Ha sucedido de manera paulatina, sí, pero he caído en la cuenta de repente. De pronto, un día cualquiera he descubierto que mis expectativas ante ciertas fluctuaciones de la vida se han visto rebajadas al mínimo.
No espero gran cosa de muchas cosas. Hay ciertas cosas que me dan mucha pereza.
Por ejemplo.
Leer a los que quieren rebajar el esfuerzo de los demás. Nadie hace nada solo, no somos vaqueros en el viejo Oeste. Pero ciertas decisiones, con su coste personal; ciertas labores, con sus cientos de horas; ciertas ideas con sus elucubraciones previas... fueron todas tuyas. No del Estado, ni de tus amigos, ni de tu entorno laboral. Tuyas. Mías. Lo hiciste tú. Lo hice yo. Porque otros, otras, con las mismas o mayores posibilidades no lo hicieron. ¿Es esto creer en la meritocracia? No, por dios. Es reivindicar la voluntad, el esfuerzo, el poco o mucho talento que cada uno de nosotros tenemos y que algunos deciden emplear y otros, no. Otros deciden tumbarse a la bartola. ¿Estoy en contra? No, por Dior. Que cada uno haga lo que se le antoje. Pero que nadie intente rebajar mi esfuerzo. O el tuyo.
También me da mucha pereza el clasismo en la escritura. Me explico. Yo no seré nunca, ni así viviera mil vidas, Miguel de Cervantes ni Elena Ferrante. Jamás. Pero mi talento creativo, sea éste poco, mucho o ninguno, es cosa mía. Tengo todo el derecho a escribir, el mismo que tiene el otro a no leer nada de lo que escribo.
Que nadie cuestione nuestro talento creativo.
Por cierto, qué pereza los que opinan que se escriben y se editan demasiados libros. Qué pereza los que critican la autoedición. Qué pereza los que critican lo que ellos denominan saraos literarios.
Espero sepas perdonar la queja.
Chimpún.
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