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Lo de siempre

Hacía casi tres años que no iba a mi cafetería favorita. Cuántas vidas pueden nacer o quebrarse en tres años. Un divorcio, un nacimiento, una mudanza, un despido, un desamor, una condena de cárcel, varios líos amorosos, una suscripción a Netflix, la escritura de una novela, un rodaje en Benidorm, los estragos de una pandemia. Tres años y, el primer día, una camarera me sonríe y se interesa por cómo me van las cosas y me dice que si voy a tomar lo de siempre y se acuerda de ese "lo de siempre". Uno sabe que tiene una cafetería propia cuando una camarera risueña le pregunta si quiere "lo de siempre". No es casualidad que en Hijos del vaivén aparezca varias veces esta cafetería. Uno de los protagonistas recala cada dos por tres para llamar por teléfono, observar las sonrisas de unas mujeres serias y reidoras, mientras bebe cerveza con limón, y piensa. Me atrevería a decir que para él (como para mí) la cafetería es refugio, una suerte de consuelo, un chispazo de insp

La compra

Iba deprisa, introduciendo los ítems de su lista: huevos, leche entera, yogures desnatados, café, helado de vainilla, sacarina, lentejas, té verde, hueso de jamón, brócoli, azúcar. Era una mujer complicada, paradójica. Un ser de contrastes.  Iba despacio, depositando en el carro los productos con los que se topaba en cada sección del supermercado. No recordaba si el hueco de la estantería que albergaba la espuma de afeitar estaba vacío. Iba distraído, con esa mirada serena propia de los seres apacibles.  (Foto tomada de aquí ) En la carnicería se desentendieron un momento de los carros. Ella, preocupada por el colesterol, quería comprar pechuga de pavo. Él, despreocupado de cualquier previsión en los menús, sopesaba si comprar filete de ternera o contramuslos de pollo. Ella, más rápida que él, puso rumbo a otra sección. Él, más lento que ella, se giró con la bandeja de pollo entre las manos y se encontró con un carro y una compra que, definitivamente, no le pertenecían.  Tranquilo, c

¿Aburrirse? ¡Pero si mi hija no se aburre nunca!

La maestra le había preguntas sobre los rodajes, sobre cómo eran las sesiones, a qué hora tenían lugar, con qué frecuencia... Quería saberlo todo: cuánto tiempo a la semana dedicaba Kimmy a Happy Break y cuánto tiempo le dejaba para jugar y aburrirse. ¿Aburrirse? ¡Pero si mi hija no se aburre nunca!, había respondido orgullosamente Mèlanie. Happy Break era su vida. Aquella mujer no podía entenderlo.  Acabo de terminar, entre fascinada y horrorizada, Los reyes de la casa de Delphine de Vigan. Mèlanie tiene dos hijos, Kimmy y Sammy, a los que dirige en su exitoso canal de YouTube . En Happy Break Mèlanie se dedica a contar, paso a paso, todas las andanzas familiares: ir de compras, a un parque de atracciones, desayunar, preparar la cena. Interactúa con la audiencia a la que consulta todo tipo de decisiones. El secuestro de Kimmy es la excusa de la que se sirve la autora para desplegar ante nosotros un historial de abusos, explotación y sobreexposición de menores. Los niños, según su

Perdonen la tristeza

No consigo digerirlo. No consigo reconciliarme con la idea de que desde mis ventanas no volveré a ver las torres de las Catedrales, las de la Clerecía y, algo más lejana, la cúpula de la iglesia de La Purísima.  Desde hace varios meses, una legión de obreros ha tomado mi calle. Tal vez sean una docena, pero a mí se me antojan legión. Obreros, grúa, hormigoneras, camiones, puntales, andamios. Están construyendo un Centro de Día para mayores de 60 años, una edad que siempre percibí lejana pero que ahora presiento más cerca de  lo que me gustaría. No porque no quiera cumplir años, no. Pero es que esto va muy deprisa, señoras, señores.  No sé por qué no acepto que el paisaje de mi calle ha cambiado para siempre. Tal vez porque me cuesta creer que yo sea tan mayor como dice mi DNI. En una ocasión, haciendo la compra en el supermercado, pensé que esa mujer que me miraba tan fijamente era maleducada, y mayor. Spoiler: era yo. Esto lo cuenta mucho mejor (como todo) Rosa Montero cuando habla d

Cápsulas del tiempo

Me fascinan las cápsulas del tiempo . Estás tan tranquilo en Idaho, con la mirada y el afán puestos en las cumbres de ese macizo rocoso que no sé ni escribir ni pronunciar, y te asalta el deseo de cambiar el suelo del cuarto de baño. Sí, hagámoslo , le dices a tu pareja, una mujer o un hombre que comparte contigo ese mismo deseo irrefrenable. Y, voilà .  Esta es la Cripta de la civilización y no se abrirá hasta 8113. Esta cápsula del tiempo se creó en la Universidad de Oglethorpe, Atlanta (Georgia) en 1940. En esta habitación hay dentaduras, maniquíes, microfilm, papel de aluminio, material de costura, juegos, platos... El inventario al completo, aquí .   Bajo el suelo descubres una arqueta torpemente cerrada, que contiene una botella de vidrio de hace por lo menos cien años (que en EEUU es mucho tiempo) y, en su interior, un penique, una caja de cerillas y una carta fechada hace treinta años. (Treinta años es también mucho tiempo para EEUU, pero mucho). En la carta, el albañil Joe

El importe de la factura

Por cuestiones profesionales, últimamente creo algún que otro proyecto, envío algún que otro presupuesto y, con suerte, emito alguna que otra factura. Sí, soy mujer y facturo, pero esto no evita lágrimas ni risas.  Me ha dado por pensar que la vida tiene mucho que ver con todo esto. Proyectos atractivos que, en su desarrollo, pesan como la piedra de Sísifo . Presupuestos que tienen en cuenta las fechas, los porqués, los cómo, los cuándos, los dóndes. No hay que olvidarse del valor añadido, gravado con el subsiguiente impuesto. Porque ese proyecto, no lo dudes, tiene su valor y su carga. La factura se emitirá con la sensación del deber cumplido y con el deseo íntimo de que los tiempos sean los razonables.  Sísifo , por Tiziano (1576) Pero es que, a veces, entusiasmados con una mudanza, un trabajo nuevo, o un viaje, nos metemos en faena y, de pronto, aquello, lo que sea, nos deja de interesar. Nos pesa. Nos pesa infinito. Y el presupuesto… ¿Cuánto habremos de invertir? ¿Habremos presu

Aguanta, corazón

Leyendo la última novela de Susana Fortes recordé el vídeo viral de la niña que se empuja a sí misma en lo alto del tobogán. En Nada que perder , la autora comenta un fragmento de la Odisea. Cito:  “Hay un episodio de la Odisea en el que Ulises regresa a Ítaca exhausto, vencido y cubierto de andrajos y se acuerda de sus amigos muertos. Está a punto de rendirse, sin fuerzas. Entonces, en un impulso de amor propio, aprieta los dientes y se pone en pie. Las palabras que pronuncia son sólo dos. Se las susurra al oído la diosa Atenea: “Aguanta, corazón”. Y esas dos palabras lo salvan. Si los dioses están a tu lado, todo es más fácil. En eso consiste tener suerte”. Es cierto. Si los dioses están a nuestro lado, todo es más fácil. Tal vez eso sea la suerte. La buena suerte. Y no puedo evitar pensar en esa niña que se empuja a sí misma. Ese empujón simbólico son las mismas palabras que la diosa Atenea susurró a Ulises: "Aguanta, corazón". Quizás la diosa se las dijo a la niña.  E