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Decepción

A medida que cumplo años, hay (pongamos) tres cosas que no llevo nada bien. Saber que la muerte nos alcanza a todos (también, a mí), que los años no influyen ni en la sabiduría, ni en la madurez, y que no importan ni el tiempo ni las circunstancias. Siempre te encontrarás con algo o alguien que te decepcione.  Fotografía de Afra Ramió  Hace años escribí sobre una decepción . Mi sentir de entonces está en ese texto, de una manera tan exacta como si valorase la calidad de mi sueño un reloj inteligente. Y eso que no fue una decepción crucial, ni había amistad de por medio, y era hasta lógico que aquéllo ocurriese.  Parece mentira, una se hace mayor, vieja si queréis, y no aprende a no sentirse herida con las decepciones. Incluso los mejores amigos te decepcionan con alguna frase fuera de tono, o fuera de lugar. Con algo que se callan para no preocuparte, o con algo que te sueltan sin filtros, sin caer en la cuenta de lo que pueden doler unas palabras. Las dichas y las que no se pronuncian

Si me pasa algo en Cuenca

Hace ya dos años participé en un congreso universitario que se celebraba en Cuenca. Me hacía ilusión conocer la ciudad y, además, tenía que presentar una comunicación.  Las comunicaciones en los congresos universitarios (salvo honrosas excepciones), suelen presentarse en aulas anodinas, donde los doctorandos en busca de méritos (publicación próxima en revista científica), se reparten los papeles de ponentes y de público.   No se nota, pero ahí ya temía por mi vida. El caso es que me planté en el congreso tras un viaje en un autobús de ALSA amenizado por un conductor que cantaba a pleno pulmón bachata, salsa, merengue y Mambo Number Five . Aquello prometía. A la mañana siguiente, en la puerta de una Facultad, coincidí con una mujer de mi edad que se había perdido. Desde ese momento, aquella tipa peculiar, rara y mentirosa, se me adhirió como un chicle a los bajos de una mesa.  Decía conocer Cuenca como la palma de su mano, pero no sabía dónde estaba el Parador, según ella porque era mod

Collage. Quiero contarte una cosa, o dos

Cuando estoy muy cansada y en el horizonte solo atisbo plazos que están a punto de caducar, tengo tendencia a distraerme con otros asuntos. Sí, leer ficción me ayuda, y mucho. Pero a veces, ni siquiera eso es suficiente para evadirme de esas obligaciones que me ilusionan y me asustan, todo a la vez. Entonces, quiero pintar acuarela, dibujar mandalas, colorear en libretas, bordar en papel, tejer una bufanda. Siento el irrefrenable impulso de hacer collage.  Collage de Mattisse De momento tengo las tijeras, el pegamento, una pila de cuadernos y un montón de recortes que pueden servir para los fondos: letras, hierba, azul cielo, el mar, un cuadro de Piet Mondrian. En mi imaginación, mis collage serán maravillosos, dignos de admirar; todos se asombrarán de mi capacidad para la artesanía.  A menudo, cuando el cansancio puede al nerviosismo (ya sabéis, esos días que todos tenemos), fantaseo con la idea de que seré capaz de hacer cualquier cosa. Algo que me alejará para siempre de mi activida

Leer por amor

Los que me conocéis sabéis que leo mucho y de todo, a veces un tanto inconscientemente, a golpe de pasión e intuición. Mis lecturas no están programadas ni agendadas; no siguen un plan, ni en minúsculas, ni en mayúsculas. Son puro enamoramiento, flechazo, atracción efímera o amor eterno.  El río Congo Soy caótica, en mi vida y en mis lecturas. No concibo la idea de seguir un reto para leer determinado número de libros en un año; no llevo la cuenta, no lo necesito, no es algo que me motive o me preocupe. Seguramente tengo grandes lagunas en mi formación literaria. porque a veces, ya sabéis, uno se enamora de libros poco recomendables según la ortodoxia. Qué se le va a hacer. He aprendido a aceptarlo, incluso, a convivir bien con este rasgo de mi personalidad.  Otra de mis características lectoras, que puede ser irritante, es la de condurar  aquellos libros que me apetece mucho leer. Seguramente sea producto de mi adolescencia. Como usuaria de bibliotecas, solía esconder los libros que n

El salvoconducto

En las películas de aventuras el prota suele llevar el salvoconducto en el bolsillo interior de la chaqueta. Se trata de un pergamino enrollado y atado con una cinta carmesí, mugrienta y deshilachada, que se desata para comprobar sellos, firmas y el texto que permite a nuestro héroe la libre circulación. Incluso en las horas del toque de queda.    Foto de @diana_dandelion (Koruldi Lakes, Georgia) Aún así, pese al salvoconducto, nuestro protagonista ha de tener cuidado, moverse con precaución, saber interpretar las señales. Los perímetros de las poblaciones suelen estar acordonados, asegurados por patrullas aguerridas, hombres y mujeres con una misión, tipo Harry Bosch . No es cuestión de exponerse, por las buenas, a un encontronazo desagradable con un servidor de la ley extremadamente cumplidor.  Otros peligros son la pérdida, el olvido, el robo o la vigencia del salvoconducto. Se impone distancia y discreción, pues no hay nada más lamentable y comprometedor que no hallar el pase en e

Lo perfecto

El gigante  llegó a Florencia tras una travesía marítima y una travesía fluvial: navegó el mar Mediterráneo y remontó el río Arno. El destino de este bloque de mármol imponente era noble: servir de contrafuerte, junto a otras once estatuas del Antiguo Testamento, de la Catedral de Santa María de las Flores. Medía alrededor de dieciocho pies de altura (en torno a cinco metros), pesaba cinco toneladas y desde el principio se convirtió en un verdadero quebradero de cabeza.  Catedral de Santa María del Fiore en Florencia (Foto:  Destination360 ) Sucedió que varios escultores lo hirieron inutilmente. Uno, no fue capaz de terminar el mandato. Otro, lo abandonó por motivos desconocidos. ¿Quizás por que no quería ser recordado como el artista incapaz de realizar el David ? Durante décadas dormitó el gigante en el taller de la Catedral, antes de que los supervisores de las obras se decidieran a reclutar a un artista que deseara terminar la escultura. El elegido fue un joven y reconocido esculto

Ver de verdad

Estos días he estado bailoteando en zumba Jerusalema . África se está poniendo de moda con la internalización de sus canciones, libros y películas. Hace casi un año estuve en Casa África , en Las Palmas de Gran Canaria, y allí se me hizo notar el prejuicio: África es diversa, llena de matices y realidades distintas. Se nos olvida que no es un país.  Vamos por la vida con gafas oscuras. Vemos, pero no de verdad . A menudo escuchamos que viajar es lo mejor para educar la mirada, conocer a los otros, otras culturas. Pero si vamos con antifaz, cargados de nuestros prejuicios, aferrados a nuestras creencias más profundas y radicales, no aprenderemos nada. Viajemos, o no. Leamos, o no. Hay que estar dispuesto al zarandeo, a que lo que creías cierto resulte una quimera. Y eso es incómodo, doloroso incluso. Ni siquiera la persona más permeable al cambio lo es a tiempo completo.  Monica Rohan A veces trabajamos con alguien, salimos a tomar un café, conversamos educadamente. Lo vemos, pero no de