Ir al contenido principal

Perdonen la tristeza

No consigo digerirlo. No consigo reconciliarme con la idea de que desde mis ventanas no volveré a ver las torres de las Catedrales, las de la Clerecía y, algo más lejana, la cúpula de la iglesia de La Purísima. 


Desde hace varios meses, una legión de obreros ha tomado mi calle. Tal vez sean una docena, pero a mí se me antojan legión. Obreros, grúa, hormigoneras, camiones, puntales, andamios. Están construyendo un Centro de Día para mayores de 60 años, una edad que siempre percibí lejana pero que ahora presiento más cerca de  lo que me gustaría. No porque no quiera cumplir años, no. Pero es que esto va muy deprisa, señoras, señores. 

No sé por qué no acepto que el paisaje de mi calle ha cambiado para siempre. Tal vez porque me cuesta creer que yo sea tan mayor como dice mi DNI. En una ocasión, haciendo la compra en el supermercado, pensé que esa mujer que me miraba tan fijamente era maleducada, y mayor. Spoiler: era yo. Esto lo cuenta mucho mejor (como todo) Rosa Montero cuando habla de la tragedia del ser humano. Por dentro somos muchachitos, jovencitas, mientras nuestro exterior envejece. Recuerdo que hace unos quince años una señora de setenta y cinco me dijo que hacía voluntariado en la residencia de ancianos porque le encantaba rodearse de gente mayor. Spoiler: había residentes que no llegaban a sus setenta y cinco.  

Hoy no puedo escribir sobre cruces de miradas que, en el teclado de una escritora de novela romántica, se convertirían en una  historia  sentimental. No. Alzo mis ojos y veo a los obreros (tal vez haya media docena, pero se me antojan legión) y no puedo evitar entristecerme. Es el duelo de las vistas perdidas, el de la vida que viví y no ha de volver. 


Comentarios

  1. Ay!
    En este municipio en el que resido actualmente hay muchas mujeres de más de 80 e incluso 90 que no van a según que sitios porque: "Eso es para viejos"
    Al final, después de unas buenas carcajadas, mucha reflexión y unos cuantos achaques me di cuenta de que efectivamente la edad sólo es un número.
    Yo teniendo menos de 40 sí soy una vieja en achaques y en mentalidad :D

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ¡Hola! Es cierto, sí, pero pienso que también está bien que nos demos cuenta de que vamos envejeciendo, cumpliendo años, y que eso es así... aunque, por supuesto, no hay que limitarse. Esas mujeres son niñas por dentro, sin duda. Un abrazo y gracias por tu lectura y por tu comentario.

      Eliminar

Publicar un comentario

¡Gracias por tu comentario! Se publicará en cuanto lo lea :-).

Entradas populares de este blog

Lisboa

He estado en Lisboa  en dos o tres ocasiones, y muy pocos días, pero desde el primer momento en el que me asomé a  Terreiro do Paço ,  subí a un tranvía e hice cola para coger el  Elevador de Santa Justa ... quise vivir en ella. No para siempre, solo cinco o seis meses; el tiempo justo de alojarme en una buhardilla de la  Baixa , ir a comprar el pan, hacer fotos, sentarme en una cafetería, intentar hablar portugués aunque los lisboetas se sonrían maliciosamente. Escribir, quizás, una novela.  Ir a trabajar a una librería o a una floristería. Perderme en sus calles, visitar una y otra vez todos sus miradores. Tomarme un vino tinto mientras atardece. Pasear por  Bélem  y contemplar el Tajo que allí se asemeja todo un mar. Escuchar fados y sollozar de la emoción.   Dice Sabina que al lugar al que has sido feliz no debieras tratar de volver , pero ¿qué ocurre si solo has tenido la intuición? Si aún no has sido feliz allí, pero crees que podrías serlo, ¿debes volver? En Lisboa ya estuvimos

Aguanta, corazón

Leyendo la última novela de Susana Fortes recordé el vídeo viral de la niña que se empuja a sí misma en lo alto del tobogán. En Nada que perder , la autora comenta un fragmento de la Odisea. Cito:  “Hay un episodio de la Odisea en el que Ulises regresa a Ítaca exhausto, vencido y cubierto de andrajos y se acuerda de sus amigos muertos. Está a punto de rendirse, sin fuerzas. Entonces, en un impulso de amor propio, aprieta los dientes y se pone en pie. Las palabras que pronuncia son sólo dos. Se las susurra al oído la diosa Atenea: “Aguanta, corazón”. Y esas dos palabras lo salvan. Si los dioses están a tu lado, todo es más fácil. En eso consiste tener suerte”. Es cierto. Si los dioses están a nuestro lado, todo es más fácil. Tal vez eso sea la suerte. La buena suerte. Y no puedo evitar pensar en esa niña que se empuja a sí misma. Ese empujón simbólico son las mismas palabras que la diosa Atenea susurró a Ulises: "Aguanta, corazón". Quizás la diosa se las dijo a la niña.  E

Cuentos, matemáticas y unos ojos verdes

Lloraba como algunos niños lloran, sin hacer ruido. La joven maestra en prácticas, se le acercó: No llores preciosa, que te vas a estropear esos ojos verdes, tan bonitos . ¿Verdes? ¿Bonitos? Era la primera vez (más de cuarenta años después está casi segura) que alguien decía eso de sus ojos. Hipando, corrió hasta los servicios del colegio, y allí, mirándose al espejo se maravilló. ¡Sí, eran verdes! Verdes color charca, sí, pero verdes. Y, bueno, no eran feos sus ojos, qué va. Llenitos de rojeces, pero eso solía ocurrirle cuando lloraba. Pero los ojos... ¡se le habían vuelto verdes! Aquello era una pura maravilla. Foto de  @dizzyd718  en unsplash.com En un tren, un hombre y una mujer se cuentan cosas de su infancia. Ella escribía cuentos con siete, ocho años. Él, era un lince con las matemáticas. Con ocho, o siete años. Un día, ella llegó a la clase, la estaban esperando dos maestras. Una mañana, él llegó al aula, y se la encontró vacía, con uno o dos profesores. A ella, la hicieron sen

Blondie, (1994- )

 Mis 300  palabras de esta semana las voy a dedicar a mi librito. Sí. Yo he venido aquí a hablar de mi novelita corta, Blondie, (1994- ) disponible en digital y gratis para todos los usuarios de las bibliotecas municipales de Badajoz, gracias a su inclusión en el Catálogo Nubeteca de Diputación de Badajoz . También la encontraréis en papel y digital en Bubok .  En el Servicio Provincial de Bibliotecas de la Diputación de Badajoz, además, han realizado… ¡un booktrailer ! (Gracias por todo Isidoro Bohoyo, Florencia Corrionero, Mercedes Castellano, de Diputación; gracias Rebeca Martín , Daniel Blanco , Josué Zúñiga ).  Pero yo he venido aquí a hablar de mi obrita, y no de otras cuestiones (por más que sea práctico saber dónde la podéis encontrar si os apetece leerla). He venido aquí, he abierto un post en blanco y lo he titulado Blondie, (1994- ) y me he quedado abstraída con el titilar del cursor sobre el lienzo blanco.  Escribí a Blondie el año pasado, en el confinamiento, pero la s

Fechas de caducidad

Hace años, en otra vida, trabajé en un supermercado. Fui reponedora, cajera, limpiadora, oveja negra, chivo expiatorio. Después de aquellos meses, tuve otra vida, y luego otra, y ahora otra; pero esas son otras historias .  Mi novio de entonces estaba haciendo la mili en Albacete. Yo estaba enamorada, tanto como solo se puede estar a los dieciséis. Sorda, ciega y ajena a todo lo que no fuese aquel amor. Él volvía a casa cada mes, y pasaba en nuestra ciudad catorce o quince días. Recuerdo nuestras despedidas, nuestros encuentros, las lágrimas calientes y saladas, los abrazos en la estación de tren, lo guapo, lo delgado y lo niño que estaba, y era. Entre permiso y permiso, yo trabajaba diez horas diarias en la tienda. Pese al frío, lo que más me gustaba era ordenar la cámara de los yogures: me reconfortaba colocar los envases por su fecha de caducidad. ¿Sería porque era ordenada y metódica? No, nunca lo fui; ni entonces, ni ahora. Era por las fechas.