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Tener o no tener feeling

No quiero hacerme la moderna utilizando palabras en inglés cuando no viene al caso. Pero es que me he acordado que hace años, alguien me dijo que entre las dos había feeling . Que existía una chispa, algo, que nos hacía conectar y llevarnos bien. Y que eso, ese diminuto pero intenso destello, era esencial para trabajar juntas en nuevos proyectos. En tareas de esas que necesitan de colaboración y entendimiento, creatividad y paciencia. Porque en cualquier relación se precisa que el otro te recargue las pilas el día que tienes el desánimo en niveles máximos, o que te aquiete cuando hierves, presa de la indignación, la extrañeza, la incomprensión y las dudas. Recuerdo bien aquella conversación. Yo era casi una pipiola y me quedé ojiplática cuando ella me dijo que creía que entre las dos había feeling . Pues sí, lo había. Y algo más: había respeto.  ¿O será que esa chispa de entendimiento no puede darse sin el consabido respeto? Soy una mujer respetuosa, digamos, de fábrica . Sé reconoce

Regalo de un ejemplar en papel de mi "Hijos del vaivén"

 Querida lectora, querido lector: ¿Cómo estás? ¿También a ti te tira de las orejas el consabido Departamento de Marketing?  Pues resulta que la persona que lo dirige, a la que logro mantener en modo perfil bajo la mayor parte del tiempo, en ocasiones se pone brava y hasta impertinente. Y me ha repetido, insistentemente (me ha dado la turra, vaya), que tengo que hacer un sorteo o un concurso o algo así para celebrar el Día del Libro, pero con el oscuro propósito de hablar y de que se hable (algo, chica, aunque sea un poco) de mi segunda novela autopublicada: Hijos del vaivén .  Nada, no ha habido manera de acallarla. Así que... aquí estoy, proponiéndote un concurso, un sorteo, o algo así. Todo sea porque deje de avasallarme un rato.  Al más puro estilo #autobombo y #turralibro te cuento un poco de qué va mi Hijos del vaivén : un cincuentón se instala en un pisito de alquiler ubicado en un edificio de un barrio obrero a las afueras de Salamanca. Lindando balcón tenemos a Teresa, una muj

Darse cuenta, hacerse cargo

Creo que siempre es más difícil hacerse cargo que darse cuenta.  Uno cae en la cuenta de que ahí no es, de que no quiere ir, de que no encaja, de que no quiere estar, de que eso (sea lo que sea) le angustia. No, ahí no es. Se da cuenta. Lo sabe. Pero sigue. Va tirando, dejándose llevar por la inercia. Aguantando. Pensando que, a lo mejor, mañana se le habrá pasado y querrá ir. O pasado mañana.  Y es que... si no es allí, ¿dónde es? Si no voy allí, ¿adónde iré? Si no me quedo, ¿dónde estaré? En fin, un cúmulo de inquietudes. Darse cuenta puede ser difícil, pero también liberador. Hacerse cargo es duro. Elegir irte aunque no sepas adónde te llevará tu elección. Siempre habrá reparos, estorbos, cosas que hay que terminar, aspectos de los que ocuparse, flecos que cortar, costuras que rematar. Hacerse cargo, sí, eso es lo complicado. Porque conlleva un desasosiego, una incertidumbre. Porque muchas veces el darse cuenta no viene aparejado con saber dónde has de dirigirte. Sólo sabes que no

Con cuidado y ternura

Cuando terminas de leer la última página de una novela tan compleja y magnífica como lo es El retrato de casada de Maggie O’Farrell, es harto difícil presentarla. Cómo elegir sus mejores galas para que tú, lector, quedes prendido y prendado de ese texto y sólo sientas alivio para tu anhelo cuando emprendas su lectura. Cuando desvistas todas sus capas secretas, cuando, con atrevimiento y cuidado, con mucho cuidado, la limpies con un trapo empapado en vinagre y alcohol, y descubras la historia secreta que quiere contarte la escritora irlandesa.  De Alessandro Allori. - Desconocido, Dominio público. La novela de Maggie O’Farrell es una inspiración en torno a la brevísima vida de Lucrezia di Cosimo de’ Medici d’Este, duquesa de Ferrara , una niña que nació y murió en el siglo XVI. Demasiado temprano. Demasiado pronto.  Hay muy poca información sobre la vida de Lucrezia, hija del gran duque Cosimo I de’ Medici, así que Maggie O’Farrell utiliza la literatura para llegar allí donde la Hist

La canción prendida

Los minutos pasaban como transcurren los años cuando ya no eres joven. Veloces y lentos, espesos y líquidos. Todo a la vez, pero no en todas partes.  El autobús, animal mitológico con achaques, bramaba en las cuestas, se sofocaba en las rasantes y rebuznaba en las curvas cerradas del puerto de la sierra. Aún quedaban horas por delante para llegar a la ciudad del Guadiana, y el viaje de introspección la mantenía callada y temblorosa. El viaje real, el físico, la había trasladado a un estado de suave nostalgia, casi una saudade, algo parecido a lo que se siente cuando se escucha una y mil veces la misma canción. Esa que te entristece y, sin embargo, te eleva de las miserias cotidianas en una imposible y sutil búsqueda de la belleza.  No sabía por qué había decidido irse, en mitad de una semana laborable en la que, por otra parte, no tenía programada ninguna visita ni cerrado un solo itinerario de trabajo. No lo entendía, solo sabía que había sentido que debía ir  y encontrarse con aqu

La igualdad no va por ahí

El otro día, en Twitter, una escritora difundió una de esas noticias cuyo titular busca el clic fácil, rápido e interesado. Algo así como que las mujeres pueden (podemos) escribir novela negra igual o mejor que los hombres. Otra escritora contestó: También hay mujeres que escriben novelas mediocres. La igualdad no va por ahí: tenemos el derecho a hacerlo igual de mal que muchos hombres .  El eco de estos tuits se quedó revoloteando sobre mí, cual danza de estorninos. Ese molesto revoloteo se unió a una conversación que mantuve con una amiga. Me contaba que en otros países europeos, a la hora de confeccionar un currículo, de afrontar una entrevista, los esfuerzos realizados para conseguir una beca, un proyecto… contaban, y mucho. No el éxito, ni el fracaso. El intento.  A mí no se me ocurriría contar, en una entrevista de trabajo, mis fracasos. No, porque sólo se valora el triunfo, el logro... pero, ¿cómo ser bueno en algo sin haber caído o tropezado alguna vez?  Tal vez ese titular s

Gozo

En la ciudad grande soy eficiente, el estrés resulta ameno (ya se sabe lo que se elige entre el dolor y la nada). En la isla, en cambio, vivía de mirar el cielo, que era más grande que en cualquier otro lugar. Un reflejo azul porque, de tan pequeña, la isla es casi agua. Yo solía ser una de esas figuras que caminan sobre las azoteas, y disimulaba mi labor de lectora y contadora de nubes. ¿Cuál es tu oficio?, me preguntaban. Tenía que morderme la lengua para no decir que los idealistas nunca han vivido de la tierra.  Azahara Alonso rememora los meses que pasó en Gozo , una isla del archipiélago de Malta. Azahara nos sumerge en esa burbuja suspendida en el tiempo en la que se dedicó a pasear, a mirar por la ventana, a escribir en sus cuadernos. Un año sabático en el que las lecturas, las reflexiones, la calma y los isleños entran y salen de estas páginas que nos recuerdan cómo se respira de manera consciente y por qué somos mucho más que la posible utilidad de lo que hacemos.  Es este li