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Con cuidado y ternura

Cuando terminas de leer la última página de una novela tan compleja y magnífica como lo es El retrato de casada de Maggie O’Farrell, es harto difícil presentarla. Cómo elegir sus mejores galas para que tú, lector, quedes prendido y prendado de ese texto y sólo sientas alivio para tu anhelo cuando emprendas su lectura. Cuando desvistas todas sus capas secretas, cuando, con atrevimiento y cuidado, con mucho cuidado, la limpies con un trapo empapado en vinagre y alcohol, y descubras la historia secreta que quiere contarte la escritora irlandesa.  De Alessandro Allori. - Desconocido, Dominio público. La novela de Maggie O’Farrell es una inspiración en torno a la brevísima vida de Lucrezia di Cosimo de’ Medici d’Este, duquesa de Ferrara , una niña que nació y murió en el siglo XVI. Demasiado temprano. Demasiado pronto.  Hay muy poca información sobre la vida de Lucrezia, hija del gran duque Cosimo I de’ Medici, así que Maggie O’Farrell utiliza la literatura para llegar allí donde la Hist

La canción prendida

Los minutos pasaban como transcurren los años cuando ya no eres joven. Veloces y lentos, espesos y líquidos. Todo a la vez, pero no en todas partes.  El autobús, animal mitológico con achaques, bramaba en las cuestas, se sofocaba en las rasantes y rebuznaba en las curvas cerradas del puerto de la sierra. Aún quedaban horas por delante para llegar a la ciudad del Guadiana, y el viaje de introspección la mantenía callada y temblorosa. El viaje real, el físico, la había trasladado a un estado de suave nostalgia, casi una saudade, algo parecido a lo que se siente cuando se escucha una y mil veces la misma canción. Esa que te entristece y, sin embargo, te eleva de las miserias cotidianas en una imposible y sutil búsqueda de la belleza.  No sabía por qué había decidido irse, en mitad de una semana laborable en la que, por otra parte, no tenía programada ninguna visita ni cerrado un solo itinerario de trabajo. No lo entendía, solo sabía que había sentido que debía ir  y encontrarse con aqu

La igualdad no va por ahí

El otro día, en Twitter, una escritora difundió una de esas noticias cuyo titular busca el clic fácil, rápido e interesado. Algo así como que las mujeres pueden (podemos) escribir novela negra igual o mejor que los hombres. Otra escritora contestó: También hay mujeres que escriben novelas mediocres. La igualdad no va por ahí: tenemos el derecho a hacerlo igual de mal que muchos hombres .  El eco de estos tuits se quedó revoloteando sobre mí, cual danza de estorninos. Ese molesto revoloteo se unió a una conversación que mantuve con una amiga. Me contaba que en otros países europeos, a la hora de confeccionar un currículo, de afrontar una entrevista, los esfuerzos realizados para conseguir una beca, un proyecto… contaban, y mucho. No el éxito, ni el fracaso. El intento.  A mí no se me ocurriría contar, en una entrevista de trabajo, mis fracasos. No, porque sólo se valora el triunfo, el logro... pero, ¿cómo ser bueno en algo sin haber caído o tropezado alguna vez?  Tal vez ese titular s

Gozo

En la ciudad grande soy eficiente, el estrés resulta ameno (ya se sabe lo que se elige entre el dolor y la nada). En la isla, en cambio, vivía de mirar el cielo, que era más grande que en cualquier otro lugar. Un reflejo azul porque, de tan pequeña, la isla es casi agua. Yo solía ser una de esas figuras que caminan sobre las azoteas, y disimulaba mi labor de lectora y contadora de nubes. ¿Cuál es tu oficio?, me preguntaban. Tenía que morderme la lengua para no decir que los idealistas nunca han vivido de la tierra.  Azahara Alonso rememora los meses que pasó en Gozo , una isla del archipiélago de Malta. Azahara nos sumerge en esa burbuja suspendida en el tiempo en la que se dedicó a pasear, a mirar por la ventana, a escribir en sus cuadernos. Un año sabático en el que las lecturas, las reflexiones, la calma y los isleños entran y salen de estas páginas que nos recuerdan cómo se respira de manera consciente y por qué somos mucho más que la posible utilidad de lo que hacemos.  Es este li

Lo de siempre

Hacía casi tres años que no iba a mi cafetería favorita. Cuántas vidas pueden nacer o quebrarse en tres años. Un divorcio, un nacimiento, una mudanza, un despido, un desamor, una condena de cárcel, varios líos amorosos, una suscripción a Netflix, la escritura de una novela, un rodaje en Benidorm, los estragos de una pandemia. Tres años y, el primer día, una camarera me sonríe y se interesa por cómo me van las cosas y me dice que si voy a tomar lo de siempre y se acuerda de ese "lo de siempre". Uno sabe que tiene una cafetería propia cuando una camarera risueña le pregunta si quiere "lo de siempre". No es casualidad que en Hijos del vaivén aparezca varias veces esta cafetería. Uno de los protagonistas recala cada dos por tres para llamar por teléfono, observar las sonrisas de unas mujeres serias y reidoras, mientras bebe cerveza con limón, y piensa. Me atrevería a decir que para él (como para mí) la cafetería es refugio, una suerte de consuelo, un chispazo de insp

La compra

Iba deprisa, introduciendo los ítems de su lista: huevos, leche entera, yogures desnatados, café, helado de vainilla, sacarina, lentejas, té verde, hueso de jamón, brócoli, azúcar. Era una mujer complicada, paradójica. Un ser de contrastes.  Iba despacio, depositando en el carro los productos con los que se topaba en cada sección del supermercado. No recordaba si el hueco de la estantería que albergaba la espuma de afeitar estaba vacío. Iba distraído, con esa mirada serena propia de los seres apacibles.  (Foto tomada de aquí ) En la carnicería se desentendieron un momento de los carros. Ella, preocupada por el colesterol, quería comprar pechuga de pavo. Él, despreocupado de cualquier previsión en los menús, sopesaba si comprar filete de ternera o contramuslos de pollo. Ella, más rápida que él, puso rumbo a otra sección. Él, más lento que ella, se giró con la bandeja de pollo entre las manos y se encontró con un carro y una compra que, definitivamente, no le pertenecían.  Tranquilo, c

¿Aburrirse? ¡Pero si mi hija no se aburre nunca!

La maestra le había preguntas sobre los rodajes, sobre cómo eran las sesiones, a qué hora tenían lugar, con qué frecuencia... Quería saberlo todo: cuánto tiempo a la semana dedicaba Kimmy a Happy Break y cuánto tiempo le dejaba para jugar y aburrirse. ¿Aburrirse? ¡Pero si mi hija no se aburre nunca!, había respondido orgullosamente Mèlanie. Happy Break era su vida. Aquella mujer no podía entenderlo.  Acabo de terminar, entre fascinada y horrorizada, Los reyes de la casa de Delphine de Vigan. Mèlanie tiene dos hijos, Kimmy y Sammy, a los que dirige en su exitoso canal de YouTube . En Happy Break Mèlanie se dedica a contar, paso a paso, todas las andanzas familiares: ir de compras, a un parque de atracciones, desayunar, preparar la cena. Interactúa con la audiencia a la que consulta todo tipo de decisiones. El secuestro de Kimmy es la excusa de la que se sirve la autora para desplegar ante nosotros un historial de abusos, explotación y sobreexposición de menores. Los niños, según su