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¿Qué pasará?

¿En serio, María Antonia? ¿En serio vas a volver a escribir sobre el amor? Sí, en serio.  Los lectores de mi newsletter Collage (perdonad el autobombo), saben que he estado viendo una serie protagonizada por una familia de abogadas matrimoniales . No voy a volver sobre lo que conté en mi carta mensual (perdonad, de nuevo, el autobombo), sino que voy a plantear una reflexión basada en una de las tramas principales. Sin spoiler, eso sí.   Fotograma de la serie The Split Y ahora, el planteamiento. Si de joven tuviste la dicha de vivir una relación amorosa de esas que son memorables, de esas que, cuando las vives, piensas, no. Jamás de los jamases, nunca, nunca jamás, por mucho que conozca a otros o a otras, repito, nunca, nunca, nunca, volveré a sentir esto. No.  Y sin embargo, la vida.  Os separasteis. No importa la razón. Tal vez queríais cosas distintas. O una serie de malentendidos lo complicó todo. Esas cosas, pasan.  Y sin embargo, la vida.  Años después os volvéis a encontrar y s

Las cédulas

El nombre se recibe. Los otros te lo dan como si fuera la primera casa cálida, inocente, franca. Recibir el nombre es recibir el primer amparo, y la primera cura. Recibir el nombre es una bendición: la primera y más importante cosa dicha que te llega.  Josep María Esquirol, Humano, más humano .  Faltan tres días para que se clausure la exposición Vidas expuestas en La Salina (Salamanca). La muestra gira en torno a los conocidos como Fondos de la Beneficencia del Archivo Provincial de la Diputación de Salamanca; se trata de fondos documentales de gran valor histórico que recogen información sobre los niños expósitos en un arco temporal que va desde 1619 a 1986.  Los niños expósitos son los niños abandonados, los niños confiados a un establecimiento benéfico. Expósito significa también expuesto. Expuesto al frío, al desamor, al hambre, a la desnudez, al desamparo. A la intemperie. Al abuso. Al dolor.  Es una muestra delicada, compasiva. Necesaria. El corazón se encoge al leer algunos de

Esperando nada

Ignoro si es mala suerte, si es torpeza o casualidad, o es que las cosas solo parecen fáciles desde las afueras. Lo ignoro. Pero lo cierto es que nunca acierto a la primera y lo manifiesto así, sin rubor. Siempre cometo una equivocación tal que el funcionario de turno me lo afea, inmisericorde, dejándome indefensa y confusa, con ganas de plantearle la solución definitiva:  — Entonces, ¿qué me sugiere? ¿Que me tumbe en el suelo de mi habitación y me deje morir?  También desconozco si hay más almas como la mía, almas atormentadas por los trámites y los recursos, y las advertencias y los correos electrónicos que te desarman y te extravían. Sí, esos correos en los que un funcionario amparado en una dirección genérica te dice: no, mire, haga esto, haga lo otro, pague la tasa correspondiente. Y luego. Luego llega otra notificación en la que te dice que pagar de nuevo la tasa no sirvió para nada, que has vuelto a hacerlo mal, que lo que has hecho (alma de cántaro) no funciona.  Photo by  Ali

Juan Bravo, el cazador de lobos

En 1909 cinco excursionistas se adentraron en tierras del suroeste salmantino y norte de Cáceres . El viaje, que duró escasamente siete días, fue narrado por el poeta, escritor, traductor y periodista cordobés Marcos Rafael Blanco Belmonte y el testimonio gráfico corrió a cargo del fotógrafo salmantino Venancio Gombau .  Cualquiera que mire las fotos se sentirá interpelado por las miradas desconfiadas de los niños, la nula diferencia que parecía existir entre un labriego y un mendigo, o las casas hurdanas, pequeñas, duras y ásperas como las vidas de sus moradores. El blanco y negro de esas emblemáticas fotografías transmiten dureza y climatología extrema, además de dignidad en las gentes que posan  para esos intelectuales de la capital.  De entre los encuentros, curiosidades, conversaciones y descripciones del paisaje y del paisanaje  que Blanco Belmonte desgrana con la exhaustividad de un registrador de la propiedad, me sobrecoge la historia de Juan Bravo, el cazador de lobos de Las

El martín pescador

Iba con prisas, sin mascarilla y me topé con una mujer que retrocedió de un salto. Nos apartamos las dos, ahogando una exclamación. Durante la milésima de segundo en la que nos miramos a los ojos, creí reconocer en los suyos el mismo miedo que ella leería en los míos.  Esta imagen me ha perseguido durante semanas. Nos observamos con prevención, nos apartamos. El bicho nos ha robado el placer del encuentro casual , las conversaciones hechas de sonrisas y palabras.  El uno de enero amaneció envuelto en papel de regalo, con un cielo azul que brillaba como los adornos de un árbol de Navidad. En el paseo junto al río nos encontramos a una pareja que miraba detenidamente las orillas, los árboles, los juncos. Eran observadores de aves.  Mi acompañante y yo, borrachos de luz y sol, continuamos caminando por el sendero; escuchando el rumor del agua y los ladridos gozosos de un perro. Cuando regresamos, volvimos a encontrarlos. Eran un hombre grande y una mujer pequeña y estaban entusiasmados, o

Punto de encuentro

Estoy viendo la serie de Netflix El tiempo que te doy , la historia de la ruptura de una pareja de treintañeros que destila ternura y dolor, nostalgia y cierta esperanza. En uno de sus episodios aparece el punto de encuentro.  Foto tomada de aquí   Cuando las cosas comienzan a torcerse en la pareja, en el cumpleaños de la chica, se reconcilian cenando un sándwich en un mirador con vistas a la ciudad. Llega, entonces, la promesa. Pase lo que pase, todos los cumpleaños de ella se encontrarán en ese mismo lugar y cenarán un sándwich. Ese será su punto de encuentro, por si se pierden, por si (no lo dicen, pero se intuye) ya no están juntos. No importará, seguirán encontrándose allí. El primer cumpleaños que pasan separados, que resulta ser el próximo, ella acude. ¿Irá él? Recordé la maravillosa película de 1957 de Deborah Kerr y Cary Grant. Los protagonistas, comprometidos con otras personas, se conocen en un lujoso transatlántico (¿cómo no se van enamorar estos dos en un lugar así?) y pr

Búsquenme en Corfú

  Ten siempre en tu mente a Ítaca. La llegada allí es tu destino. Pero no apresures tu viaje en absoluto. Mejor que dure muchos años, y ya anciano recales en la isla, rico con cuanto ganaste en el camino, sin esperar que te dé riquezas Ítaca. Constantino Cavafis, Ítaca.   No sé muy bien donde situar Corfú, porque no sé si es camino o meta, si es refugio o algazara. En las últimas semanas, cuando he necesitado alegría, me he escapado con Los Durrell a su isla griega. Allí, en una casona destartalada, he contemplado el mar Jónico mientras una miríada de animales y personas deambulaba a mi alrededor.  Me he dejado cuidar por Louisa , una inglesa atípica que se equivoca, y se vuelve a equivocar. Pero todo se le perdona, pues todos sus errores nacen del amor. Allí, en esa casa que se cae a pedazos, he sido testigo de los afanes de Gerry, las locuras adorables de Margo , las excentricidades encantadoras de Lawrence y las ocurrencias inclasificables de Leslie . He conocido a un taxista entro