. Porque el año no termina en diciembre, como para muchos otros profesionales, termina en junio.  Photo by Annie Spratt on Unsplash Estoy un poco cansada, sobre todo, de mí misma. Y eso que este mes me está trayendo alegrías: mi planta me ha regalado una flor blanca, que se yergue, hermosa y presumida, buscando el beso de la

Emilia, Elvira, Rosa

Hace unos años, dos especialistas en Julio Cortázar comentaron que los lectores del autor se referían a él como Julio . Y que eso era valioso, entrañable. Estos días me he descubierto llamando a algunas escritoras por su nombre de pila. Escribiendo Emilia. Elvira. Rosa . Y una cosa, me ha llevado a otra: ¿esta excesiva familiaridad es irrespetuosa, irreverente? He concluido que no, las llamo Rosa, Emilia, Elvira, porque las siento cercanas, valiosas. Emilia es Emilia Pardo Bazán y a ratos me refiero a ella como doña Emilia, como Pardo Bazán, o como Emilia, incluso, nuestra Emilia. Para mí la causa está muy clara, desde que leí sus cartas a Benito Pérez Galdós (al que a veces denomino Benito, sin ton ni son), la siento muy humana. La admiro por su obra, por su personalidad contradictoria pero sólida, por su carácter pasional, porque no tuvo miedo de decir y nombrar lo que deseó, lo que quiso. Pero la siento cercana por sus cartas de amor.  Elvira es Elvira Lindo , y cuando escribo o h

Ser de luz

 Esta semana estoy reivindicativa. No soy un ser de luz. Hay cosas (muchas o pocas, echad la cuenta) que me dan mucha rabia.  Me da mucha rabia no poder decirle a una amiga te lo dije, yo tenía razón . Me da rabia porque si se lo digo, igual se molesta, y sí, yo tenía razón . Pero lo que más rabia me da de todo es que cuando me atrevo a decírselo (de manera sutil, para que no se soliviante),  ni se inmuta. ¿Para eso me he conducido con tantos miramientos?  Luego está el tema de la contemporización. ¿No os pasa que queréis contarle algo a un amigo, para que concluya contigo que has hecho bien, que vaya personaje, que desde luego, que vaya, vaya ? Y resulta que no. Que el amigo en cuestión (no quiero señalar a nadie), comienza a contemporizar y a explicarte, bueno, es que en algunos casos se pone, y además, porque verás … Yo no quería explicaciones, ni que contemporizase. Quería apoyo total. ¿Qué ya lo había contado, digamos, a 1, 2, 3, 4 personas y había obtenido apoyo total?  SI. Pero

Eclipses

En el cuento de Augusto Monterroso, en lo más profundo de la selva y amenazada su vida, fray Bartolomé Arrazola desdeña a sus captores e intenta, sin éxito, un engaño salvador:  -Si me matáis -les dijo- puedo hacer que el sol se oscurezca en su altura.   Imagen de: https://unsplash.com/@jnnfrchn Cuando el eclipse se halla en su momento culmen, el corazón del fraile reposa, aún palpitante, sobre la piedra de sacrificios. Leed el cuento y sabréis por qué . Es casi inevitable que la narración de Monterroso me recuerde a las peripecias de Tintín, Milú,  el doctor Tornasol y el capitán Hadock en El Templo del Sol . A ellos les fue un poco mejor que al fraile.  Hace unos días, conversando sobre eclipses, cuentos y clubes de lectura, una compañera bibliotecaria habló de las personas que eclipsan. En aquel momento, pensé en negativo. Hay quien absorbe toda la energía que encuentra a su alrededor, te opaca, te relega a un rincón.  Pero… Hay quien entra en una habitación como una suerte de marip

La encina

 Esta semana, por unas causas y por otras, mi cabeza ha albergado un avispero. De ideas y de palabras. De pantallas. La vida, la real, estaba afuera y yo, en mi torre de cristal, apenas he tenido tiempo de mirarla a los ojos. Si acaso, la he entrevisto en alguno de mis fieles compañeros. Los que no me fallan, y me acompañan en estos días llenos de ruido y de compromisos. De zozobras.  Los libros. Estoy viajando con Steinbeck por Estados Unidos , y en el capítulo en el que el escritor y su leal, caballeroso y viejo caniche gigante francés, acampan en un bosque de secuoyas del sur de Oregón, sentí un loco e intenso anhelo. Quería estar allí, físicamente. Tocar la corteza de esos árboles legendarios. En el silencio, en la umbría. Apoyar la frente en el tronco de uno de ellos, y cerrar los ojos. Dejar atrás el fragor. De Crd637 - Trabajo propio, CC BY-SA 3.0,   En mi tierra no hay secuoyas ( las del bosque cántabro me pillan lejos ), pero hay encinas. La encina es uno de mis árboles prefer

Ícaro

 Los que me conocen saben que soy una soñadora incorregible. También, que soy dueña de un  realismo descarnado que adapta lo que sueño a mis circunstancias. Cortarme las alas en pleno vuelo no es algo poético. Mirar por el retrovisor para contemplar qué estoy dejando atrás, tampoco. Pero, a veces, ese realismo feroz me ha salvado de algún que otro abismo. De alguna caída.  La caída de Ícaro GOWY, JACOB PEETER Copyright de la imagen ©Museo Nacional del Prado Esta reflexión viene a cuento porque vivimos una época rara. Nuestras reacciones son exacerbadas. Nos indignamos con los comportamientos irresponsables e insolidarios, mientras que los que se comportan de forma incívica e inconsciente, se lanzan a las calles, y bailan, y cantan, y ríen, y se abrazan, y viven al límite. Queriendo apurar todo el vino, hasta las heces. Como si no les importase vivir o morir. Como si decidieran obviar su propia mortalidad. Cuando era una jovenzuela, tenía una amiga que me invitó a una reunión que cambia

Las palabras no son inocentes

 Canta Niña Pastori :  No te equivoques que yo no soy la roca, /domina más tu lengua, controla más tu boca/ Que las palabras suelen hacer más daño/ Se clavan en el alma como si fueran clavos. Las palabras, lo que significan y lo que insinúan, no son inocentes. Casi nunca lo son.  Imagen de Quint Buchholdz  Decir, por ejemplo: no te voy a contar lo que sufrí, no te mereces lo que padecí, no puedes saber cómo estuve, tan solo y triste, tan desgraciado y abandonado .  Esto no es necesario. Resumir e indicar, dejar en la bruma de la imaginación del otro lo terrible y desamparado de un suceso, no es necesario. Si no se quiere hacer daño. Al otro.  El deseo de herir, a veces, es demasiado fuerte. El deseo de vengarse, de que el otro se duela todo lo que te doliste tú. Quizás porque esperabas más de él, o de ella, aunque ni tú mismo sepas, con exactitud, qué. Pero aguardabas otra cosa, siempre aguardas otra cosa. Y nunca la consigues. Porque ni tú sabes qué es. El otro, entonces, ha de conver