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Batiburrillo

Estos días he cruzado los dedos para que no aceptasen una de mis propuestas. Estos días he pensado que “aunque sepa hacer algo, y lo sepa hacer bien, no significa que tenga que hacerlo”. La frase no es mía, se la leí a una influencer .  Así que me fui al parque. Hice pellas.  By Evan-Amos - Own work, CC BY-SA 3.0,  Lo bueno de trabajar por tu cuenta es que siempre hay un parque a mano y una estación del año que te gusta. Miras las hojas que aún penden de las ramas de los árboles. Titilan verdes, amarillas, rojas, naranjas. Las marrones vuelan en círculos, si tienes suerte te acarician el rostro antes de caer, rendidas, a tus pies. Cierras los ojos y escuchas. Llegan hasta ti, envueltas en el rumor de la hojarasca, las voces de un hombre y un niño que juegan juntos, y un poco más allá, los pasos apresurados de alguien que camina. O que corre.  Nada importa, te dices.  La realidad es este adivinar cómo danzarán las hojas.  O pisar las hojas secas solo por el gusto de sentir su crepitar. 

El Congreso

Parecía alemana. Llevaba una falda que le tapaba las rodillas, una rebeca que no era de su talla y unos mocasines escrupulosamente limpios, “de monja”. El cabello estaba resplandeciente de canas. La tez del rostro se veía pálida, lisa, sin lunares, ni cicatrices.  Sería de Berlín. Una intelectual inmersa en la redacción de un manual con teorías novedosas. Una mujer segura de sí misma y de sus logros. Paseaba su mirada por el salón de actos, buscando algo o a alguien, cargando en bandolera un peculiar e incongruente bolso rojo. No pude evitar fijarme en ella, tan distinta al resto de mujeres que asistíamos al Congreso. Quién más, quién menos, nos habíamos comprado algo para estrenar en esos días: una blusa, unos pendientes. Nos habíamos retocado las mechas. Nos habíamos perfumado profusamente. Ella olía a jabón de Heno de Pravia.  Sala del Palacio de Congresos de Salamanca Se sentó en una de las butacas de mi fila. Desde mi posición, la vi acomodar el bolso sobre sus muslos, quitarse la

En busca de un tema

  Carmen Laforet en una fotografía del archivo familiar, tomada de aquí: Carmen Laforet: el silencio de una escritora .  “En la gran soledad de esta tarde de domingo no hay más remedio que ponerse a trabajar. Las circunstancias son buenas para ello. (…) Mi caso de hoy es más complicado, porque no hay disculpa. Siempre hay mil cosas que decir sobre todo lo que en el mundo sucede, sobre todo lo que los ojos han visto o desean ver. Miles de temas están esparcidos por el ancho mundo para que cada cual los encuentre y los vea a su manera.” Releo los artículos recopilados en Puntos de vista de una mujer de Carmen Laforet, y mi atención queda prendida de éste al que le he robado el título y la intención: En busca de un tema .  Como Laforet (qué osadía), voy a consultar la palabra del día de este miércoles, 13 de octubre de 2021, del Diccionario de la Real Academia Española (nuestra autora se manejaba con el diccionario de Espasa): “saponificar”.  Y, no tanto la palabra (soy sincera) como su

Más allá de los almendros

Una de las últimas novelas que he leído ha sido Los ingratos de Pedro Simón. Prendida de un trocito de mi ser, se ha quedado Eme .   Eme es grandota, sorda, analfabeta. Anhela amar, pese a las privaciones, la desgracia. O, quizás, por ellas. No desea ser amada, no. Sí tener la oportunidad de dar amor.  Dice el autor que es la historia de una pérdida. Digo yo (con el permiso que me otorga su lectura) que también es el relato de una culpa adquirida, de una soledad indeseada, de unas ansias locas de regalar amor y cuidados. De restituir lo que no llegó a ser. De lo que nunca será.  Photo by Miguel Ángel Sanz on Unsplash La señorita Mercedes , madre de David ( Currete para Eme ) cartografía el pueblo imponiendo fronteras a sus correrías. El niño pronto aprende que esos límites son artificiales y pueden moverse, traspasarse, transgredirse. Eme y Currete , los dos agarraditos de la mano como madre e hijo, en uno de sus  paseos (acaso, el último) van más allá de los almendros, traspasando

Cielo

Últimamente, los comerciales de todo tipo y condición, llaman por teléfono. Antes solían ir casa por casa, a puerta fría, tratando de reclutarte para su compañía del gas o eléctrica. O te vendían máquinas de coser y enciclopedias. Hoy todo es más moderno y aséptico. El bicho infame ha puesto distancia, también, a las relaciones con los comerciales. Sin embargo, siguen pululando los comerciales de maneras antiguas.   Me refiero al método agresivo. Al venga, te ofrezco el oro y el moro, y qué joven eres, cielo, 50 añitos de nada. Venga, venga, dime que sí, dime que sí, y pásame tu última factura, solo para asegurarme, cariño, que eres la titular y por si nos ponen pegas, ya verás cuánto vas a ahorrar .  Fotografía tomada de aquí: "¿Cuántos azules tiene el cielo?" Soy indómita. Voy a mi aire, a mi rollo. No me gusta que cualquiera me llame cielo . Tampoco que intenten halagarme los oídos diciéndome que soy joven. No, ya no lo soy. Lo sé. Mis años son añazos, décadas ya. Cinco. M

Blondie, (1994- )

 Mis 300  palabras de esta semana las voy a dedicar a mi librito. Sí. Yo he venido aquí a hablar de mi novelita corta, Blondie, (1994- ) disponible en digital y gratis para todos los usuarios de las bibliotecas municipales de Badajoz, gracias a su inclusión en el Catálogo Nubeteca de Diputación de Badajoz . También la encontraréis en papel y digital en Bubok .  En el Servicio Provincial de Bibliotecas de la Diputación de Badajoz, además, han realizado… ¡un booktrailer ! (Gracias por todo Isidoro Bohoyo, Florencia Corrionero, Mercedes Castellano, de Diputación; gracias Rebeca Martín , Daniel Blanco , Josué Zúñiga ).  Pero yo he venido aquí a hablar de mi obrita, y no de otras cuestiones (por más que sea práctico saber dónde la podéis encontrar si os apetece leerla). He venido aquí, he abierto un post en blanco y lo he titulado Blondie, (1994- ) y me he quedado abstraída con el titilar del cursor sobre el lienzo blanco.  Escribí a Blondie el año pasado, en el confinamiento, pero la s

¿Cómo? ¿Por qué? ¿Qué es lo que ocurre?

Al principio, estás perpleja, confusa. ¿Cómo puede ser que ese tipo, al que tú conoces en las duras y las maduras, suscite tamaños elogios? ¿Cómo pueden describirlo como un amigo ejemplar, un tío sincero y campechano, alguien confiable con el que subir al Anapurna o ir al bar a trasegar unas cañas?  ¿Cómo? ¿Por qué? ¿Qué es lo que ocurre?  Cómo puede ser que ese hombre machista, que se aprovecha de todo y de todos, que se ríe de ti y del otro y de la otra y del más allá, que es mentiroso, hipócrita, que hace tratos hasta con el mismo demonio, cómo puede ser, te dices, entre aturdida y desorientada, que todos le jaleen, que le crean fantástico, único en su especie, amable, gracioso, un pozo de sabiduría,  amigo de sus amigos. ¿Por qué? ¿Cómo? ¿Qué es lo que ocurre?   Entonces, te enfadas. No, con él, no. Con esas personas formadas, simpáticas, trabajadoras, buenas en lo suyo, que parecen solidarias, feministas, progresistas, que enarbolan la bandera de la sororidad y la empatía. Parecen