Como diría un moderno, cada junio finaliza mi vuelta completa al sol. Ya van unas cuantas. Ya hace tiempo que junio dejó de ser ese mes simpático en el que terminaban las clases, celebraba mi santo (sí, San Antonio de Padua y no San Antón), y mi cumpleaños. Junio era la antesala de un verano larguísimo, con días inacabables de lecturas, y espionaje a los chicos que me gustaban. Al chico que me gustaba.
Hace ya mucho que junio es, simplemente, el mes en el que hay que entregar (te pongas como te pongas), la declaración de la RENTA. El mes en el que aún no sabes si podrás terminar todo el trabajo acumulado, las semanas en las que ya pesa el cansancio de todo un año. Porque el año no termina en diciembre, como para muchos otros profesionales, termina en junio.
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Estoy un poco cansada, sobre todo, de mí misma. Y eso que este mes me está trayendo alegrías: mi planta me ha regalado una flor blanca, que se yergue, hermosa y presumida, buscando el beso de la luz. La primera dosis de la vacuna. Algún beso. Algún abrazo. Pudieron ser más, pero, como diría Elvira Lindo, las cosas se han dado así. Estoy un poco cansada, hasta de mí misma. No ha pasado nada, solo lo previsible en una vida cualquiera, una vida como la vuestra. Como la mía.
Han sido muchas columnas. Muchas palabras. Ahora, necesito parar y dejar de hacer. Para volver a hacer, con más impulso y más ilusión.
La columna del jueves volverá en septiembre, en medio de una nueva etapa que espero sea importante y positiva. Ahora toca reponer fuerzas, mirar por la ventana, cerrar los ojos, abrazar, besar, atesorar palabras.
Gracias por la lectura, la escucha, la complicidad. La compañía. Sed felices.
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