Podría contaros que he terminado de leer una novela. Se trata de El gran amor de Galdós, y la firma el autor canario Santiago Gil. Podría deciros que, como los amores inconclusos y eternos, me ha dejado un sabor a guayabas y un aroma a incensarios. Benito y Sisita siguen, en mi imaginación, escondidos en un portón de Las Palmas de Gran Canaria. Furtivos, aguardan un barco que los lleve a un futuro clandestino en otra isla. A una isla y un porvenir luminosos.
Podría acunar en estas trescientas palabras el amor de Sisita y Benito. Mi columna de esta semana convertida en refugio de su amor perseguido.
Podría escribir que hace mucho frío. Que el cielo es como un plato hondo esmaltado en azul. Podría paladear la palabra cencellada, y el sabor que inundase mi boca sería el del helado de limón. No sé por qué la escarcha que cubre hoy todo, me sabe a limón.
Podría tararear un fado, o un bolero. Tratar de describir cómo es la textura del café con leche que tomo por las mañanas, cuál es la música que me pongo para trabajar, para limpiar la casa, para bailar zumba.
Podría confesar (y no sería mi primera confesión) que he leído que Manolo García está grabando nuevo disco y que saberlo me alegró una tarde tristona.
Podría comentar con vosotros cuánta pereza me da saber que tendré que viajar y encontrarme con personas a las que no conozco. Pero no sería exacto. No es pereza, sino temor de abandonar la crisálida en la que me he refugiado durante los últimos nueve meses. Pese a que desde ella he soñado con viajar a un futuro mejor, sin aislamientos, ni distancias... sigo escondida.
Podría imaginar que esta columna es nuestro velero. Un barco promisorio, alegre. Valiente.
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