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Partes inventadas

Acabo de terminar de ver la serie de Netflix ¿Quién es Anna? , en la que se narra l a historia real de la estafadora y timadora rusa Anna Sorokin, que se hacía pasar por una rica heredera alemana llamada Anna Delvey .  El artículo de la periodista Jessica Pressler es la base de la serie y, como se nos avisa en cada inicio de sus nueve capítulos, toda esta historia es completamente cierta, excepto por todas las partes que fueron totalmente inventadas .  La actriz Julia Garner interpreta a Ann Sorokin en la serie.  Anna Sorokin, en el juzgado. Me ha gustado la serie y me ha alucinado la historia de Anna, no porque casi consiguiera que bancos y fondos de inversión le concedieran la friolera de veinticinco millones de dólares para crear el refugio de artistas y club social Fundación Anna Delvey , ni porque los socialités se la rifasen (a fin de cuentas, era joven, elegante, segura de sí misma y desprendía aroma a glamur y dinero), sino porque termina la serie y nos sentimos fascinados y

Siestas

Ya casi no te acuerdas pero aquellas tardes tórridas de verano en las que tenías que hacer la siesta, te desesperabas dando vueltas entre  las sábanas revueltas y rumiando la injusticia. ¡Cómo se podía perder así el tiempo, por dios! No, no era justo. Lleno como estabas de esa energía infantil alimentada de meriendas de pan con margarina y azúcar con leche, o chocolate negro amordazado en un trocito de barra, y tenías que malgastarla quieto, callado, mientras bajo tu cama estaban tus cuentos y tus tebeos de quiosco, y afuera, en la calle, seguro que pasaban todo tipo de cosas… ¡Menuda injusticia!  Photo by Nery Zarate on Unsplash Más tarde, de jovenzuelo o jovenzuela, identificabas aquellos descansos vespertinos como una flaqueza. Tú preferías dormir por la noche, descansar bien tus catorce o quince horas, y no cortar el día por la mitad con la milonga de la siesta. Además, por aquel entonces no existían los libros electrónicos ni los móviles con aplicaciones de lectura, y echarse la

¿Qué pasará?

¿En serio, María Antonia? ¿En serio vas a volver a escribir sobre el amor? Sí, en serio.  Los lectores de mi newsletter Collage (perdonad el autobombo), saben que he estado viendo una serie protagonizada por una familia de abogadas matrimoniales . No voy a volver sobre lo que conté en mi carta mensual (perdonad, de nuevo, el autobombo), sino que voy a plantear una reflexión basada en una de las tramas principales. Sin spoiler, eso sí.   Fotograma de la serie The Split Y ahora, el planteamiento. Si de joven tuviste la dicha de vivir una relación amorosa de esas que son memorables, de esas que, cuando las vives, piensas, no. Jamás de los jamases, nunca, nunca jamás, por mucho que conozca a otros o a otras, repito, nunca, nunca, nunca, volveré a sentir esto. No.  Y sin embargo, la vida.  Os separasteis. No importa la razón. Tal vez queríais cosas distintas. O una serie de malentendidos lo complicó todo. Esas cosas, pasan.  Y sin embargo, la vida.  Años después os volvéis a encontrar y s

Las cédulas

El nombre se recibe. Los otros te lo dan como si fuera la primera casa cálida, inocente, franca. Recibir el nombre es recibir el primer amparo, y la primera cura. Recibir el nombre es una bendición: la primera y más importante cosa dicha que te llega.  Josep María Esquirol, Humano, más humano .  Faltan tres días para que se clausure la exposición Vidas expuestas en La Salina (Salamanca). La muestra gira en torno a los conocidos como Fondos de la Beneficencia del Archivo Provincial de la Diputación de Salamanca; se trata de fondos documentales de gran valor histórico que recogen información sobre los niños expósitos en un arco temporal que va desde 1619 a 1986.  Los niños expósitos son los niños abandonados, los niños confiados a un establecimiento benéfico. Expósito significa también expuesto. Expuesto al frío, al desamor, al hambre, a la desnudez, al desamparo. A la intemperie. Al abuso. Al dolor.  Es una muestra delicada, compasiva. Necesaria. El corazón se encoge al leer algunos de

Esperando nada

Ignoro si es mala suerte, si es torpeza o casualidad, o es que las cosas solo parecen fáciles desde las afueras. Lo ignoro. Pero lo cierto es que nunca acierto a la primera y lo manifiesto así, sin rubor. Siempre cometo una equivocación tal que el funcionario de turno me lo afea, inmisericorde, dejándome indefensa y confusa, con ganas de plantearle la solución definitiva:  — Entonces, ¿qué me sugiere? ¿Que me tumbe en el suelo de mi habitación y me deje morir?  También desconozco si hay más almas como la mía, almas atormentadas por los trámites y los recursos, y las advertencias y los correos electrónicos que te desarman y te extravían. Sí, esos correos en los que un funcionario amparado en una dirección genérica te dice: no, mire, haga esto, haga lo otro, pague la tasa correspondiente. Y luego. Luego llega otra notificación en la que te dice que pagar de nuevo la tasa no sirvió para nada, que has vuelto a hacerlo mal, que lo que has hecho (alma de cántaro) no funciona.  Photo by  Ali

Juan Bravo, el cazador de lobos

En 1909 cinco excursionistas se adentraron en tierras del suroeste salmantino y norte de Cáceres . El viaje, que duró escasamente siete días, fue narrado por el poeta, escritor, traductor y periodista cordobés Marcos Rafael Blanco Belmonte y el testimonio gráfico corrió a cargo del fotógrafo salmantino Venancio Gombau .  Cualquiera que mire las fotos se sentirá interpelado por las miradas desconfiadas de los niños, la nula diferencia que parecía existir entre un labriego y un mendigo, o las casas hurdanas, pequeñas, duras y ásperas como las vidas de sus moradores. El blanco y negro de esas emblemáticas fotografías transmiten dureza y climatología extrema, además de dignidad en las gentes que posan  para esos intelectuales de la capital.  De entre los encuentros, curiosidades, conversaciones y descripciones del paisaje y del paisanaje  que Blanco Belmonte desgrana con la exhaustividad de un registrador de la propiedad, me sobrecoge la historia de Juan Bravo, el cazador de lobos de Las

El martín pescador

Iba con prisas, sin mascarilla y me topé con una mujer que retrocedió de un salto. Nos apartamos las dos, ahogando una exclamación. Durante la milésima de segundo en la que nos miramos a los ojos, creí reconocer en los suyos el mismo miedo que ella leería en los míos.  Esta imagen me ha perseguido durante semanas. Nos observamos con prevención, nos apartamos. El bicho nos ha robado el placer del encuentro casual , las conversaciones hechas de sonrisas y palabras.  El uno de enero amaneció envuelto en papel de regalo, con un cielo azul que brillaba como los adornos de un árbol de Navidad. En el paseo junto al río nos encontramos a una pareja que miraba detenidamente las orillas, los árboles, los juncos. Eran observadores de aves.  Mi acompañante y yo, borrachos de luz y sol, continuamos caminando por el sendero; escuchando el rumor del agua y los ladridos gozosos de un perro. Cuando regresamos, volvimos a encontrarlos. Eran un hombre grande y una mujer pequeña y estaban entusiasmados, o