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Aguanta, corazón

Leyendo la última novela de Susana Fortes recordé el vídeo viral de la niña que se empuja a sí misma en lo alto del tobogán. En Nada que perder , la autora comenta un fragmento de la Odisea. Cito:  “Hay un episodio de la Odisea en el que Ulises regresa a Ítaca exhausto, vencido y cubierto de andrajos y se acuerda de sus amigos muertos. Está a punto de rendirse, sin fuerzas. Entonces, en un impulso de amor propio, aprieta los dientes y se pone en pie. Las palabras que pronuncia son sólo dos. Se las susurra al oído la diosa Atenea: “Aguanta, corazón”. Y esas dos palabras lo salvan. Si los dioses están a tu lado, todo es más fácil. En eso consiste tener suerte”. Es cierto. Si los dioses están a nuestro lado, todo es más fácil. Tal vez eso sea la suerte. La buena suerte. Y no puedo evitar pensar en esa niña que se empuja a sí misma. Ese empujón simbólico son las mismas palabras que la diosa Atenea susurró a Ulises: "Aguanta, corazón". Quizás la diosa se las dijo a la niña.  E

Si me das a elegir

Conocí este amor gracias a uno de esos proyectos laborales en los que no crees al cien por cien. Su relación me parecía común: matrimonio de largo recorrido y un hijo. Jubilados, lo que poseían (material e inmaterial) lo habían construido con esmero, esfuerzo y dedicación. A simple vista, un matrimonio mayor más. Pero, no.  Aquellas mañanas en su casa, entre cajas de lata repletas de fotografías dedicadas a la novia, al novio, y tapados con las faldillas, entreví algo precioso. Un destello.   Él había emigrado a un país de montañas con nieves casi perpetuas, de paisajes deslumbrantes… y había descubierto un presente luminoso.  La novia se quedó en el pueblo, atada a sus obligaciones.  He tomado la foto de aquí . Me contaba, mientras se observaba en una foto en la que aparecía casi tan guapo como Richard Burton, que hubiera querido que ella viviese allí, con él. Que experimentase la camaradería y la libertad de las que él disfrutaba, porque se trabajaba mucho y muy duro, pero había ti

Sur

No nos conocemos mucho. Apenas hemos coincidido y, eso, lo quieras o no, es un obstáculo para lograr una relación fluida. Por si eso fuera poco, la última vez que nos vimos estuvimos atrapados en una habitación durante un par de horas, aburridos. Tú querías salir a la calle o, al menos, a otra estancia de la casa. Yo tenía el encargo de no ponértelo fácil. Con estas mimbres es complicado establecer una relación.  Eres como un viento del sur: pegajoso, cálido, alborotador y vertiginoso. No te gustan las normas, ni las ataduras: lo tuyo es correr, saltar, y expresarte con espontaneidad. Y sí, eres impulsivo, mucho. Y un ser sencillo. Negro o blanco. Sí o no. Si quiero salir… ¿por qué no me dejas? Si quiero comer chucherías… ¿por qué no me das? Si quiero tumbarme a tu lado en el sofá… ¿por qué me ignoras? Si tú no vives aquí… ¿por qué me das órdenes absurdas?  No, no nos conocemos mucho. Y yo no estoy acostumbrada a seres como tú. Me das un poco de miedo. Sé que tienes buenas intencione

Zumba y Pilates

Tenía pendiente escribir una columna sobre Zumba. Y ahora que he retomado las clases presenciales añadiendo a éstas (pobre y osada de mí) la práctica de Pilates, he pensado que igual sería divertido que una mujer de mediana edad que nunca, pero nunca, nunca, palabrita de niño Jesús , fue elástica, flexible, atlética, liviana, graciosa ni grácil, escribiera sobre ello. No sé. Tal vez. Danzarina sí he sido. De fin de semana, de discotecas con bola de brilli-brilli en varias pistas: músicas discotequeras, rumbas y lentos… Las fases del ligoteo en los años ochenta de una ciudad de provincias cualquiera.  Foto De Malagalabombonera - Trabajo propio, CC BY-SA 4.0 ,  He vuelto a Zumba y le he añadido Pilates. La Zumba es una práctica injustamente denostada. A los que hacemos Zumba el resto de deportistas nos miran, un poco, por encima del hombro. Objetan que la letra es machista. Pues sí, pero yo voy a brincar y a cerrar los ojos mientras me creo Madonna, la de La isla bonita. Hasta Rosalía

Clic

Un día, se produce el clic.  Y no sabes muy bien por qué, pero de pronto, aquello que te gustaba, que te tenía encandilado, ya no te gusta.  O, lo que es peor, te da igual. No te interesa. Hasta te aburre. Y no aciertas a entender cómo se ha producido, cuándo empezaste a sentir ese desinterés. Ese distanciamiento. Y, si de algo estás seguro es de que si alguien tiene la culpa de que aquello o aquel o aquella deje de interesarte eres tú. Ese descubrimiento te deja perplejo. Antes sí, ahora no. Ahora te da igual, te resulta indiferente. Incluso, un poco molesto. Es como una etiqueta que has cortado mal, y ha quedado deshilachada, y al ponerte la camisa, te roza en la nuca, y sientes que  te está haciendo daño, que puede hacerte una herida. Y si aquí hay alguna culpa (o responsabilidad, que no es plan el culpabilizarse así, a cada rato) es tuya, porque no la arrancaste bien, o porque quizás no debiste tratar de cortarla, o porque dejaste aquella etiqueta mucho tiempo y, luego, un día,

Aquí soy feliz

  Aquí soy feliz , le decía una mujer a alguien que estaba muy lejos de allí. Ella era una señora de pelo blanco, gafas graduadas, falda y blusa recatadas. Iba paseando del brazo de otra señora pulcra y arreglada, como ella. Aquí, soy feliz , proclamaba una y otra vez a través del móvil a alguna persona que, me gusta pensar, la escuchaba atentamente. Feliz. Fue en una mañana de domingo de hace unos meses, en un paseo junto al mar que estaba plagado de caminantes, de corredores, de perritos, de bicicletas, de hombres y mujeres aupados a patinetes, de gentes vocingleras. Hacía calor, un calor de esos que te dejan exhausto, que humedece cada fibra de tu ropa, de tu ser. Pero aquella señora decía ser feliz.  Hace unas semanas fui a la peluquería pues tenía un compromiso en un lugar en el que fui feliz e infeliz, un lugar al que en realidad, no quería volver. (Fui, estuve, regresé. No me apetece volver. Ya no es mi sitio).  La peluquera me contó de un viaje reciente  con una amiga que inten

Hijos del vaivén

Sucede que un sábado cualquiera vas a la boda de unos jóvenes que se miran con el embeleso necesario para no perderse ni una sonrisa, ni un gesto, ni un solo beso. Y te preguntas cómo es posible.  De qué modo raro estás ahí y no allí, cómo es que vas en un tren a un municipio que antes significó mucho y ahora, nada. Por qué acudes a una cita y conoces a alguien inolvidable. Si te hubieses quedado en casa,  si en lugar de ir a la piscina hubieses decidido sestear toda aquella tarde de julio. Sí. No.  Somos hijos del vaivén . Todos. De  elementos externos que nos hacen saltar como muñecos de resortes. Y, sin embargo y quizás por ello, protagonizamos algunos momentos brillantes y efímeros, que se nos antojan eternos. Como la alegría de ver a esos dos jóvenes mirarse.  Todos somos hijos del  vaivén , lo escribió Manolo García, el hombre de nombre corriente que hace que mi corazón vuele. Tal vez por eso y porque cada una de sus canciones me inspira una novela, tal vez por eso escribí Hijos