Era una revista femenina de los años setenta y, entre sus páginas, había un anuncio que me cautivaba. Aquellas fotos me mostraban dos mundos opuestos, cada uno con sus misterios y sus miserias. Sus obligaciones, sus desigualdades, sus prejuicios.
El anuncio trataba de vender una bicicleta estática. ¿Recordáis las fotonovelas? Esas historias de amor algo ñoñas que se contaban con fotos y poco texto. Pues bien, así era ese anuncio. En la primera viñeta, una mujer joven en camisón blanco largo y recatado que, sin embargo, no menoscaba ni un ápice su belleza, se ponía a pedalear sobre la bicicleta estática. Sí. En camisón y chinelas, la melena larga y suelta. En la siguiente, la joven despedía al marido triunfador, vestido de traje, alcanzándole un maletín. Se daban un beso de matrimonio, y él se iba a la oficina para procurar el sustento y los caprichos, entre los que se encontraba, sin duda, la bici estática.
La mujer volvía a la bici. Tras el ejercicio, se arreglaba y acompañaba a su marido a una cena. Una cena de parejas: compañeros de trabajo y sus esposas, jóvenes, hermosas, todas delgadas gracias a la bicicleta estática.
Escucho el pódcast de Cristina Mitre Mujeres que corren, que va de mucho más. ¿Sabíais que se creía que las mujeres, si corrían, podían ser menos fértiles? El útero podía desprenderse, decían. Las mujeres no podían practicar según qué deportes, no tenían condiciones físicas para ello. La historia de por qué no hay más mujeres corriendo maratones tiene sus raíces en estas falsas creencias. El mito de hacer ejercicio para adelgazar, también.
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