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Cápsulas del tiempo

Me fascinan las cápsulas del tiempo . Estás tan tranquilo en Idaho, con la mirada y el afán puestos en las cumbres de ese macizo rocoso que no sé ni escribir ni pronunciar, y te asalta el deseo de cambiar el suelo del cuarto de baño. Sí, hagámoslo , le dices a tu pareja, una mujer o un hombre que comparte contigo ese mismo deseo irrefrenable. Y, voilà .  Esta es la Cripta de la civilización y no se abrirá hasta 8113. Esta cápsula del tiempo se creó en la Universidad de Oglethorpe, Atlanta (Georgia) en 1940. En esta habitación hay dentaduras, maniquíes, microfilm, papel de aluminio, material de costura, juegos, platos... El inventario al completo, aquí .   Bajo el suelo descubres una arqueta torpemente cerrada, que contiene una botella de vidrio de hace por lo menos cien años (que en EEUU es mucho tiempo) y, en su interior, un penique, una caja de cerillas y una carta fechada hace treinta años. (Treinta años es también mucho tiempo para EEUU, pero mucho). En la carta, el albañil Joe

El importe de la factura

Por cuestiones profesionales, últimamente creo algún que otro proyecto, envío algún que otro presupuesto y, con suerte, emito alguna que otra factura. Sí, soy mujer y facturo, pero esto no evita lágrimas ni risas.  Me ha dado por pensar que la vida tiene mucho que ver con todo esto. Proyectos atractivos que, en su desarrollo, pesan como la piedra de Sísifo . Presupuestos que tienen en cuenta las fechas, los porqués, los cómo, los cuándos, los dóndes. No hay que olvidarse del valor añadido, gravado con el subsiguiente impuesto. Porque ese proyecto, no lo dudes, tiene su valor y su carga. La factura se emitirá con la sensación del deber cumplido y con el deseo íntimo de que los tiempos sean los razonables.  Sísifo , por Tiziano (1576) Pero es que, a veces, entusiasmados con una mudanza, un trabajo nuevo, o un viaje, nos metemos en faena y, de pronto, aquello, lo que sea, nos deja de interesar. Nos pesa. Nos pesa infinito. Y el presupuesto… ¿Cuánto habremos de invertir? ¿Habremos presu

Aguanta, corazón

Leyendo la última novela de Susana Fortes recordé el vídeo viral de la niña que se empuja a sí misma en lo alto del tobogán. En Nada que perder , la autora comenta un fragmento de la Odisea. Cito:  “Hay un episodio de la Odisea en el que Ulises regresa a Ítaca exhausto, vencido y cubierto de andrajos y se acuerda de sus amigos muertos. Está a punto de rendirse, sin fuerzas. Entonces, en un impulso de amor propio, aprieta los dientes y se pone en pie. Las palabras que pronuncia son sólo dos. Se las susurra al oído la diosa Atenea: “Aguanta, corazón”. Y esas dos palabras lo salvan. Si los dioses están a tu lado, todo es más fácil. En eso consiste tener suerte”. Es cierto. Si los dioses están a nuestro lado, todo es más fácil. Tal vez eso sea la suerte. La buena suerte. Y no puedo evitar pensar en esa niña que se empuja a sí misma. Ese empujón simbólico son las mismas palabras que la diosa Atenea susurró a Ulises: "Aguanta, corazón". Quizás la diosa se las dijo a la niña.  E

Si me das a elegir

Conocí este amor gracias a uno de esos proyectos laborales en los que no crees al cien por cien. Su relación me parecía común: matrimonio de largo recorrido y un hijo. Jubilados, lo que poseían (material e inmaterial) lo habían construido con esmero, esfuerzo y dedicación. A simple vista, un matrimonio mayor más. Pero, no.  Aquellas mañanas en su casa, entre cajas de lata repletas de fotografías dedicadas a la novia, al novio, y tapados con las faldillas, entreví algo precioso. Un destello.   Él había emigrado a un país de montañas con nieves casi perpetuas, de paisajes deslumbrantes… y había descubierto un presente luminoso.  La novia se quedó en el pueblo, atada a sus obligaciones.  He tomado la foto de aquí . Me contaba, mientras se observaba en una foto en la que aparecía casi tan guapo como Richard Burton, que hubiera querido que ella viviese allí, con él. Que experimentase la camaradería y la libertad de las que él disfrutaba, porque se trabajaba mucho y muy duro, pero había ti

Sur

No nos conocemos mucho. Apenas hemos coincidido y, eso, lo quieras o no, es un obstáculo para lograr una relación fluida. Por si eso fuera poco, la última vez que nos vimos estuvimos atrapados en una habitación durante un par de horas, aburridos. Tú querías salir a la calle o, al menos, a otra estancia de la casa. Yo tenía el encargo de no ponértelo fácil. Con estas mimbres es complicado establecer una relación.  Eres como un viento del sur: pegajoso, cálido, alborotador y vertiginoso. No te gustan las normas, ni las ataduras: lo tuyo es correr, saltar, y expresarte con espontaneidad. Y sí, eres impulsivo, mucho. Y un ser sencillo. Negro o blanco. Sí o no. Si quiero salir… ¿por qué no me dejas? Si quiero comer chucherías… ¿por qué no me das? Si quiero tumbarme a tu lado en el sofá… ¿por qué me ignoras? Si tú no vives aquí… ¿por qué me das órdenes absurdas?  No, no nos conocemos mucho. Y yo no estoy acostumbrada a seres como tú. Me das un poco de miedo. Sé que tienes buenas intencione

Zumba y Pilates

Tenía pendiente escribir una columna sobre Zumba. Y ahora que he retomado las clases presenciales añadiendo a éstas (pobre y osada de mí) la práctica de Pilates, he pensado que igual sería divertido que una mujer de mediana edad que nunca, pero nunca, nunca, palabrita de niño Jesús , fue elástica, flexible, atlética, liviana, graciosa ni grácil, escribiera sobre ello. No sé. Tal vez. Danzarina sí he sido. De fin de semana, de discotecas con bola de brilli-brilli en varias pistas: músicas discotequeras, rumbas y lentos… Las fases del ligoteo en los años ochenta de una ciudad de provincias cualquiera.  Foto De Malagalabombonera - Trabajo propio, CC BY-SA 4.0 ,  He vuelto a Zumba y le he añadido Pilates. La Zumba es una práctica injustamente denostada. A los que hacemos Zumba el resto de deportistas nos miran, un poco, por encima del hombro. Objetan que la letra es machista. Pues sí, pero yo voy a brincar y a cerrar los ojos mientras me creo Madonna, la de La isla bonita. Hasta Rosalía

Clic

Un día, se produce el clic.  Y no sabes muy bien por qué, pero de pronto, aquello que te gustaba, que te tenía encandilado, ya no te gusta.  O, lo que es peor, te da igual. No te interesa. Hasta te aburre. Y no aciertas a entender cómo se ha producido, cuándo empezaste a sentir ese desinterés. Ese distanciamiento. Y, si de algo estás seguro es de que si alguien tiene la culpa de que aquello o aquel o aquella deje de interesarte eres tú. Ese descubrimiento te deja perplejo. Antes sí, ahora no. Ahora te da igual, te resulta indiferente. Incluso, un poco molesto. Es como una etiqueta que has cortado mal, y ha quedado deshilachada, y al ponerte la camisa, te roza en la nuca, y sientes que  te está haciendo daño, que puede hacerte una herida. Y si aquí hay alguna culpa (o responsabilidad, que no es plan el culpabilizarse así, a cada rato) es tuya, porque no la arrancaste bien, o porque quizás no debiste tratar de cortarla, o porque dejaste aquella etiqueta mucho tiempo y, luego, un día,