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Chisporroteos

Sin que suceda nada reseñable (o sí) hay etapas en que la vida se agrisa. No sé, es como si la luz perdiese intensidad y, en consecuencia, los objetos y las personas empalideciesen. También los paisajes, las calles de la ciudad. Evitas que las cosas te rocen, porque te lastiman, te llagan. Quieres adormecerte, evitar el daño, la emoción. Cuando era joven creía en los blancos y negros, en la oscuridad y la luz. De un modo impreciso, pensaba que la vida sería brillante, o no sería. Que la felicidad pura llegaría, sí, y me iluminaría  el corazón como un potente halógeno. Así, me desharía de las sombras… porque cada edad tiene las suyas.  Ya no soy joven ( qué pesada, María Antonia, que sí, que no lo eres, tomo nota ), y, en consecuencia, no me muevo en los extremos. No creo en lo fulgurante, ni en esa felicidad que deslumbra como una luz de neón. Ahora soy, más bien, creyente en chisporroteos. Sí, esos pequeños destellos que, a nada que estés despistado, te pierdes. Bailar salsa. Un ca

El anuncio

Era una revista femenina de los años setenta y, entre sus páginas, había un anuncio que me cautivaba. Aquellas fotos me mostraban dos mundos opuestos, cada uno con sus misterios y sus miserias.  Sus obligaciones, sus desigualdades, sus prejuicios.  Foto tomada de aquí. El anuncio trataba de vender una bicicleta estática. ¿Recordáis las fotonovelas? Esas historias de amor algo ñoñas que se contaban con fotos y poco texto. Pues bien, así era ese anuncio. En la primera viñeta, una mujer joven en camisón blanco largo y recatado que, sin embargo, no menoscaba ni un ápice su belleza, se ponía a pedalear sobre la bicicleta estática. Sí. En camisón  y chinelas, la melena larga y suelta. En la siguiente, la joven despedía al marido triunfador, vestido de traje, alcanzándole un maletín. Se daban un beso de matrimonio, y él se iba a la oficina para procurar el sustento y los caprichos, entre los que se encontraba, sin duda, la bici estática.   La mujer volvía a la bici. Tras el ejercicio, se a

Y tú, ¿a qué te dedicas?

De niña quería ser periodista (corresponsal de guerra o redactora de sucesos) y escritora de novelas de misterio. Esto es, quería leer la colección completa de Tintín, los libros de Agatha Christie, los viajes de Verne, y las exploraciones (con merendola incluida) de Los Cinco. Esto es, quería escribir alambicados asesinatos de chicas rubias en mansiones inglesas donde el mayordomo, ese ser imperturbable, siempre era el principal sospechoso. Décadas después supe que la vida es azarosa y que, a veces, completa círculos divertidos. No sé por qué no tengo más arrojo cuando me preguntan a qué me dedico. Debería decir que a leer y a escribir... pero de una manera peculiar. Cada obra es para mí una casa en la campiña inglesa a la que me han invitado a tomar un té con pastas. Yo sé que hallaré en ella dificultades, secretos, enredos y líos (de los de amor y de los de odio) o, tal vez, alegatos a favor de la belleza. Sea como sea, me adentraré en esa casa con todos mis artilugios de detectiv

Vuestros senderos

Me escribía, ayer mismo, Rebeca Martín García para hablarme sobre vuestros senderos. Me escribía que, en un mundo en el que parece que manda el postureo, había mucha verdad en vuestros senderos, en vuestros porqués. Me escribía Rebe y me decía que se emociona, que es muy difícil elegir, que si sólo un ejemplar para una sola persona.  Me escribía y me llamaba por ese nombre secreto que sólo ella y yo conocemos, comentando una, dos, tres, cuatro fotos y uno, dos, tres y hasta cuatro motivos. Y, al final de su correo electrónico, iba decantándose por una, por otra, iba reinterpretando cada motivo, cada camino, cada sendero. Y me señaló dos. Dos. Y yo le había dicho que un ejemplar para una sola persona. Rebe es una mujer especial que canta, cuenta, escribe, pinta, ríe y sabe que hay senderos fáciles, difíciles, bellos y no tan bellos... pero que hay que transitarlos todos. Así que...  Abrí la caja de cartón en la que duermen unos pocos ejemplares en papel de mi Hijos del vaivén e hi

Tener o no tener feeling

No quiero hacerme la moderna utilizando palabras en inglés cuando no viene al caso. Pero es que me he acordado que hace años, alguien me dijo que entre las dos había feeling . Que existía una chispa, algo, que nos hacía conectar y llevarnos bien. Y que eso, ese diminuto pero intenso destello, era esencial para trabajar juntas en nuevos proyectos. En tareas de esas que necesitan de colaboración y entendimiento, creatividad y paciencia. Porque en cualquier relación se precisa que el otro te recargue las pilas el día que tienes el desánimo en niveles máximos, o que te aquiete cuando hierves, presa de la indignación, la extrañeza, la incomprensión y las dudas. Recuerdo bien aquella conversación. Yo era casi una pipiola y me quedé ojiplática cuando ella me dijo que creía que entre las dos había feeling . Pues sí, lo había. Y algo más: había respeto.  ¿O será que esa chispa de entendimiento no puede darse sin el consabido respeto? Soy una mujer respetuosa, digamos, de fábrica . Sé reconoce

Regalo de un ejemplar en papel de mi "Hijos del vaivén"

 Querida lectora, querido lector: ¿Cómo estás? ¿También a ti te tira de las orejas el consabido Departamento de Marketing?  Pues resulta que la persona que lo dirige, a la que logro mantener en modo perfil bajo la mayor parte del tiempo, en ocasiones se pone brava y hasta impertinente. Y me ha repetido, insistentemente (me ha dado la turra, vaya), que tengo que hacer un sorteo o un concurso o algo así para celebrar el Día del Libro, pero con el oscuro propósito de hablar y de que se hable (algo, chica, aunque sea un poco) de mi segunda novela autopublicada: Hijos del vaivén .  Nada, no ha habido manera de acallarla. Así que... aquí estoy, proponiéndote un concurso, un sorteo, o algo así. Todo sea porque deje de avasallarme un rato.  Al más puro estilo #autobombo y #turralibro te cuento un poco de qué va mi Hijos del vaivén : un cincuentón se instala en un pisito de alquiler ubicado en un edificio de un barrio obrero a las afueras de Salamanca. Lindando balcón tenemos a Teresa, una muj

Darse cuenta, hacerse cargo

Creo que siempre es más difícil hacerse cargo que darse cuenta.  Uno cae en la cuenta de que ahí no es, de que no quiere ir, de que no encaja, de que no quiere estar, de que eso (sea lo que sea) le angustia. No, ahí no es. Se da cuenta. Lo sabe. Pero sigue. Va tirando, dejándose llevar por la inercia. Aguantando. Pensando que, a lo mejor, mañana se le habrá pasado y querrá ir. O pasado mañana.  Y es que... si no es allí, ¿dónde es? Si no voy allí, ¿adónde iré? Si no me quedo, ¿dónde estaré? En fin, un cúmulo de inquietudes. Darse cuenta puede ser difícil, pero también liberador. Hacerse cargo es duro. Elegir irte aunque no sepas adónde te llevará tu elección. Siempre habrá reparos, estorbos, cosas que hay que terminar, aspectos de los que ocuparse, flecos que cortar, costuras que rematar. Hacerse cargo, sí, eso es lo complicado. Porque conlleva un desasosiego, una incertidumbre. Porque muchas veces el darse cuenta no viene aparejado con saber dónde has de dirigirte. Sólo sabes que no