Conocí este amor gracias a uno de esos proyectos laborales en los que no crees al cien por cien. Su relación me parecía común: matrimonio de largo recorrido y un hijo. Jubilados, lo que poseían (material e inmaterial) lo habían construido con esmero, esfuerzo y dedicación. A simple vista, un matrimonio mayor más. Pero, no.
Aquellas mañanas en su casa, entre cajas de lata repletas de fotografías dedicadas a la novia, al novio, y tapados con las faldillas, entreví algo precioso. Un destello.
Él había emigrado a un país de montañas con nieves casi perpetuas, de paisajes deslumbrantes… y había descubierto un presente luminoso. La novia se quedó en el pueblo, atada a sus obligaciones.
Me contaba, mientras se observaba en una foto en la que aparecía casi tan guapo como Richard Burton, que hubiera querido que ella viviese allí, con él. Que experimentase la camaradería y la libertad de las que él disfrutaba, porque se trabajaba mucho y muy duro, pero había tiempo para las bromas, para la amistad, para la música, para la promesa de aventura. Pero ella no quiso (no pudo, tantas obligaciones como tenía) vivir allí. Y él, volvió.
Escuchándole, leyendo las dedicatorias de sus fotos (recibidas por aquella muchachita del pasado), me pregunté si él se habría arrepentido.
Pero entonces, ella, que había salido del salón de la misma forma en la que vivía (discreta, silenciosa, práctica y alegre), volvió con un medicamento entre las manos. Y, risueña, le dijo: quítate las gafas, anda, que hay que curar ese ojito.
Él, sonrió.
No es común tanto amor sostenido en el tiempo. Y supe.
Que él no se había arrepentido. Porque aquella libertad, aquel hotel de lujo en el que se alojaron Richard Burton y Liz Taylor, perdían el brillo sin la luz de su presencia.
Sí, bonita y real historia... De archivo. 15 de diciembre, otro archivo.
ResponderEliminarGracias por tu comentario ;-) Sobre todo, por tu lectura :-)
Eliminar¡Estupendo!
ResponderEliminarComo siempre, me emociona leerte, María Antonia.
Gracias
Gracias, mil gracias. A mí me emociona saber que estáis ahí, recibiendo el mensaje que lanzo, semana tras semana, a un mar desconocido... ;-)
EliminarSoy afortunada de vivir un amor eterno, que ha pasado por muchas etapas y años, (desde mis 15 años) creo que soy afortunada porque me hace feliz estar en él, no sin momentos difíciles, pero superados por amor. Soy una mujer que nunca hubiera seguido en él, si no sintiera que merece la pena y tal así que hemos decidido, sin decirnos nada, que tenemos que cuidarlo porque sabemos que es nuestro tesoro. Me duele cuando se cree que no existe esto, que son una mera costumbres o de gente aburrida... Quizás quien piensa así no lo ha sentido nunca , no tuvo suerte al enamorarse o no se enamoró realmente. Gracias por escribir sobre este tipo de amor, que existir existen.
ResponderEliminarQuerida lectora: felicidades por ese amor que sostenéis en el tiempo (con sus vaivenes de dificultad, por supuesto, como todo en la vida). Al leer tu comentario, se me ha venido al corazón una cita de la novela de Men Marías "La última paloma" (es una novela negrísima, un thriller, pero en la que también hay amor..). En ella, uno de los personajes piensa (y, llegado el momento, lo dice): "el amor no se dice, se hace". Creo que así es en vuestro caso. Lo habéis decidido sin deciros nada. Lo habéis construido. Lo estáis haciendo. Gracias a ti por tu lectura y por compartir tu historia de amor... Un abrazo.
EliminarHola, muy buen relato. Las historias reales, las de verdad, son las que más me gustan porque me transmiten muy buenas sensaciones. Para mí, el amor no tiene porque ser perfecto, pero si sincero, ya que es verdaderamente el que perdura. Saludos y muchas gracias, por tu trabajo.
ResponderEliminarBuenos días, Miguel. Muchas gracias por tu comentario :-) A mí me gustan las historias creíbles, verosímiles, sean reales o no... ;-) Totalmente de acuerdo. No hay nada, nada, nada perfecto, porque nosotros tampoco somos perfectos (menos mal). Un saludo y gracias a ti, por acompañar a mis palabras.
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