Ir al contenido principal

Cápsulas del tiempo

Me fascinan las cápsulas del tiempo. Estás tan tranquilo en Idaho, con la mirada y el afán puestos en las cumbres de ese macizo rocoso que no sé ni escribir ni pronunciar, y te asalta el deseo de cambiar el suelo del cuarto de baño. Sí, hagámoslo, le dices a tu pareja, una mujer o un hombre que comparte contigo ese mismo deseo irrefrenable. Y, voilà

Esta es la Cripta de la civilización y no se abrirá hasta 8113. Esta cápsula del tiempo se creó en la Universidad de Oglethorpe, Atlanta (Georgia) en 1940. En esta habitación hay dentaduras, maniquíes, microfilm, papel de aluminio, material de costura, juegos, platos... El inventario al completo, aquí. 

Bajo el suelo descubres una arqueta torpemente cerrada, que contiene una botella de vidrio de hace por lo menos cien años (que en EEUU es mucho tiempo) y, en su interior, un penique, una caja de cerillas y una carta fechada hace treinta años. (Treinta años es también mucho tiempo para EEUU, pero mucho). En la carta, el albañil Joe y el peón Jimmy (con el apoyo silente de Bill, fontanero) te saludan y te cuentan que arreglaron una avería en las cañerías del cuarto de baño (¡hace treinta años! Pues sí que la  solventaron bien, sí). Y que esperan que no hayas levantado el suelo por la misma avería porque según su criterio profesional, eso no debería de ocurrir, así, a la buena de dios. Te quedas pensando si este capricho veleidoso de poner otro modelo de loseta te acarreará la creación de tu propia cápsula, o si es mejor dejarlo correr. De momento, te quedas mirando los picos de las montañas de nombre americano que no sé decir, ni escribir. 

En 2009 se descubrió esta caja del tiempo en Madrid, frente al Congreso de los Diputados. La cápsula se cerró en 1834 y contenía cuarenta objetos. La caja era de plomo, sus paredes estaban forradas con láminas de vidrio y un tóxico para proteger el contenido de bacterias. Para ver fotos y más explicación del contenido, aquí. 

Leo que hay cápsulas del tiempo fortuitas e intencionadas: por ejemplo, la de nuestros queridos Joe y Jimmy (con la aquiescencia de Bill) está hecha con toda la intención. La caja del tiempo en la que se convirtió Pompeya tras el despertar del volcán es ejemplo de todo lo contrario. 


Me fascinan las cápsulas del tiempo. ¿Crearías una? ¿Qué pondrías en ella?

Comentarios

Entradas populares de este blog

Lisboa

He estado en Lisboa  en dos o tres ocasiones, y muy pocos días, pero desde el primer momento en el que me asomé a  Terreiro do Paço ,  subí a un tranvía e hice cola para coger el  Elevador de Santa Justa ... quise vivir en ella. No para siempre, solo cinco o seis meses; el tiempo justo de alojarme en una buhardilla de la  Baixa , ir a comprar el pan, hacer fotos, sentarme en una cafetería, intentar hablar portugués aunque los lisboetas se sonrían maliciosamente. Escribir, quizás, una novela.  Ir a trabajar a una librería o a una floristería. Perderme en sus calles, visitar una y otra vez todos sus miradores. Tomarme un vino tinto mientras atardece. Pasear por  Bélem  y contemplar el Tajo que allí se asemeja todo un mar. Escuchar fados y sollozar de la emoción.   Dice Sabina que al lugar al que has sido feliz no debieras tratar de volver , pero ¿qué ocurre si solo has tenido la intuición? Si aún no has sido feliz allí, pero crees que podrías serlo, ¿debes volver? En Lisboa ya estuvimos

Aguanta, corazón

Leyendo la última novela de Susana Fortes recordé el vídeo viral de la niña que se empuja a sí misma en lo alto del tobogán. En Nada que perder , la autora comenta un fragmento de la Odisea. Cito:  “Hay un episodio de la Odisea en el que Ulises regresa a Ítaca exhausto, vencido y cubierto de andrajos y se acuerda de sus amigos muertos. Está a punto de rendirse, sin fuerzas. Entonces, en un impulso de amor propio, aprieta los dientes y se pone en pie. Las palabras que pronuncia son sólo dos. Se las susurra al oído la diosa Atenea: “Aguanta, corazón”. Y esas dos palabras lo salvan. Si los dioses están a tu lado, todo es más fácil. En eso consiste tener suerte”. Es cierto. Si los dioses están a nuestro lado, todo es más fácil. Tal vez eso sea la suerte. La buena suerte. Y no puedo evitar pensar en esa niña que se empuja a sí misma. Ese empujón simbólico son las mismas palabras que la diosa Atenea susurró a Ulises: "Aguanta, corazón". Quizás la diosa se las dijo a la niña.  E

Cuentos, matemáticas y unos ojos verdes

Lloraba como algunos niños lloran, sin hacer ruido. La joven maestra en prácticas, se le acercó: No llores preciosa, que te vas a estropear esos ojos verdes, tan bonitos . ¿Verdes? ¿Bonitos? Era la primera vez (más de cuarenta años después está casi segura) que alguien decía eso de sus ojos. Hipando, corrió hasta los servicios del colegio, y allí, mirándose al espejo se maravilló. ¡Sí, eran verdes! Verdes color charca, sí, pero verdes. Y, bueno, no eran feos sus ojos, qué va. Llenitos de rojeces, pero eso solía ocurrirle cuando lloraba. Pero los ojos... ¡se le habían vuelto verdes! Aquello era una pura maravilla. Foto de  @dizzyd718  en unsplash.com En un tren, un hombre y una mujer se cuentan cosas de su infancia. Ella escribía cuentos con siete, ocho años. Él, era un lince con las matemáticas. Con ocho, o siete años. Un día, ella llegó a la clase, la estaban esperando dos maestras. Una mañana, él llegó al aula, y se la encontró vacía, con uno o dos profesores. A ella, la hicieron sen

Blondie, (1994- )

 Mis 300  palabras de esta semana las voy a dedicar a mi librito. Sí. Yo he venido aquí a hablar de mi novelita corta, Blondie, (1994- ) disponible en digital y gratis para todos los usuarios de las bibliotecas municipales de Badajoz, gracias a su inclusión en el Catálogo Nubeteca de Diputación de Badajoz . También la encontraréis en papel y digital en Bubok .  En el Servicio Provincial de Bibliotecas de la Diputación de Badajoz, además, han realizado… ¡un booktrailer ! (Gracias por todo Isidoro Bohoyo, Florencia Corrionero, Mercedes Castellano, de Diputación; gracias Rebeca Martín , Daniel Blanco , Josué Zúñiga ).  Pero yo he venido aquí a hablar de mi obrita, y no de otras cuestiones (por más que sea práctico saber dónde la podéis encontrar si os apetece leerla). He venido aquí, he abierto un post en blanco y lo he titulado Blondie, (1994- ) y me he quedado abstraída con el titilar del cursor sobre el lienzo blanco.  Escribí a Blondie el año pasado, en el confinamiento, pero la s

Fechas de caducidad

Hace años, en otra vida, trabajé en un supermercado. Fui reponedora, cajera, limpiadora, oveja negra, chivo expiatorio. Después de aquellos meses, tuve otra vida, y luego otra, y ahora otra; pero esas son otras historias .  Mi novio de entonces estaba haciendo la mili en Albacete. Yo estaba enamorada, tanto como solo se puede estar a los dieciséis. Sorda, ciega y ajena a todo lo que no fuese aquel amor. Él volvía a casa cada mes, y pasaba en nuestra ciudad catorce o quince días. Recuerdo nuestras despedidas, nuestros encuentros, las lágrimas calientes y saladas, los abrazos en la estación de tren, lo guapo, lo delgado y lo niño que estaba, y era. Entre permiso y permiso, yo trabajaba diez horas diarias en la tienda. Pese al frío, lo que más me gustaba era ordenar la cámara de los yogures: me reconfortaba colocar los envases por su fecha de caducidad. ¿Sería porque era ordenada y metódica? No, nunca lo fui; ni entonces, ni ahora. Era por las fechas.